Hace milenios corrió un rumor en el mundo de los pájaros de que entre ellos había un rey dotado de gran belleza y sabiduría. Se reunieron los pájaros en asamblea general y decidieron salir de inmediato en busca de ese rey. Después de buscar inútilmente al deseado rey por bosques, selvas, montañas y valles...se reunieron de nuevo todos los pájaros. Silenciosos, se miraron atenta y largamente unos a otros... (En silenciosa contemplación se perciben maravillas que no se descubren recorriendo todo el planeta). De pronto, como movidos por un resorte invisible, todos los pájaros prorrumpieron en el más alegre canto que jamás hubiera resonado en el bosque. Habían descubierto al admirado rey. ¡El rey estaba en cada uno de ellos!
Ejercito de reyes y reinas
“Tanto amó Dios al mundo que envió su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Dios no envió a su Hijo al mundo para condenarlo, sino para que se salve por medio de él” (Jn 3,16s). Jesús se hizo hombre por nosotros; cargado con nuestros pecados murió en la cruz por nosotros. Y resucitó glorioso, lleno de poder (Mt 28,18).
Y, sin dejarnos a nosotros, subió a los cielos para interceder en nuestro favor. “Tenemos un sacerdote extraordinario que ha penetrado los cielos, Jesús, el Hijo de Dios (Hb 4,14). “El puede salvar perfectamente a aquellos que por él se acercan a Dios, pues está siempre vivo para interceder en su favor” (Hb 7,25).
“Gracias a la fe que tenemos en Cristo, nos acercamos a Dios con entera libertad y plena confianza” (Ef 3,12). Y al acercarnos a Dios, ¿cómo olvidar a millones de hermanas y hermanos, que sufren de hambre, miseria, enfermedad... y a millones que desconocen la buena nueva de Dios, y el camino de salvación eterna? Lo nuestro es interceder en su favor, junto con Jesús. “Acerquémonos con entera confianza al trono de la gracia a fin de obtener misericordia y hallar la gracia del auxilio oportuno” (Hb 4,16).
¿Qué lugar ocupa Jesús en los cielos? “Cristo Jesús está a la diestra de Dios intercediendo por nosotros” (Rm 8,34)
La diestra de Dios es lugar de privilegio, significa reinar, significa poder real: “Siéntate a mi derecha y haré de tus enemigos estrado de tus pies” (Hb 1,13). “Es necesario que Cristo reine hasta poner a todos sus enemigos bajo sus pies” (1Co 15,24s).
Jesús a la diestra del trono de Dios, tiene todo poder en el cielo y en la tierra; pero no tiene otro deseo que realizar la voluntad el Padre: santificar a su Iglesia, salvar al mundo. Los intercesores no estamos ahí para promover nuestros propios intereses, expresar nuestros deseos personales, sino para seguir las órdenes del trono.
¿Qué sucede con nuestros intereses y con todas las intenciones que nos han encomendado? Los aparcamos a los pies del Señor, confiando ciegamente en su palabra: “Buscad el reino de Dios y su justicia, todo eso se os dará por añadidura” (Mt 7,33). Si tú tomas a pecho sus intereses, el Señor se cuida de los tuyos, y sales ganando, con tal que confíes ciegamente en su promesa, como lo hizo Abrahán (Rm 4,18s), como lo hizo María (Lc 1,45).
¿Qué lugar ocupa Jesús en los cielos? - “Cristo Jesús está a la diestra de Dios intercediendo por nosotros: Rm 8,34Cuando, olvidando nuestros intereses particulares, nos unimos a Cristo para interceder por nuencontramos!
"Por gracia hemos sido salvados”. Por gracia estamos ya “sentados con Cristo Jesús en los cielos” (Ef 2,6); nos encontramos a la diestra de Dios, intercediendo por nuestros hermanos. El día en que se nos abran los ojos, descubriremos nuestra posición privilegiada: todos los verdaderos intercesores, hasta los más insignificantes, somos reyes y reinas. “Aquel que nos ama nos lavado de nuestros pecados en su propia sangre, y nos ha hecho reyes y sacerdotes para Dios su Padre, a él la gloria y el poder por los siglos de los siglos” (Ap 1,5s).
El día en que se nos abran los ojos del corazón prorrumpiremos en cantos que nunca cesarán a ese Dios que nos ha hecho reyes y sacerdotes; que nos ha llamado de las tinieblas a su luz maravillosa (1P 2,9s. Y ahora nos capacita para llamar a muchos otros.
Unidos a Jesús, los intercesores nos encontramos de algún modo misterioso a la diestra de Dios. Nuestra presencia en ese lugar de privilegio nos capacita para ir distribuyendo, aun sin saber cómo, los grandes tesoros del reino de Dios. ¡Qué lluvia de gracias sobre la tierra cuando los intercesores, unidos a Jesús, oramos en lenguas! ¡Y la lluvia crece cuando el Espíritu introduce a los intercesores más vacíos de sí en el silencio sagrado de Dios!
El centurión romano reconoce el poder divino de Jesús, porque él mismo goza de gran poder, al militar bajo el poderoso Cesar. “Yo, un hombre sujeto al mando, tengo bajo mis órdenes soldados, y me obedecen”(Mt 8,9). Los que militamos bajo la autoridad suprema del Rey de reyes y Señor de señores, podemos usar su poder soberano en la lucha por su reino. Nuestra sumisión perfecta a Jesús nos capacitará para derribar fortalezas, para ganar grandes batallas y conquistar reinos eternos, almas inmortales para el cielo.
El poder de la intercesión es ilimitado, mientras nos movemos a la ordenes del que está sentado en el trono. “Los setenta y dos volvieron llenos de alegría, diciendo: Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre” (Lc 10,17-24).
La Intercesión un estilo de vida
Durante el encuentro de Manos Alzadas en Lourdes (agosto 2007) recorrimos el vía crucis de la montaña, intercediendo por el mundo del dolor. Al concluirlo nos dirigíamos en silencio hacia el santuario, cuando nos cruzamos con un grupo de italianos, que había hecho el vía crucis anteriormente. Todos iban voceando y bromeando. Pensando en lo que a los españoles nos cuesta guardar silencio, me dije para mis adentros: “A todo hay quien gane”.
Cuando, al poco rato entré en la carpa ante el Santísimo, el Señor parecía decirme: “Por favor, no hagáis un vía crucis de media hora”. Los intercesores estamos llamados a vivir el vía crucis todos los días de nuestra vida. El vía crucis completo, incluida la XV estación: ¡Resucitó! Y la XVI estación: Subió a los cielos y está sentado a la diestra de Dios intercediendo por todos los redimidos.
Y orando ante el Santísimo, pensé el Señor podía añadir: “Por favor, no hagáis una intercesión de seis días”. Jesús no intercede por unos días, ni intercede a ratos. Todo él es intercesión: porque es un hombre totalmente entregado a Dios para beneficio de todos los hombres.
Acaso nada nos identifica tanto con Jesús como la intercesión, cuando hacemos de ella un estilo de vida: olvidando nuestros deseos, la vivimos 24 horas al día. Ese es el ideal y la finalidad de Manos Alzadas y de todos los intercesores consagrados. Unidos a Jesús y a la humanidad doliente, permanecer 24 horas a la diestra de Dios. Nada tan santificante.
“Hermanos, os ruego, por la misericordia de Dios, a que os ofrezcáis vosotros mismos como un sacrificio vivo, santo, agradable a Dios: este es el culto de debéis ofrecer” (Rm 12,1s). La vida entera ofrecida a Dios en unión con Cristo Jesús, y por sus mismas intenciones, se convierte en una intercesión ininterrumpida.
Esencial para interceder por otros es la intención, el deseo: un acto de la voluntad o del corazón, que permanece mientras no se retracte. Nuestra atención, propia de la mente, es muy limitada. Nuestra intención, propia del corazón, no tiene otros límites que los que el corazón marca.
El corazón humano, sobre todo cuando está unido a Dios por la gracia, tiene una capacidad ilimitada para desear el bien. Dentro de él hay innumerables repliegues para acoger a cuantos deseamos bien. Una vez purificado de egoísmos, tiene tantos repliegues acogedores como el corazón de María, o el del mismo Jesús. Ahí se encuentran nuestros seres queridos, todos los que nos han pedido oraciones, todos los miembros de la Iglesia y de la humanidad...
Si dejamos que el Espíritu controle nuestra vida, de algún modo misterioso, actuando más allá de nuestro consciente, él grava en nuestro corazón las mismas intenciones de Jesús. Nosotros las podemos desconocer, pero Dios las lee y, como siempre concuerdan con su santa voluntad, siempre encuentran una acogida favorable.
Al mismo tiempo, cuando permitimos al Espíritu controlarlo todo, él fusiona nuestra vida con la de Jesús. De ese modo toda nuestra vida con sus actividades, alegrías y tristezas, es intercesión. Claro está que ejercemos mejor el poder de la intercesión cuando oramos, postrados a los pies del Rey, ante el Santísimo.
La obra más grande de Dios: la redención del género humano. Tan humilde y generoso es Jesús, que nos hace socios suyos en ella. Ante todo Jesús desea cooperemos con la plegaria, pues en el reino de Dios la oración siempre ha de ir por delante. “La mies es mucha, los obreros pocos; rogad al dueño de la mies” (Mt 9,35-38). Nuestra responsabilidad sagrada es obtener por la oración y el sacrificio el triunfo de la gracia divina sobre la dureza del corazón humano. Y obtener esa gracia para todos nuestros hermanos.
Santa Teresita escribe a su hermana Celina: “¡Qué misterio! ¿No es Jesús omnipotente? ¿Por qué, pues, dice: Pedid al dueño de la mies...? ¡Ah! Es que Jesús siente por nosotros un amor tan incomprensible, que quiere que tengamos parte con él en la salvación de las almas. El Creador del universo espera la oración de una pobrecita alma para salvar a las demás almas, redimidas, como ella, al precio de toda su sangre. He aquí las palabras de Jesús: Levantad los ojos y ved... Ved cómo en mi cielo hay sitios vacíos; os toca a vosotros llenarlos. Vosotros sois mi Moisés orante en la montaña; pedidme obreros, y yo los enviaré. ¡No espero más que una oración, un suspiro de vuestro corazón” (Crta 135).
La intercesión, algo muy sencillo
Dios es infinitamente simple. Cooperar en las grandes obras de Dios es algo muy sencillo, si lo hacemos desde el Espíritu de Dios, y no desde nuestra sabiduría y habilidad humanas. La intercesión por la Iglesia y el mundo nos introduce en el corazón mismo de la actividad redentora de Cristo Jesús, y de la actividad transformadora del Espíritu Santo. Cuanto más nos identificamos con Cristo y su Espíritu, tanto más se simplifica nuestra actividad.
Para vivir la intercesión intensamente, no es necesario complicarse la vida. La Virgen María, tan sencilla, la vivía a tope. Sí es necesario que el Espíritu consagre a uno como intercesor.
Una bella ilustración de esta realidad la encontramos en santa Teresita, que escribe: “Las almas sencillas no necesitan usar medios complicados. Como yo soy una de ellas, Jesús me inspiró un modo sencillo de cumplir mi misión (de intercesora). Me hizo comprender el sentido de estas palabras de los cantares: Atráeme, correremos tras el olor de tus perfumes. ¡Oh Jesús! cuando un alma se ha dejado cautivar por el olor embriagador de vuestros perfumes, no podría correr sola; todas las almas que le son queridas se sienten llevadas tras ella... El alma que se abisma en el océano sin riberas de vuestro amor, lleva tras de sí todos los tesoros que posee. Señor, sabéis que mis únicos tesoros son las almas que os habéis dignado unir a la mía... He aquí mi oración. Pido a Jesús que me atraiga a las llamas de su amor, que me una tan estrechamente a sí, que sea él quien viva y obre en mí. Cuanto más me abrase el corazón el fuego de amor, con tanta mayor fuerza diré: Atráeme. Cuanto más se acerquen las almas a mí, con tanta mayor ligereza correrán estas almas tras el olor de los perfumes del Amado” (C 34r).
Dios es Amor, y nuestra cooperación en las grandes obras de Dios depende de la pureza y fuerza de nuestro amor. Escuchemos al gran Doctor de la Iglesia, san Juan de la Cruz, hablando del alma místicamente unida a Dios en amor:
“Cuando un alma llega este estado de amor no la conviene ocuparse en obras exteriores, que la pudiesen impedir un punto de aquella asistencia de amor en Dios, aunque sean de gran servicio de Dios, porque es más precioso delante de Dios un poquito de este puro amor y más provecho hace a la Iglesia, aunque parece que no hace nada, que todas esas otras obras juntas. Adviertan aquí los que son muy activos, que piensan ceñir el mundo con sus predicaciones y obras exteriores, que mucho más provecho harían a la iglesia y mucho más agradarían a Dios, si gastasen siquiera la mitad de ese tiempo en estarse con Dios en oración, aunque no hubiesen llegado a tan alta como esta. Entonces harían más y con menos trabajo con una obra que con mil, mereciéndolo su oración, y habiendo cobrado fuerzas espirituales en ella; porque de otra manera, todo es martillar y hacer poco más que nada, y a veces nada, y aun a veces daño.... Está cierto que las buenas obras no se pueden hacer sino en virtud de Dios” (Can 29,2s).
sábado, septiembre 22, 2007
sábado, junio 23, 2007
Hablan algunos intercesores modélicos
Santa Teresa de Jesús
Al conocer las heridas causadas en la iglesia por el protestantismo, “diome gran fatiga, y lloraba con el Señor y le suplicaba remediase tanto mal. Parecíame que mil vidas pusiera yo para remedio de un alma... Y determiné hacer ese poquito que era en mí, que es seguir los consejos evangélicos con toda la perfección que yo pudiese, y procurar que estas poquitas que están aquí (San José, Ávila) hiciesen lo mismo... Que todas ocupadas en oración por los que son defensores de la iglesia, ayudásemos en lo que pudiésemos a este Señor mío, que tan apretado le traen aquellos a los que ha hecho tanto bien...”
“Oh hermanas mías en Cristo, ayudadme a suplicar esto al Señor, que para eso os juntó aquí; este es vuestro llamamiento; estos han de ser vuestros negocios; aquí vuestras lágrimas; estas vuestras peticiones.... Y cuando vuestras oraciones y deseos y disciplinas y ayunos no se empleasen en esto que he dicho, pensad que no hacéis ni cumplís el fin para que aquí os juntó el Señor” (Camino de perfección c. 1,2.5; c.3,10).
Al conocer las heridas causadas en la iglesia por el protestantismo, “diome gran fatiga, y lloraba con el Señor y le suplicaba remediase tanto mal. Parecíame que mil vidas pusiera yo para remedio de un alma... Y determiné hacer ese poquito que era en mí, que es seguir los consejos evangélicos con toda la perfección que yo pudiese, y procurar que estas poquitas que están aquí (San José, Ávila) hiciesen lo mismo... Que todas ocupadas en oración por los que son defensores de la iglesia, ayudásemos en lo que pudiésemos a este Señor mío, que tan apretado le traen aquellos a los que ha hecho tanto bien...”
“Oh hermanas mías en Cristo, ayudadme a suplicar esto al Señor, que para eso os juntó aquí; este es vuestro llamamiento; estos han de ser vuestros negocios; aquí vuestras lágrimas; estas vuestras peticiones.... Y cuando vuestras oraciones y deseos y disciplinas y ayunos no se empleasen en esto que he dicho, pensad que no hacéis ni cumplís el fin para que aquí os juntó el Señor” (Camino de perfección c. 1,2.5; c.3,10).
Sta Teresita del Niño Jesús
“Un sabio dijo: Dadme una palanca, un punto de apoyo, y levantaré el mundo. Lo que Arquímedes no pudo lograr, porque su petición no se dirigía a Dios, y porque, además, iba hecha desde un punto de vista material, lo lograron los santos en toda su plenitud. El Todopoderoso les dio un punto de apoyo: ¡El mismo! ¡El sólo! Y una palanca: la oración, que quema como fuego de amor. Y así levantaron el mundo. Y así lo siguen levantando los santos que aún militan en la tierra, y así lo levantarán, hasta el fin del mundo, los santos que vengan.” (Ms C 36v).
“¡Ah! La oración y el sacrificio constituyen toda mi fuerza, son las armas invencibles que Jesús me ha dado. Ellas pueden, mucho mejor que las palabras, conmover a los corazones. Muchas veces lo he comprobado... ¡Qué grande es el poder de la oración! Se diría que es una reina que en todo momento tiene entrada libre al rey, y puede conseguir todo lo que pide... Hago como los niños que no saben leer: digo a Dios con toda sencillez lo que quiero decirle, sin componer bellas frases, y siempre me entiende”. (Se lo dice en el silencio del corazón)
“Para mí la oración es un impulso del corazón, una simple mirada dirigida al cielo, un grito de agradecimiento y de amor, tanto en medio de la tribulación como en medio de la alegría. En fin, es algo grande, algo sobrenatural que me dilata el alma y me une con Jesús.... Me gustan mucho las oraciones en común, porque Jesús prometió hallarse en medio de los que se reúnen en su nombre. Siento entonces que el fervor de mis hermanas suple al mío.” (Ms C 24v.25r.25v).
“¡Qué misterio! ¿No es Jesús omnipotente? ¿Por qué, pues, dice: Pedid al dueño de la mies...? ¡Ah! Es que Jesús siente por nosotras un amor tan incomprensible, que quiere que tengamos parte con él en la salvación de las almas. No quiere hacer nada sin nosotras. El Creador del universo espera la oración de una pobrecita alma para salvar a las demás almas, redimidas, como ella, al precio de toda su sangre... He aquí las palabras de Jesús: Levantad los ojos y ved... Ved cómo en mi cielo hay sitios vacíos; os toca a vosotras llenarlos. Vosotras sois mi Moisés orante en la montaña; pedidme obreros, y yo los enviaré. ¡No espero más que una oración, un suspiro de vuestro corazón!” (Cta 135, a Celina).
“Las almas sencillas no necesitan usar medios complicados. Como yo soy una de ellas, Jesús me inspiró un modo sencillo de cumplir mi misión (de intercesora). Me hizo comprender el sentido de estas palabras de los cantares: Atráeme, correremos tras el olor de tus perfumes. ¡Oh Jesús! cuando un alma se ha dejado cautivar por el olor embriagador de vuestros perfumes, no podría correr sola; todas las almas que le son queridas se sienten llevadas tras ella... El alma que se abisma en el océano sin riberas de vuestro amor, lleva tras de sí todos los tesoros que posee. Señor, sabéis que mis únicos tesoros son las almas que os habéis dignado unir a la mía... He aquí mi oración. Pido a Jesús que me atraiga a las llamas de su amor, que me una tan estrechamente a sí, que sea él quien viva y obre en mí. Cuanto más me abrase el corazón el fuego de amor, con tanta mayor fuerza diré: Atráeme. Cuanto más se acerquen las almas a mí, con tanta mayor ligereza correrán estas almas tras el olor de los perfumes del Amado.” (C 34r.)
“Un sabio dijo: Dadme una palanca, un punto de apoyo, y levantaré el mundo. Lo que Arquímedes no pudo lograr, porque su petición no se dirigía a Dios, y porque, además, iba hecha desde un punto de vista material, lo lograron los santos en toda su plenitud. El Todopoderoso les dio un punto de apoyo: ¡El mismo! ¡El sólo! Y una palanca: la oración, que quema como fuego de amor. Y así levantaron el mundo. Y así lo siguen levantando los santos que aún militan en la tierra, y así lo levantarán, hasta el fin del mundo, los santos que vengan.” (Ms C 36v).
“¡Ah! La oración y el sacrificio constituyen toda mi fuerza, son las armas invencibles que Jesús me ha dado. Ellas pueden, mucho mejor que las palabras, conmover a los corazones. Muchas veces lo he comprobado... ¡Qué grande es el poder de la oración! Se diría que es una reina que en todo momento tiene entrada libre al rey, y puede conseguir todo lo que pide... Hago como los niños que no saben leer: digo a Dios con toda sencillez lo que quiero decirle, sin componer bellas frases, y siempre me entiende”. (Se lo dice en el silencio del corazón)
“Para mí la oración es un impulso del corazón, una simple mirada dirigida al cielo, un grito de agradecimiento y de amor, tanto en medio de la tribulación como en medio de la alegría. En fin, es algo grande, algo sobrenatural que me dilata el alma y me une con Jesús.... Me gustan mucho las oraciones en común, porque Jesús prometió hallarse en medio de los que se reúnen en su nombre. Siento entonces que el fervor de mis hermanas suple al mío.” (Ms C 24v.25r.25v).
“¡Qué misterio! ¿No es Jesús omnipotente? ¿Por qué, pues, dice: Pedid al dueño de la mies...? ¡Ah! Es que Jesús siente por nosotras un amor tan incomprensible, que quiere que tengamos parte con él en la salvación de las almas. No quiere hacer nada sin nosotras. El Creador del universo espera la oración de una pobrecita alma para salvar a las demás almas, redimidas, como ella, al precio de toda su sangre... He aquí las palabras de Jesús: Levantad los ojos y ved... Ved cómo en mi cielo hay sitios vacíos; os toca a vosotras llenarlos. Vosotras sois mi Moisés orante en la montaña; pedidme obreros, y yo los enviaré. ¡No espero más que una oración, un suspiro de vuestro corazón!” (Cta 135, a Celina).
“Las almas sencillas no necesitan usar medios complicados. Como yo soy una de ellas, Jesús me inspiró un modo sencillo de cumplir mi misión (de intercesora). Me hizo comprender el sentido de estas palabras de los cantares: Atráeme, correremos tras el olor de tus perfumes. ¡Oh Jesús! cuando un alma se ha dejado cautivar por el olor embriagador de vuestros perfumes, no podría correr sola; todas las almas que le son queridas se sienten llevadas tras ella... El alma que se abisma en el océano sin riberas de vuestro amor, lleva tras de sí todos los tesoros que posee. Señor, sabéis que mis únicos tesoros son las almas que os habéis dignado unir a la mía... He aquí mi oración. Pido a Jesús que me atraiga a las llamas de su amor, que me una tan estrechamente a sí, que sea él quien viva y obre en mí. Cuanto más me abrase el corazón el fuego de amor, con tanta mayor fuerza diré: Atráeme. Cuanto más se acerquen las almas a mí, con tanta mayor ligereza correrán estas almas tras el olor de los perfumes del Amado.” (C 34r.)
“Un alma unida e identificada con Jesús lo puede todo. Y me parece que sólo por la oración se puede alcanzar esto... Pues salvar almas no es otra cosa que darles a Jesús, y el que no lo posee, no puede dar nada... ¡Qué hermosa es nuestra vocación! Somos redentoras en unión con nuestro Salvador. Somos las hostias donde Jesús mora. En ellas vive, ora y sufre por el mundo pecador. ¿No fue esta la vida de la más perfecta de las criaturas, la Sma. Virgen? Ella llevó al Verbo en el silencio. Ella siempre oró y sufrió... ¿No es esta la vida de Jesús en el Sagrario? Sin duda, hemos escogido la mejor parte” (Carta 130).
“Hoy, Jueves Santo (14,4.1938), día en que el Señor se reunió con sus discípulos, yo también, en mi pequeñez, me acerqué a Jesús, pidiéndole que conmigo se quedara, y me admitiera a su mesa, y me permitiera vivir con él y seguirle a todas partes como su sombra... Le pedí a Jesús me permitiera reclinar mi cabeza sobre su pecho como san Juan. Le pedí que de mí no se apartara nunca aunque me viera débil y miserable... Recorrí el mundo entero enseñando a Jesús todo lo que quería que remediase: España, la guerra, mis hermanos, tantos corazones a quien quiero...Todo se lo enseñé a Jesús y le dije: Señor, tómame a mí y date tú al mundo, acéptame, Señor, tal como soy, enfermo, inútil, disipado y negligente. Y el Señor me escuchó” (Pág. 816).
S. Juan de la Cruz
Cuando tú me mirabas,
su gracia en mí tus ojos imprimían;
por eso me adamabas
y en eso merecían
los míos adorar lo que en ti vían. (Cántico Esp. c. 32)
“El mirar de Dios es amar y hacer mercedes” (Cant.19,6). “La mirada de Dios cuatro bienes hace en el alma: limpiarla, agraciarla, enriquecerla y alumbrarla; así como el sol con sus rayos enjuga, calienta, hermosea y resplandece. Y después que Dios pone en el alma estos tres bienes postreros, por cuanto por ellos le es el alma muy agradable, nunca más se acuerda de la fealdad y pecado que antes tenía” (Cántico 33,1).
*¿Qué mejor oración que acoger la mirada y el amor de Dios? * ¿Qué mejor intercesión que llevar en el corazón a nuestros seres queridos, a la Iglesia, el mundo..., y dejar que la mirada de Dios se pose sobre ellos con su infinito amor y generosidad?
En el coro de San Damián (Asís), convento donde vivió y murió Sta. Clara:
Non vox, sed votum
No la voz, sino el deseo,
Non clamor, sed amor
No el clamor, sino el amor
Non cordula, sed cor
No las cuerdas (vocales), sino el corazón
Psalat in aure Dei
Cante al oído de Dios.
Lingua consonet menti
Concuerde la lengua con la mente
et mens consonet cum Deo
Y la mente con Dios.
Bendiciones y Privilegios del intercesor
1. El ministerio de intercesión universal es algo tan dinámico como para sellar el destino de un futuro santo. Solo Dios es santo, fuente de toda santidad. La criatura es santa en cuanto, unida a Dios, participa de la santidad de Dios. Quien intercede con Jesús, está ya unido a Jesús. Conforme persevera en la intercesión se va uniendo más y más hasta desaparecer en Jesús, ya que Jesús es el único intercesor. Ante ti tienes abierto un camino muy seguro y recto para llegar a aquel grado de santidad al que Dios, en su bondad, te ha predestinado. La intercesión universal es camino de santidad.
2. Jesús intercede por nosotros a la diestra del Padre (Rm 8,34). La diestra de Dios es un lugar de privilegio, de poder, de gozo sin fin. “Me enseñarás el camino de la vida, plenitud de gozo en tu presencia, alegría perpetua a tu derecha” (S 16,11). Cuando intercedes con Jesús, Dios te contempla ya a su derecha con su amado Hijo. Eso explica la alegría desbordante que suele reinar al final de un encuentro fuerte de intercesión.
3. La intercesión es una tarea de misericordia, que garantiza la misericordia divina (Mt5,7). Dios es Padre de todos, también de los no creyentes y de los que le rechazan. Al interceder por ellos, les prestas tu fe, tu esperanza, tu voz y sobre todo, corazón, para que sean ellos quienes clamen al Padre desde tu corazón. De ese modo tu corazón se convierte en un verdadero santuario universal, desde el que claman al Señor innumerables personas de toda raza, lengua y nación. Es como un anticipo de la liturgia del cielo, anunciada en el Apocalipsis (7,9s).
4. La intercesión es a veces muy dolorosa, cuando sientes las cargas del prójimo; pero tanto más beneficiosa, pues Dios “recoge tus lágrimas en su odre” (S 56,9), para regar con ellas las semillas de su gracia. Así se realiza lo del Salmo 126: “Los que siembran entre lágrimas, cosecharán entre cantares”. Muchos serán los que algún día canten contigo.
5. “Buscad primero el reino de Dios, todo lo demás se os dará por añadidura”: Mt 6.33. Cuando te fías de Dios a ciegas, buscas de corazón su reino y sus intereses, dejando de lado los tuyos propios, entonces, como lo ha prometido, Dios se cuida de tus cosas y de tus seres queridos. Es un trueque muy ventajoso; ciertamente sales ganando. La experiencia lo comprueba a menudo.
6. Cuando piensas en interceder por otros, puede abrumarte la conciencia de tus propios pecados. Lee Za 3,1s y verás lo que Dios hace con los que se acercan al trono de la gracia para interceder por otros: en su gran bondad, los defiende del acusador, los purifica de sus pecados, los santifica y adorna con vestidos preciosos de dones y virtudes.
7. La intercesión auténtica es desinteresada: sólo busca el bien del prójimo y la gloria de Dios. Tal actitud te hace salir de tu propio yo (ektasis); olvidarte de ti mismo; morir a tus egoísmos. Así te vas sanando de males tan perniciosos como egocentrismo, autorechazo y otros. Cuando vives a fondo las inquietudes de la Iglesia y los problemas del mundo, tus propios problemas se convierten en problemillas, o en problemas del pasado.
8. El antiguo Israel había sido elegido por Dios como “pueblo sacerdotal” para adorar al Dios verdadero de parte de todos los pueblos. Algo que muchos israelitas nunca captaron. El mismo peligro existe hoy en grupos eclesiales. Algunos para proteger su identidad se encierran en una burbuja; incluso llegan a mirar a otros grupos como rivales. Y cuando eso sucede, loa grupos se atrofian. La intercesión universal nos libera de ese peligro: todo individuo y grupo cristiano está llamado a la intercesión; y ésta se hace a beneficio de todos.
9. María, como Madre universal y Mediadora de la gracia, está presente en toda intercesión. Pero, como en el evangelio, suele andar calladita, de puntillas, para no llamar la atención. No quiere haya otro protagonista que su Hijo Jesús. ¡Cuánto tenemos que aprender de ella!
La lucha espiritual.
Cuando se sacrifica un valor por el reino de Dios, éste no se destruye; se revalúa y diviniza. Quien sacrifica su voluntad y libertad por Cristo, se hace realmente libre y fuerte, pues queda “arraigado y cimentado en Cristo” (Col 1,7). Quien sacrifica su autonomía para someterse a Cristo, de autónomo se convierte en cristónomo. Viviendo bajo la ley de Cristo, encuentra una seguridad y fuerza sobrehumanas. “Todo lo puedo en aquel que me conforta” (Fl 4,13). Revelador el ejemplo del centurión romano: “Porque yo estoy sujeto a la autoridad (del poderoso emperador), tengo autoridad”, me siento fuere (Mt 8,9). En el reino de Dios nada más débil que la autonomía individual o de grupo. La teonomía o cristonomía es invencible. ¡Quién como Dios!
Este principio es de transcendental importancia cuando la intercesión se convierte en lucha espiritual, como sucede con frecuencia. Únicamente bajo el señorío de Jesús podemos luchar con enemigos más fuertes, veteranos y astutos que nosotros, y estar seguros de salir victoriosos. San Pedro nos exhorta: “Humillaos bajo la poderosa mano de Dios (teonomía), para que os ensalce a su tiempo... ¡Estad en guardia! Vuestro enemigo, el diablo, como león rugiente, ronda buscando a quien devorar. Resistidlo firmes en la fe” (1P 5,6-9). Y Santiago: “Someteos a Dios (teonomía); resistid al diablo, y huirá de vosotros” (St 4,7).
Mt 8,16 nos ofrece una escena típica de la evangelización de Jesús: “Al anochecer le presentaron muchos endemoniados; y con su palabra echó a los espíritus y curó a todos los enfermos”. Con Jesús ha venido el Reino de Dios y las fuerzas del antireino retroceden. La intercesión es mucho más que presentar nombres y necesidades ante Dios. Es luchar por el reino de Dios; y ello supone, con frecuencia, enfrentamiento con las fuerzas del mal. * Véase Ef 6,10-20.
En nuestra cultura, el enemigo trata de desacreditar a la Iglesia, utilizando su arma más fuerte, la mentira; trata de atrofiar la fe a través del consumismo, del amor al placer y al dinero; y trata de dominar a las personas a través del ocultismo, magia, adivinación, nueva era, orgullo y autosuficiencia espiritual, adicciones y ataduras pecaminosas.
Es preciso utilizar todas nuestras armas en la lucha directa con el enemigo. Empuñando el escudo de la fe y la espada del Espíritu, y reclamando las promesas de Dios en favor de los redimidos. Usando la oración de liberación en el nombre de Jesús y con la ayuda de la Virgen María. Proclamando la victoria de Jesús sobre el enemigo; el poder de su sangre y de su santa cruz. Poniendo bajo la autonomía de Jesús y cubriendo con su sangre a las personas, lugares y causas por los que oramos.
El intercesor cristificado, despojado de su yo, revestido y lleno de Cristo Jesús, es el mejor soldado en esta lucha. Santa Teresa de Jesús escribe: “Los soldados de Cristo, que tienen contemplación y tratan de oración, saben que, con la fuerza que en ellos pone el Señor, los enemigos no tienen fuerza, y que siempre quedan vencedores y con gran ganancia... Los que temen, y es razón teman y siempre pidan los libre de ellos el Señor, son unos demonios que se transforman en ángeles de luz. De estos pidamos muchas veces que nos libre el Señor" (Camino de Perfec.38,2). "Porque si, como dice David, con los santos seremos santos, no hay que dudar, sino que, estando hecha una cosa con el Fuerte por la unión tan soberana de espíritu con espíritu, se le ha de pegar fortaleza, y así vemos la que han tenido los santos para padecer y morir" (7 Moradas,4, 10).
Y san Juan de la cruz: "Unida con la misma fuerza de amor con que es amada de Dios, ama el alma a Dios con la voluntad y fuerza del mismo Dios; la cual fuerza es el Espíritu Santo, en el cual está el alma transformada. (Cántico 38,3s). Y con la misma fuerza ama a todos los seres humanos, y los libera del poder del enemigo, y los levanta a Dios en su oración.
INTERCESORES CRISTIFICADOS
“A los que de antemano conoció Dios, también los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito de muchos hermanos” (Rm 8,29). Este es el destino, divinamente glorioso, de todo cristiano: ser como Jesús, incluso, ser Jesús.
La intercesión universal es un camino muy eficaz para llegar a esa meta gloriosa, porque nos enseña a dejar de lado nuestros propios intereses, deseos, esquemas y proyectos, de modo que poco a poco vamos muriendo a nuestro yo. Y todo lo que pasa por la muerte, comienza a experimentar ya la resurrección del divino Salvador. Muriendo a mi yo, dejo crecer en mí a Cristo, el resucitado.
Por el bautismo hemos nacido de Dios, participamos de la vida de Dios y estamos “revestidos de Cristo” (Ga 3,26s). Esta gracia, bien cultivada, puede crecer sin límites, llevándonos a la unión mística con Dios y transformación final en Cristo, el Hijo de Dios. El camino más corto y seguro para ello es buscar siempre y en todo la voluntad de Dios. Quien sigue este camino, al fin podrá cantar: “Vivo yo, no yo, Cristo vive en mí” (Ga 2,20).
San Juan de la Cruz: “La unión y transformación del alma con Dios se da cuando las dos voluntades, la del alma y la de Dios, están en uno conformes, no habiendo en la una cosa que repugne a la otra... De donde a aquella alma se comunica Dios más que está más aventajada en amor, lo cual es tener más conforme su voluntad con la de Dios. Y la que totalmente la tiene conforme y semejante, totalmente está unida y transformada en Dios sobrenaturalmente” (2 Subida 5,3s).
La intercesión universal es un camino muy eficaz para llegar a esa meta gloriosa, porque nos enseña a dejar de lado nuestros propios intereses, deseos, esquemas y proyectos, de modo que poco a poco vamos muriendo a nuestro yo. Y todo lo que pasa por la muerte, comienza a experimentar ya la resurrección del divino Salvador. Muriendo a mi yo, dejo crecer en mí a Cristo, el resucitado.
Por el bautismo hemos nacido de Dios, participamos de la vida de Dios y estamos “revestidos de Cristo” (Ga 3,26s). Esta gracia, bien cultivada, puede crecer sin límites, llevándonos a la unión mística con Dios y transformación final en Cristo, el Hijo de Dios. El camino más corto y seguro para ello es buscar siempre y en todo la voluntad de Dios. Quien sigue este camino, al fin podrá cantar: “Vivo yo, no yo, Cristo vive en mí” (Ga 2,20).
San Juan de la Cruz: “La unión y transformación del alma con Dios se da cuando las dos voluntades, la del alma y la de Dios, están en uno conformes, no habiendo en la una cosa que repugne a la otra... De donde a aquella alma se comunica Dios más que está más aventajada en amor, lo cual es tener más conforme su voluntad con la de Dios. Y la que totalmente la tiene conforme y semejante, totalmente está unida y transformada en Dios sobrenaturalmente” (2 Subida 5,3s).
A veces, el intercesor, llevado por el Espíritu en un momento de gracia, se pasa al alma de Cristo; y siente de algún modo la sed abrasadora que consume al divino Redentor, sed de almas. Y esa misma sed mueve al intercesor a trabajar, orar y gemir sin descanso por la salvación de todos.
Santa Teresita, muy joven, tuvo esa experiencia: “Un domingo, contemplando una estampa de nuestro Señor crucificado, quedé profundamente impresionada al ver la sangre que caía de una de sus manos divinas. Experimenté una pena inmensa al pensar que aquella sangre caía al suelo sin que nadie se apresurase a recogerla; y resolví mantenerme en espíritu al pie de la cruz para recibir el divino rocío que goteaba de ella, comprendiendo que luego tendría que derramarlo sobre las almas. El grito de Jesús en la cruz resonaba continuamente en mi corazón: ¡Tengo sed! ”(A 45v).
A veces el intercesor, sumergido en el seno de Dios, percibe la sed infinita que abrasa el corazón de Dios, sed de amar y de darse. Dios es amor, todo el ser divino es amor. Y por eso no hay nada que Dios desee tanto y hasta necesite, como amar. Bien dice san Agustín: Deus sitit sitiri. Dios está sediento de amar, y de amar gratuitamente, sin límites, sin fin.
No solamente los mortales tenemos problemas. Dios también los tiene. Su mayor problema: “¿Dónde encuentro corazones totalmente abiertos y libres en los que pueda derramar mi amor infinito? En el cielo ya los tengo, pero en la tierra...?”
Un problema adicional que encuentra Dios en nuestros tiempos es cómo regalar su amor. En nuestra cultura consumista se mide el bienestar de una sociedad por su poder adquisitivo. Lo gratuito no merece la pena. Entre consumidores no se comprende la gracia, los dones, el amor totalmente gratuito de Dios. Y Dios tiene que preguntarse de nuevo: “¿Dónde encontraré corazones totalmente pobres y humildes que acojan mis dones, mi amor excesivo... como puro don?”
No te imaginas cuánto agradece Dios le ayudemos a solucionar estos problemas. ¿Puedes ayudarle? Es lo que trata de hacer el intercesor cristificado.
Ciertamente no está libre de miserias humanas. Pero el Espíritu le enseña a utilizar sus miserias como puente para comunicarse con Dios y con los hombres. Canta el salmista: Un abismo llama a otro abismo (S.41,8). En lo más hondo del abismo de su miseria, el intercesor se encuentra cara a cara con el abismo sin fondo de la misericordia divina. Cuando el intercesor asume sus miserias, se abre completamente ante Dios. Y el amor misericordioso de Dios, con su fuerza infinita, se lanza sobre él, consume su miseria, y la transforma en amor y compasión hacia sus semejantes.
De ahí saca fuerzas el intercesor para acoger en su corazón a tantos millones de hermanos hambrientos de felicidad y vacíos de Dios, y clamar más con gemidos del alma, que con palabras: “Míranos, Señor, con tu infinita misericordia; glorifica tu misericordia infinita en nuestra miseria sin límites; ámanos, Señor, a tu placer, con tu amor gratuito; abrázanos, Señor; introdúcenos en tu corazón; sacia en nosotros tu sed infinita de amar”.
La vida del intercesor cristificado puede ser totalmente normal y sencilla. Y lo normal en esta vida suele ser caminar hacia Dios en oscuridad y sequedad. Es así como la fe y el amor se purifican y fortalecen. Lo que caracteriza al intercesor cristificado es su amor total a la voluntad de Dios y su entrega a la causa de Dios: la santificación de la Iglesia y la salvación del mundo.
“El reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en el campo. El que lo encuentra, lleno de alegría, vende todo lo que tiene y compra el campo” (Mt 13,44). En el campo de la intercesión se esconde un tesoro fabuloso. A quien lo encuentra, no le cuesta vender todo: sacrificar su tiempo, sus proyectos, su voluntad, su libertad... y quedarse con el campo y el tesoro escondido.
Aquí se realiza ¡el gran milagro de la intercesión! El intercesor, una pobre criaturita, se va llenando del amor de Dios. San Juan de la Cruz: “Y así, unida con la misma fuerza de amor con que es amada de Dios, ama el alma a Dios con la voluntad y fuerza del mismo Dios; la cual fuerza es el Espíritu Santo, en el cual está el alma transformada (Cántico 38,3s). Y amando a Dios con la fuerza de Dios de parte de otros, contribuye inmensamente a la santificación de la Iglesia y a la salvación de innumerables almas.
Muy sabiamente aconseja el mismo Doctor Místico: “Cuando un alma llega este estado de amor no la conviene ocuparse en obras exteriores, que la pudiesen impedir un punto de aquella asistencia de amor en Dios, aunque sean de gran servicio de Dios, porque es más precioso delante de Dios un poquito de este puro amor y más provecho hace a la Iglesia, aunque parece que no hace nada, que todas esas otras obras juntas. Adviertan, pues, aquí los que son muy activos, que piensan ceñir el mundo con sus predicaciones y obras exteriores, que mucho más provecho harían a la iglesia y mucho más agradarían a Dios, si gastasen siquiera la mitad de ese tiempo en estarse con Dios en oración, aunque no hubiesen llegado a tan alta (oración) como esta. Entonces harían más y con menos trabajo con una obra que con mil, mereciéndolo su oración, y habiendo cobrado fuerzas espirituales en ella; porque de otra manera, todo es martillar y hacer poco más que nada, y a veces nada, y aun a veces daño.... Está cierto que las buenas obras no se pueden hacer sino en virtud de Dios” (Cántico c.29,2s).
Intercesores consagrados
Imagínate que dos ejércitos se enfrentan: uno muy numeroso, mal armado, peor disciplinado; otro pequeño bien armado y disciplinado. ¿Cuál lleva ventaja? Es lo que sucede, y con mayor diferencia, en el orden espiritual. El poder de la intercesión, más que en el número, está en la calidad y disciplina de los intercesores. Un santo lleva al cielo más almas que cien mil cristianos mediocres, que ocasionalmente interceden. Piensa en santa Teresita y almas como ella.
En nuestra sociedad de consumo y de comodismo el cristiano o es un místico y vuela sobre el ambiente del mundo; o no va a ningún sitio, se hunde. En otras palabras, o se deja controlar por el Espíritu de Dios, o cae bajo el sofocante control del espíritu del mundo. Por eso, en nuestra cultura actual de poco sirven al Señor los simples intercesores: los que oran periódicamente, pero, absortos en las cosas del mundo, se despreocupan de su reino habitualmente.
El Señor necesita hoy, para renovar su Iglesia y cambiar mundo, un ejército de intercesores consagrados. Necesita personas desinteresadas y humildes que, controladas por el Espíritu, están cada vez más llenas de Dios, y abrasadas por el deseo de extender su reino en este mundo.
Los intercesores consagrados, no sólo oran con Cristo Jesús, sino también como Cristo Jesús. El primer paso decisivo para ser intercesor consagrado es redescubrir nuestra consagración bautismal. Después de haber abierto las puertas del cielo, Jesús resucitado dio este mandato: “Haced discípulos míos de todas las gentes, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28,17-20).
El día más glorioso de tu vida, que te dejó marcado para toda la eternidad es el día de tu bautismo. Bautismo significa sumergirse en Dios, de modo que todo pecado se borra y uno queda empapado en la santidad de Dios: consagrado a Dios por la acción del mismo Dios. “Habéis sido lavados, consagrados y justificados en el nombre de nuestro Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios” (1Co 6,11).
Consagrar es la acción del Espíritu Santo, por la que éste toma posesión de una criatura y la introduce dentro de Dios, en el seno de la Trinidad; la unge y penetra con su propia santidad; la transforma por dentro y la configura con Cristo.
Por la gracia del bautismo participamos de la misma vida de Dios (2P 1,3s) y vivimos en comunión con la Trinidad. Un gran místico escribe: “Lo que hemos visto y oído os lo anunciamos para que también vosotros estéis en comunión con el Padre y su Hijo Jesucristo”( 1Jn 1,3).
Bta Isabel de la Trinidad: “Trinidad, he ahí nuestra morada, nuestro propio hogar, la casa paterna de donde nunca debemos salir. Así lo manifestó un día el divino Maestro: el esclavo no se queda en la casa para siempre; el hijo se queda para siempre (Jn 8,35) (CF 2). “Amo tanto ese misterio de la SS. Trinidad. Es un abismo donde desaparezco” (Cta 62).
Las grandes obras de Dios llevan el sello de Dios. El bautismo imprime carácter: una marca indeleble producida por el Espíritu Santo, señal de consagración y pertenencia a Dios; reproduce en nosotros la figura de Cristo y nos hace partícipes de su sacerdocio; permanece para siempre como garantía de la protección divina, y de resurrección final: 2Co 1,21s; Ef 1,13s; 4,30.
Quien nos unge y consagra, quien nos introduce en Dios y nos santifica es el Espíritu de Dios. Y el Espíritu no puede descansar hasta que la obra de Dios esté plenamente realizada en nosotros. Por eso, podemos decir que ¡todo bautizado está llamado a la unión mística con Dios y equipado para la misma! Posee ya el Espíritu y sus dones. Y podemos añadir que todo bautizado está llamado a ser intercesor consagrado. Lo será si se abre sin reservas y se deja conducir por el Espíritu.
Constantemente el Espíritu nos está enviando un mensaje: ¡Déjame controlar tu vida! ¡Y verás lo que hago de ti! Una conciencia viva de esta llamada es algo tan dinámico como para sellar el destino de un futuro santo y gran intercesor. ¿Cómo responder a esa llamada? - Nuestra respuesta consiste en consagrase; y eso es tarea de todos los días.
Consagrarse: es abrir todas las puertas al Espíritu; es entregarse a Dios sin reservas; dejarse invadir por los Tres; dejar que Espíritu santificador nos sumerja en ese Océano de Amor, que es nuestro Dios; dejar que él nos utilice libremente para la obra de Dios, la extensión de su reino.
Tal consagración conlleva renuncia, no como un fin, sino como un medio para la entrega. “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mc 8,34ss). Jesús nos pide renunciar ante todo a la propia voluntad y a los propios gustos, poniendo siempre por delante lo que entendemos ser más del agrado de Dios. En realidad, nada puede ser tan ventajoso para nosotros y para nuestro mundo como la voluntad de Dios, su reino y su gloria.
El ideal de consagración se realiza plenamente en la vía mística, cuando la vida del cristiano cae bajo el control del Espíritu. Cuando el Espíritu llega a controlar la vida interior de un cristiano, le purifica a fondo (noche oscura); le permite comunicarse directamente con Dios (contemplación infusa); y al fin, le conduce a la unión mística con Dios. De ese modo la consagración bautismal alcanza su plenitud: la criatura, vaciándose de sí, se va llenando de Dios; al final, entregándose por entero, llega a la plena posesión de Dios.
Nadie entra en la vía mística por decisión propia, ni por esfuerzo propio. Es un don del Espíritu. Pero un don que el Espíritu muy gustosamente concede a quien lo desea de veras y con humildad; cultiva la vida de oración con fidelidad; se dispone vaciándose de sí con generosidad; y con sabiduría deja que Dios sea Dios, diciendo siempre, como María, Hágase en mí según tu placer.
Del mismo modo, nadie se convierte en intercesor consagrado por decisión propia. Pero todo bautizado puede ser intercesor consagrado, si se abre al Espíritu y coopera con su gracia. Intercesores consagrados son aquellos en cuya vida el Espíritu va tomando las riendas; su vida de oración y amistad con Dios se desarrolla cada vez más bajo el control del Espíritu. El Espíritu les capacita no sólo para interceder con Cristo Jesús, también como Cristo Jesús. Quiero resaltar tres características de la intercesión de Jesús, que deben darse en uno para que pueda llamarse intercesor consagrado.
Tres características de Jesús en el intercesor consagrado
1. Incluso en su vida mortal, Jesús “está en el seno del Padre” (Jn 1,18). Por eso, Jesús cuando intercede, se dirige desde el seno del Padre al corazón del Padre. No hay distancias.
Intercesor consagrado es el que vive 24 horas al día en el seno de Dios. Al caer su vida bajo el control del Espíritu, éste le introduce en la vía mística, que siempre conduce a una más íntima unión con Dios: la unión mística. Unido a Jesús es introducido en el seno del Padre. En él se realiza lo de Col 3,3: “Vosotros habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios”. Gracias a ello, al orar el intercesor consagrado se dirige desde el seno de Dios al corazón de Dios. Como no hay distancias, no necesita muchas palabras para comunicarse. Con una mirada, un gemido intercede por sus hermanos en el silencio sagrado, repleto de Dios.
La Bta Isabel de la Trinidad ora: “¡Oh mis Tres, mi Bienaventuranza, Soledad infinita, Inmensidad donde me pierdo! Sumergíos en mí, para que yo me sumerja en vos”. Dios es soledad llena de plenitud, silencio lleno de sabiduría... Para sumergirse en Dios es preciso huir de tantos ruidos externos, como noticias, novedades, sensaciones...; y más aun de ruidos internos, como fantasías, gustos, miedos, deseos mundanos...
Cuanto más se adentra uno en Dios, mejor puede ayudar a otros a entrar en Dios. Y mejor puede comunicarse con los que están ya en Dios. Si miramos bien, la distancia entre un ser humano y otro parece ser infinita. Una comunicación superficial no es difícil; pero llegar al fondo de otra persona parece imposible... De ahí la soledad en que vive el ser humano.
Entre intercesores consagrados se establece, a veces, una corriente mutua, que ninguna mente humana puede definir. Como todos ellos interceden desde el seno de Dios, éste se convierte en punto de encuentro. ¿Qué mejor lugar para encontrarse?
2. En la encarnación Jesús se identifica con todos los hombres de todos los tiempos, para salvar a todos. Jesús hace suyos los problemas, las aspiraciones legítimas, el dolor, las flaquezas y enfermedades de toda la humanidad: Mt 8,17. En la cruz Jesús se carga con los pecados del mundo: Jn 1,29; 2Co 5,21.
Bajo la acción del Espíritu Santo, el intercesor consagrado vive de algún modo misterioso los problemas de la Iglesia y del mundo, no a nivel de cerebro (estando bien informado), sino a un nivel más profundo y vital. Como san Pablo, vive “la preocupación de todas las iglesias. ¿Quién desfallece sin que desfallezca yo? ¿Quién sufre escándalo sin que yo me abrase?” (2Co 11,28s).
Como todo ser humano, el intercesor puede tener sentimientos de agresividad, rechazo, repulsión... hacia personas concretas o hacia sectores de la sociedad. Cuando el Espíritu lo consagra, tales sentimientos se van convirtiendo en comprensión, amor, compasión y ternura; y van acompañados del deseo de reparar el mal. Gracias a ese misterioso espíritu de solidaridad, recibe Dios desde el intercesor la adoración de los que le rechazan; la alabanza de los que le blasfeman; la gratitud de los que nunca piensan en él, o sólo piensan para pedir favores; la sumisión de los que resisten su voluntad; la entrega de los que huyen de él; y sobre todo, recibe el amor de los que le aman aun sin conocerle.
La misión del intercesor consagrado, más que presentar a Dios los problemas concretos y necesidades de la humanidad, es elevar al cielo los gemidos de la humanidad. Para ello se pone a disposición del Espíritu Santo, que en su interior “intercede con gemidos inefables” (Rm 8,26s).
En Jesús, gimiendo en el huerto y sangrando en la cruz por amor, Dios nos vio a todos los hombres pecadores; nos perdonó y nos justificó: Rm 5,15.20. Cuando en el corazón amigo y sumiso a su voluntad de un intercesor, Dios ve el pecado, la indiferencia, las rebeldías y las miserias sin fin de la humanidad... Dios muestra una vez más su gran compasión hacia la humanidad.
3. Jesús es intercesor cada minuto de su vida, porque sólo existe a beneficio de los demás. En realidad, toda la vida de Jesús, y su misma persona es intercesión. Lo mismo cabe decir de su bendita Madre y nuestra, la Virgen María.
Intercesión, más que un modo de orar, es un modo de vivir. Cuando al creyente, que ama a Dios y al prójimo, le preocupan de veras los problemas de la iglesia y le duele el dolor del mundo, toda su vida se convierte en una intercesión incesante. El intercesor consagrado pone ante Dios todo lo que es y todo lo que tiene a disposición de los demás. Se cumple el dicho de Jesús: “Gratis lo habéis recibido, dadlo gratis” (Mt 10,8).
Para poder entrar en su gloria y abrir a todos las puertas de la gloria, Jesús tuvo que pasar por una muerte horrible. “Jesús comenzó a declararles que tenía que padecer mucho, ser rechazado, morir y resucitar al tercer día. Esto lo decía con toda claridad” (Mc 8,31). En el plan misterioso de Dios, la salvación del mundo entero está vinculada al misterio pascual de Cristo: a su muerte y resurrección.
No es posible cooperar de modo significativo con Cristo en la salvación del mundo y santificación de la Iglesia, sin vivir en plenitud el misterio pascual de Cristo: sin padecer mucho, morir y resucitar. Todo y sólo lo que pasa por la muerte experimenta la resurrección. La mejor parte de la intercesión es toda una vida de trabajo, sacrificio, fatigas, de penas y alegrías, de entrega a la familia y a otros, ofrecida en unión con Cristo Jesús, en favor de otros, de la Iglesia y el mundo. Sin esa intercesión nuestra vida queda muy incompleta y vacía.
“Me amó y se entregó por mí” (Ga 2,20). El Espíritu suele grabar a fuego esta verdad en muchos corazones. Tales personas, no sólo aman a Jesús, aman también su cruz, como el mejor modo de responder y de entregarse a él. Su vida entera se convierte en una ofrenda de amor, un himno de alabanza, una plegaria de intercesión. La vida de estas personas, por ordinaria y oscura que sea, adquiere un valor inmenso para la Iglesia.
“Ofreceos a vosotros mismos como un sacrificio vivo, santo, agradable a Dios... Transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cual es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto” (Rm 12,1s). Lo bueno, lo que agrada a Dios, lo perfecto es que yo haga de mi vida una ofrenda permanente, unida a la de Jesús, en favor de mis hermanos. Mis sufrimientos y los de las personas allegadas a mí, y los de la Iglesia, mi Madre, y los de las personas que acojo en mi corazón, aun sin conocerlas... ofrecidos a Dios junto con los de Cristo tienen un valor infinito. Acarrean una lluvia de gracias.
El cristiano piadoso que tiene su hora de intercesión, que participa en encuentros de intercesión, pero se queja de los inconvenientes, pesadez del programa, rigidez de disciplina... dista un rato de ser intercesor consagrado. Está desaprovechando lo mejor de su vida para la extensión del reino de Dios y para su propia santificación: el sacrificio.
El buen samaritano recogió al peregrino herido, lo llevó a la posada y cargó con los gastos (Lc 10,33ss). Jesús es el Buen Samaritano de la humanidad, que cargó con los gastos de toda la familia; él pagó ya, y con creces el precio de todo lo que de Dios podemos pedir. Con todo, a algunos amigos generosos, destinados a compartir mejor la gloria de Cristo, se les concede el privilegio de contribuir a pagar el precio. “En mi carne completo lo que falta a los sufrimientos de Cristo por su cuerpo, que es la Iglesia” (Col 1,24).
La intercesión es lucha por el reino de Dios, contra las fuerzas del antireino. El ayuno es un arma poderosa en esa lucha. Pero el mejor ayuno es el que uno no escoge: aceptar como un regalo de Dios a cada persona con quien convivimos; y aceptar a cada uno con sus cadaunadas; ante una provocación, morderse la lengua y bendecir en el corazón; al verse ignorado, reconocer que sólo de Dios es la gloria; llevar las dificultades y privaciones de la vida ordinaria, como deficiencias en la comida, inclemencias del tiempo... con buen ánimo y alabando a Dios. Bueno es también el ayuno de caprichos y de comprar cosas superfluas, dando el dinero a Caritas. Estos son los ayunos que van desplazando al yo, para llenarse más de Cristo. Practicándolos asiduamente el intercesor consagrado se va convirtiendo en cristificado.
En nuestra sociedad de consumo y de comodismo el cristiano o es un místico y vuela sobre el ambiente del mundo; o no va a ningún sitio, se hunde. En otras palabras, o se deja controlar por el Espíritu de Dios, o cae bajo el sofocante control del espíritu del mundo. Por eso, en nuestra cultura actual de poco sirven al Señor los simples intercesores: los que oran periódicamente, pero, absortos en las cosas del mundo, se despreocupan de su reino habitualmente.
El Señor necesita hoy, para renovar su Iglesia y cambiar mundo, un ejército de intercesores consagrados. Necesita personas desinteresadas y humildes que, controladas por el Espíritu, están cada vez más llenas de Dios, y abrasadas por el deseo de extender su reino en este mundo.
Los intercesores consagrados, no sólo oran con Cristo Jesús, sino también como Cristo Jesús. El primer paso decisivo para ser intercesor consagrado es redescubrir nuestra consagración bautismal. Después de haber abierto las puertas del cielo, Jesús resucitado dio este mandato: “Haced discípulos míos de todas las gentes, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28,17-20).
El día más glorioso de tu vida, que te dejó marcado para toda la eternidad es el día de tu bautismo. Bautismo significa sumergirse en Dios, de modo que todo pecado se borra y uno queda empapado en la santidad de Dios: consagrado a Dios por la acción del mismo Dios. “Habéis sido lavados, consagrados y justificados en el nombre de nuestro Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios” (1Co 6,11).
Consagrar es la acción del Espíritu Santo, por la que éste toma posesión de una criatura y la introduce dentro de Dios, en el seno de la Trinidad; la unge y penetra con su propia santidad; la transforma por dentro y la configura con Cristo.
Por la gracia del bautismo participamos de la misma vida de Dios (2P 1,3s) y vivimos en comunión con la Trinidad. Un gran místico escribe: “Lo que hemos visto y oído os lo anunciamos para que también vosotros estéis en comunión con el Padre y su Hijo Jesucristo”( 1Jn 1,3).
Bta Isabel de la Trinidad: “Trinidad, he ahí nuestra morada, nuestro propio hogar, la casa paterna de donde nunca debemos salir. Así lo manifestó un día el divino Maestro: el esclavo no se queda en la casa para siempre; el hijo se queda para siempre (Jn 8,35) (CF 2). “Amo tanto ese misterio de la SS. Trinidad. Es un abismo donde desaparezco” (Cta 62).
Las grandes obras de Dios llevan el sello de Dios. El bautismo imprime carácter: una marca indeleble producida por el Espíritu Santo, señal de consagración y pertenencia a Dios; reproduce en nosotros la figura de Cristo y nos hace partícipes de su sacerdocio; permanece para siempre como garantía de la protección divina, y de resurrección final: 2Co 1,21s; Ef 1,13s; 4,30.
Quien nos unge y consagra, quien nos introduce en Dios y nos santifica es el Espíritu de Dios. Y el Espíritu no puede descansar hasta que la obra de Dios esté plenamente realizada en nosotros. Por eso, podemos decir que ¡todo bautizado está llamado a la unión mística con Dios y equipado para la misma! Posee ya el Espíritu y sus dones. Y podemos añadir que todo bautizado está llamado a ser intercesor consagrado. Lo será si se abre sin reservas y se deja conducir por el Espíritu.
Constantemente el Espíritu nos está enviando un mensaje: ¡Déjame controlar tu vida! ¡Y verás lo que hago de ti! Una conciencia viva de esta llamada es algo tan dinámico como para sellar el destino de un futuro santo y gran intercesor. ¿Cómo responder a esa llamada? - Nuestra respuesta consiste en consagrase; y eso es tarea de todos los días.
Consagrarse: es abrir todas las puertas al Espíritu; es entregarse a Dios sin reservas; dejarse invadir por los Tres; dejar que Espíritu santificador nos sumerja en ese Océano de Amor, que es nuestro Dios; dejar que él nos utilice libremente para la obra de Dios, la extensión de su reino.
Tal consagración conlleva renuncia, no como un fin, sino como un medio para la entrega. “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mc 8,34ss). Jesús nos pide renunciar ante todo a la propia voluntad y a los propios gustos, poniendo siempre por delante lo que entendemos ser más del agrado de Dios. En realidad, nada puede ser tan ventajoso para nosotros y para nuestro mundo como la voluntad de Dios, su reino y su gloria.
El ideal de consagración se realiza plenamente en la vía mística, cuando la vida del cristiano cae bajo el control del Espíritu. Cuando el Espíritu llega a controlar la vida interior de un cristiano, le purifica a fondo (noche oscura); le permite comunicarse directamente con Dios (contemplación infusa); y al fin, le conduce a la unión mística con Dios. De ese modo la consagración bautismal alcanza su plenitud: la criatura, vaciándose de sí, se va llenando de Dios; al final, entregándose por entero, llega a la plena posesión de Dios.
Nadie entra en la vía mística por decisión propia, ni por esfuerzo propio. Es un don del Espíritu. Pero un don que el Espíritu muy gustosamente concede a quien lo desea de veras y con humildad; cultiva la vida de oración con fidelidad; se dispone vaciándose de sí con generosidad; y con sabiduría deja que Dios sea Dios, diciendo siempre, como María, Hágase en mí según tu placer.
Del mismo modo, nadie se convierte en intercesor consagrado por decisión propia. Pero todo bautizado puede ser intercesor consagrado, si se abre al Espíritu y coopera con su gracia. Intercesores consagrados son aquellos en cuya vida el Espíritu va tomando las riendas; su vida de oración y amistad con Dios se desarrolla cada vez más bajo el control del Espíritu. El Espíritu les capacita no sólo para interceder con Cristo Jesús, también como Cristo Jesús. Quiero resaltar tres características de la intercesión de Jesús, que deben darse en uno para que pueda llamarse intercesor consagrado.
Tres características de Jesús en el intercesor consagrado
1. Incluso en su vida mortal, Jesús “está en el seno del Padre” (Jn 1,18). Por eso, Jesús cuando intercede, se dirige desde el seno del Padre al corazón del Padre. No hay distancias.
Intercesor consagrado es el que vive 24 horas al día en el seno de Dios. Al caer su vida bajo el control del Espíritu, éste le introduce en la vía mística, que siempre conduce a una más íntima unión con Dios: la unión mística. Unido a Jesús es introducido en el seno del Padre. En él se realiza lo de Col 3,3: “Vosotros habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios”. Gracias a ello, al orar el intercesor consagrado se dirige desde el seno de Dios al corazón de Dios. Como no hay distancias, no necesita muchas palabras para comunicarse. Con una mirada, un gemido intercede por sus hermanos en el silencio sagrado, repleto de Dios.
La Bta Isabel de la Trinidad ora: “¡Oh mis Tres, mi Bienaventuranza, Soledad infinita, Inmensidad donde me pierdo! Sumergíos en mí, para que yo me sumerja en vos”. Dios es soledad llena de plenitud, silencio lleno de sabiduría... Para sumergirse en Dios es preciso huir de tantos ruidos externos, como noticias, novedades, sensaciones...; y más aun de ruidos internos, como fantasías, gustos, miedos, deseos mundanos...
Cuanto más se adentra uno en Dios, mejor puede ayudar a otros a entrar en Dios. Y mejor puede comunicarse con los que están ya en Dios. Si miramos bien, la distancia entre un ser humano y otro parece ser infinita. Una comunicación superficial no es difícil; pero llegar al fondo de otra persona parece imposible... De ahí la soledad en que vive el ser humano.
Entre intercesores consagrados se establece, a veces, una corriente mutua, que ninguna mente humana puede definir. Como todos ellos interceden desde el seno de Dios, éste se convierte en punto de encuentro. ¿Qué mejor lugar para encontrarse?
2. En la encarnación Jesús se identifica con todos los hombres de todos los tiempos, para salvar a todos. Jesús hace suyos los problemas, las aspiraciones legítimas, el dolor, las flaquezas y enfermedades de toda la humanidad: Mt 8,17. En la cruz Jesús se carga con los pecados del mundo: Jn 1,29; 2Co 5,21.
Bajo la acción del Espíritu Santo, el intercesor consagrado vive de algún modo misterioso los problemas de la Iglesia y del mundo, no a nivel de cerebro (estando bien informado), sino a un nivel más profundo y vital. Como san Pablo, vive “la preocupación de todas las iglesias. ¿Quién desfallece sin que desfallezca yo? ¿Quién sufre escándalo sin que yo me abrase?” (2Co 11,28s).
Como todo ser humano, el intercesor puede tener sentimientos de agresividad, rechazo, repulsión... hacia personas concretas o hacia sectores de la sociedad. Cuando el Espíritu lo consagra, tales sentimientos se van convirtiendo en comprensión, amor, compasión y ternura; y van acompañados del deseo de reparar el mal. Gracias a ese misterioso espíritu de solidaridad, recibe Dios desde el intercesor la adoración de los que le rechazan; la alabanza de los que le blasfeman; la gratitud de los que nunca piensan en él, o sólo piensan para pedir favores; la sumisión de los que resisten su voluntad; la entrega de los que huyen de él; y sobre todo, recibe el amor de los que le aman aun sin conocerle.
La misión del intercesor consagrado, más que presentar a Dios los problemas concretos y necesidades de la humanidad, es elevar al cielo los gemidos de la humanidad. Para ello se pone a disposición del Espíritu Santo, que en su interior “intercede con gemidos inefables” (Rm 8,26s).
En Jesús, gimiendo en el huerto y sangrando en la cruz por amor, Dios nos vio a todos los hombres pecadores; nos perdonó y nos justificó: Rm 5,15.20. Cuando en el corazón amigo y sumiso a su voluntad de un intercesor, Dios ve el pecado, la indiferencia, las rebeldías y las miserias sin fin de la humanidad... Dios muestra una vez más su gran compasión hacia la humanidad.
3. Jesús es intercesor cada minuto de su vida, porque sólo existe a beneficio de los demás. En realidad, toda la vida de Jesús, y su misma persona es intercesión. Lo mismo cabe decir de su bendita Madre y nuestra, la Virgen María.
Intercesión, más que un modo de orar, es un modo de vivir. Cuando al creyente, que ama a Dios y al prójimo, le preocupan de veras los problemas de la iglesia y le duele el dolor del mundo, toda su vida se convierte en una intercesión incesante. El intercesor consagrado pone ante Dios todo lo que es y todo lo que tiene a disposición de los demás. Se cumple el dicho de Jesús: “Gratis lo habéis recibido, dadlo gratis” (Mt 10,8).
Para poder entrar en su gloria y abrir a todos las puertas de la gloria, Jesús tuvo que pasar por una muerte horrible. “Jesús comenzó a declararles que tenía que padecer mucho, ser rechazado, morir y resucitar al tercer día. Esto lo decía con toda claridad” (Mc 8,31). En el plan misterioso de Dios, la salvación del mundo entero está vinculada al misterio pascual de Cristo: a su muerte y resurrección.
No es posible cooperar de modo significativo con Cristo en la salvación del mundo y santificación de la Iglesia, sin vivir en plenitud el misterio pascual de Cristo: sin padecer mucho, morir y resucitar. Todo y sólo lo que pasa por la muerte experimenta la resurrección. La mejor parte de la intercesión es toda una vida de trabajo, sacrificio, fatigas, de penas y alegrías, de entrega a la familia y a otros, ofrecida en unión con Cristo Jesús, en favor de otros, de la Iglesia y el mundo. Sin esa intercesión nuestra vida queda muy incompleta y vacía.
“Me amó y se entregó por mí” (Ga 2,20). El Espíritu suele grabar a fuego esta verdad en muchos corazones. Tales personas, no sólo aman a Jesús, aman también su cruz, como el mejor modo de responder y de entregarse a él. Su vida entera se convierte en una ofrenda de amor, un himno de alabanza, una plegaria de intercesión. La vida de estas personas, por ordinaria y oscura que sea, adquiere un valor inmenso para la Iglesia.
“Ofreceos a vosotros mismos como un sacrificio vivo, santo, agradable a Dios... Transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cual es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto” (Rm 12,1s). Lo bueno, lo que agrada a Dios, lo perfecto es que yo haga de mi vida una ofrenda permanente, unida a la de Jesús, en favor de mis hermanos. Mis sufrimientos y los de las personas allegadas a mí, y los de la Iglesia, mi Madre, y los de las personas que acojo en mi corazón, aun sin conocerlas... ofrecidos a Dios junto con los de Cristo tienen un valor infinito. Acarrean una lluvia de gracias.
El cristiano piadoso que tiene su hora de intercesión, que participa en encuentros de intercesión, pero se queja de los inconvenientes, pesadez del programa, rigidez de disciplina... dista un rato de ser intercesor consagrado. Está desaprovechando lo mejor de su vida para la extensión del reino de Dios y para su propia santificación: el sacrificio.
El buen samaritano recogió al peregrino herido, lo llevó a la posada y cargó con los gastos (Lc 10,33ss). Jesús es el Buen Samaritano de la humanidad, que cargó con los gastos de toda la familia; él pagó ya, y con creces el precio de todo lo que de Dios podemos pedir. Con todo, a algunos amigos generosos, destinados a compartir mejor la gloria de Cristo, se les concede el privilegio de contribuir a pagar el precio. “En mi carne completo lo que falta a los sufrimientos de Cristo por su cuerpo, que es la Iglesia” (Col 1,24).
La intercesión es lucha por el reino de Dios, contra las fuerzas del antireino. El ayuno es un arma poderosa en esa lucha. Pero el mejor ayuno es el que uno no escoge: aceptar como un regalo de Dios a cada persona con quien convivimos; y aceptar a cada uno con sus cadaunadas; ante una provocación, morderse la lengua y bendecir en el corazón; al verse ignorado, reconocer que sólo de Dios es la gloria; llevar las dificultades y privaciones de la vida ordinaria, como deficiencias en la comida, inclemencias del tiempo... con buen ánimo y alabando a Dios. Bueno es también el ayuno de caprichos y de comprar cosas superfluas, dando el dinero a Caritas. Estos son los ayunos que van desplazando al yo, para llenarse más de Cristo. Practicándolos asiduamente el intercesor consagrado se va convirtiendo en cristificado.
jueves, mayo 17, 2007
SIMPLES INTERCESORES
Los intercesores no nacen; se hacen. En el largo proceso de formación, se encuentran intercesores en diversos grados de crecimiento: desde intercesores incipientes hasta intercesores ya consagrados, e incluso identificados con el único Intercesor, Cristo. Lo que a continuación se dice vale para todos mutatis mitandis.
Mt 9,35-38 nos ofrece una escena típica. Muchedumbres acosan a Jesús buscando favores, sin compromiso. Un círculo de discípulos, más o menos comprometidos y unos pocos íntimos rodean a Jesús, buscando su reino, y hasta cooperan con él. La historia se repite hoy: Hay millones de cristianos indiferentes, que acuden a Dios cuando lo necesitan: el suyo es un dios-útil. Por fortuna, hay también muchos cristianos comprometidos como discípulos, que buscan y sirven al Dios-Amor. ¿A cual de los dos grupos estás afiliado? ¿Ratificas tu afiliación al discipulado?
A sus discípulos de ayer y de hoy Jesús brinda su amistad, y con ella su alegría, su gloria: “Como el Padre me amó, así os he amado yo a vosotros. Permaneced en mi amor... Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando. A vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer... Os he dicho esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría sea colmada. Este es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros como yo os he amado” (Jn 15,9-15; 17,24).
Es en este marco de amistad con Jesús donde se desarrolla toda la vida de oración cristiana.
Cualquiera sea su lenguaje (palabras, cantos, gestos, miradas, silencios contemplativos...), la oración cristiana brota y se vive en el corazón, templo del Espíritu Santo. No todos son hábiles para pensar, mas todos los humanos lo son para amar...
Sta.Teresa: “No es otra cosa oración mental sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama... Para ser verdadero el amor y que dure la amistad, hanse de encontrar las condiciones. La del Señor ya se sabe que no puede tener falta; la nuestra es viciosa, ingrata.... Oh qué buen amigo hacéis, Señor mío, cómo le vais regalando y sufriendo, y esperáis a que se haga de vuestra condición, mientras le sufrís vos la suya... He visto esto claro por mí, y no veo, Criador mío, por qué todo el mundo no se procura llegar a vos por esta particular amistad: los malos para que nos hagáis buenos.” (Vida c. 8,5).
Cuando sus discípulos son fieles en cultivar la vida de oración, como amistad con quien sabemos nos ama, el Señor les invita a ser socios suyos en la gran tarea de santificar a su Iglesia y salvar al mundo. Como en todas las obras de Dios la oración ha de ir por delante de la acción, a sus socios, Jesús les urge a orar: “La mies es mucha, los obreros pocos. Rogad al dueño de la mies que envíe obreros a su mies” (Mt 9,37s).
A los que se toman en serio esta llamada apremiante a orar, Jesús les brinda el carisma de la intercesión universal. Es éste un carisma del Espíritu; no el más vistoso, pero acaso el más valioso. Es una sencilla, callada “manifestación del Espíritu para el bien común” (1Co 12,7). Nada contribuye tanto a la extensión y profundización del Reino, como la oración de un intercesor consagrado.
La intercesión universal es un privilegio costoso: Hay que arrimar el hombro y ayudar a Jesús a llevar las cargas de la Iglesia y el mundo. Pero privilegio maravilloso: Los que así intentan ayudar a Jesús a llevar las cargas, pueden contar siempre con la ayuda de Jesús; cada carga que asumen les acerca más a Jesús y a los hombres. Y con Jesús los débiles son fuertes.
Con tu ayuda material, por generosa que esta sea, puedes llegar a muy pocos. Con tu intercesión, puedes abrazar el mundo y empujarlo hacia Dios. Interceder, es acoger en tu corazón los intereses, necesidades y problemas de nuestra sociedad y “acercarte confiadamente al trono de la gracia a fin de alcanzar misericordia y hallar gracia para ser socorridos en tiempo oportuno” (Hb 4,16). La intercesión no tiene otros límites que los de nuestro amor y los del poder de Dios. Este carisma puede convertirte en puente, por el que muchos alejados de Dios volverán al Padre. ¡Cuántos recibirán la gracia de la conversión y te estarán agradecidos por la eternidad!
Unido cada vez más a Jesús, fuente de toda gracia, el intercesor se hace también canal de su gracia. ¡Cuántas gracias de santificación, apostolado, carismas, dones, virtudes... reciben así los miembros de la Iglesia! ¡Cuántos tentados de arrojar la toalla, recibirán un empujoncito y seguirán adelante por el camino de la santidad, sencillamente porque tú has orado por la santificación de la Iglesia! Con ellos alabarás a Dios y danzarás en la eternidad.
Dice Jesús: "Buscad primero el reino de Dios y todo eso se os dará por añadidura..” (Mt 6,31-34. ¡Y cuántas gracias reciben los canales, cuando aprenden a ser meros canales: cuando, olvidándose de sí y de sus cosas, aprenden a vivir para otros y orar por otros. “No nos dejes caer en la tentación”. La tentación del canal sería convertirse en lago, en piscina, o al menos en un charquito: buscar su propia ganancia, no fiándose a ciegas de la palabra del Señor.
Condiciones para ser intercesor
1. Adoptar la mirada de Dios
“Tanto amó Dios al mundo...” Jn 3,16s. Para interceder debes mirar al mundo a través de los ojos de Dios (la fe te da esa visión), y con el amor de Dios en tu corazón (el Espíritu regala ese amor, Rm 5,5). El intercesor no busca culpables, sino ayuda divina para que los problemas se solucionen, en conformidad con la voluntad del Padre de las misericordias.
Imagínate una persona que nunca ora, egoísta, perversa, y acaso en un cargo importante. Si los creyentes le rodeamos de un muro de rechazo, ¿cómo podrá llegar a él el amor de Dios? Y sólo el amor de Dios le va a hacer sentirse culpable y cambiar de rumbo. Si adoptas la mirada de Dios, verás en él un hijo de Dios, redimido en la sangre de Jesús. Si te abres al Espíritu de Dios, le amarás y bendecirás en el nombre del Señor. Y la gracia de Dios trinfará.
Para interceder por la Iglesia debes mirar a la Iglesia como la mira Dios: esposa amada de Cristo (Ef 5,25-37); cuerpo (señal visible) y plenitud de Cristo (Ef 1,23). Al contemplar así a la Iglesia, va pasando a tu alma algo del amor infinito con que Dios la ama. Nada más lejos de ti que resentimiento o rechazo de otros cristianos que piensan y actúan de modo diferente. El deseo del divino Maestro es “que sean uno” (Jn 17,21). Esa será tu obsesión sagrada. Y eso supera toda barrera psicológica.
2. Unión con Cristo Jesús
Jesucristo único intercesor-mediador-sacerdote de la nueva alianza: 1Tim 2,5s.
El murió, resucitó y, está sentado a la diestra de Dios, e intercede por nosotros: Rm 8,34
El es nuestro abogado ante el Padre, víctima por nuestros pecados y los del mundo entero: 1Jn 2,1s
Por él tenemos acceso al Padre en un mismo Espíritu, como familia de Dios: Ef 2,18
Puede salvar a todos, pues está siempre vivo para interceder en su favor: Hb 7,24s; 9,15; 12,24
Por el bautismo estamos incorporados a Cristo: 1Co 12,13; Revestidos de Cristo: Ga 3,26s El Espíritu nos ha marcado con el sello de Dios, carácter: 2Co 1,21s; Ef 1,13s
Sto. Tomás: “El carácter sacramental es una configuración con Cristo, sumo Sacerdote y una participación en su ministerio sacerdotal” (ST.3.63,3). En tu interior llevas gravada para siempre la imagen de Cristo Sacerdote. * “Vosotros sois sacerdocio del reino...” : 1P 2,5.9s
Vaticano II: “Los bautizados son consagrados por la unción del Espíritu Santo como casa espiritual y sacerdocio santo, para que, por medio de toda acción del hombre cristiano, ofrezcan sacrificios espirituales.... El sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial, aunque diferentes esencialmente, se ordenan el uno al otro, pues ambos participan a su manera del único sacerdocio de Cristo. El sacerdocio ministerial, por la potestad sagrada que posee, forma y dirige al pueblo sacerdotal, efectúa el sacrificio eucarístico en la persona de Cristo... Los fieles, en virtud de su sacerdocio regio, concurren a la ofrenda de la eucaristía....” (L.G.10).
El mayor empeño del intercesor ha de ser fortalecer cada día más su unión con Cristo. Medios para ello: los Sacramentos; la Palabra; oración personal – contemplación; caridad fraterna. Cuando la voluntad del intercesor está en todo de acuerdo con la de Cristo, uno se convierte en intercesor consagrado. Y cuando el intercesor se pasa al alma de Cristo y se fusiona con él, en intercesor cristificado.
3. Solidaridad con la Iglesia y con la humanidad
Para salvar a los hombres, Jesús se despojó de su gloria y se revistió de nuestra pobreza: Fl 2,5ss
Para destruir el poder del pecado sobre nosotros, “se hizo pecado en lugar nuestro”: 2Co 5,21
Hoy Cristo está presente en la Iglesia; presente en cada ser humano. Desde cada uno clama al Padre. Incluso las protestas y blasfemias de los hombres, Jesús las convierte en plegarias...
Con el carisma de la intercesión, el Espíritu concede el don de la compasión sobrenatural (sufrir con): la identificación con el dolor de los demás. Compasión es el amor movilizado ante la miseria ajena. Para interceder por otros debes vaciarte y olvidarte de ti mismo; entrar en cierto modo en otros; hacer tuyos los problemas, el dolor y hasta los pecados de los otros. De ese modo te presentarás ante Dios en el lugar de otros.
“Estando en casa de Mateo, muchos publicanos y pecadores vinieron y se pusieron a la mesa con Jesús y sus discípulos” (Mt 9,10)). El corazón del intercesor es como la casa de Mateo: allí están con Jesús discípulos y publicanos. Y Jesús mismo sirve a la mesa el menú de gracia y misericordia divina, con el vino de su Espíritu, que alegra el corazón de todos los comensales.
4. Apertura al Espíritu Santo.
Nadie puede tener la mirada de Dios, si no le es comunicada por “el Espíritu, que todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios” (1Co 2,10). Nadie puede acoger a Jesús como Señor, y menos vivir unido a él, si no es bajo la acción del Espíritu (1Co 12,3). Nadie puede entrar en solidaridad con la Iglesia y con la humanidad, de no estar “bautizado (sumergido) en el Espíritu y bebiendo del mismo Espíritu de Cristo Jesús” (1Co 12,13).
En realidad, la intercesión verdadera es siempre obra del Espíritu paráclito, defensor, intercesor. Es él quien intercede en y desde nosotros en favor de las diversas intenciones. “Nosotros no sabemos orar como conviene, más el Espíritu viene en nuestra ayuda, e intercede por nosotros ..” (Rm 8,26s).
El Espíritu distribuye numerosos carismas que complementan y enriquecen el ministerio de intercesión. En primer lugar el don de orar en el Espíritu o en lenguas: 1 Co 14,2. Es una ayuda inestimable para todo intercesor. Otros dones, como palabras de conocimiento, profecía, sabiduría, discernimiento de espíritus... son sumamente valiosos. Conviene pedirlos y usarlos.
Mt 9,35-38 nos ofrece una escena típica. Muchedumbres acosan a Jesús buscando favores, sin compromiso. Un círculo de discípulos, más o menos comprometidos y unos pocos íntimos rodean a Jesús, buscando su reino, y hasta cooperan con él. La historia se repite hoy: Hay millones de cristianos indiferentes, que acuden a Dios cuando lo necesitan: el suyo es un dios-útil. Por fortuna, hay también muchos cristianos comprometidos como discípulos, que buscan y sirven al Dios-Amor. ¿A cual de los dos grupos estás afiliado? ¿Ratificas tu afiliación al discipulado?
A sus discípulos de ayer y de hoy Jesús brinda su amistad, y con ella su alegría, su gloria: “Como el Padre me amó, así os he amado yo a vosotros. Permaneced en mi amor... Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando. A vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer... Os he dicho esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría sea colmada. Este es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros como yo os he amado” (Jn 15,9-15; 17,24).
Es en este marco de amistad con Jesús donde se desarrolla toda la vida de oración cristiana.
Cualquiera sea su lenguaje (palabras, cantos, gestos, miradas, silencios contemplativos...), la oración cristiana brota y se vive en el corazón, templo del Espíritu Santo. No todos son hábiles para pensar, mas todos los humanos lo son para amar...
Sta.Teresa: “No es otra cosa oración mental sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama... Para ser verdadero el amor y que dure la amistad, hanse de encontrar las condiciones. La del Señor ya se sabe que no puede tener falta; la nuestra es viciosa, ingrata.... Oh qué buen amigo hacéis, Señor mío, cómo le vais regalando y sufriendo, y esperáis a que se haga de vuestra condición, mientras le sufrís vos la suya... He visto esto claro por mí, y no veo, Criador mío, por qué todo el mundo no se procura llegar a vos por esta particular amistad: los malos para que nos hagáis buenos.” (Vida c. 8,5).
Cuando sus discípulos son fieles en cultivar la vida de oración, como amistad con quien sabemos nos ama, el Señor les invita a ser socios suyos en la gran tarea de santificar a su Iglesia y salvar al mundo. Como en todas las obras de Dios la oración ha de ir por delante de la acción, a sus socios, Jesús les urge a orar: “La mies es mucha, los obreros pocos. Rogad al dueño de la mies que envíe obreros a su mies” (Mt 9,37s).
A los que se toman en serio esta llamada apremiante a orar, Jesús les brinda el carisma de la intercesión universal. Es éste un carisma del Espíritu; no el más vistoso, pero acaso el más valioso. Es una sencilla, callada “manifestación del Espíritu para el bien común” (1Co 12,7). Nada contribuye tanto a la extensión y profundización del Reino, como la oración de un intercesor consagrado.
La intercesión universal es un privilegio costoso: Hay que arrimar el hombro y ayudar a Jesús a llevar las cargas de la Iglesia y el mundo. Pero privilegio maravilloso: Los que así intentan ayudar a Jesús a llevar las cargas, pueden contar siempre con la ayuda de Jesús; cada carga que asumen les acerca más a Jesús y a los hombres. Y con Jesús los débiles son fuertes.
Con tu ayuda material, por generosa que esta sea, puedes llegar a muy pocos. Con tu intercesión, puedes abrazar el mundo y empujarlo hacia Dios. Interceder, es acoger en tu corazón los intereses, necesidades y problemas de nuestra sociedad y “acercarte confiadamente al trono de la gracia a fin de alcanzar misericordia y hallar gracia para ser socorridos en tiempo oportuno” (Hb 4,16). La intercesión no tiene otros límites que los de nuestro amor y los del poder de Dios. Este carisma puede convertirte en puente, por el que muchos alejados de Dios volverán al Padre. ¡Cuántos recibirán la gracia de la conversión y te estarán agradecidos por la eternidad!
Unido cada vez más a Jesús, fuente de toda gracia, el intercesor se hace también canal de su gracia. ¡Cuántas gracias de santificación, apostolado, carismas, dones, virtudes... reciben así los miembros de la Iglesia! ¡Cuántos tentados de arrojar la toalla, recibirán un empujoncito y seguirán adelante por el camino de la santidad, sencillamente porque tú has orado por la santificación de la Iglesia! Con ellos alabarás a Dios y danzarás en la eternidad.
Dice Jesús: "Buscad primero el reino de Dios y todo eso se os dará por añadidura..” (Mt 6,31-34. ¡Y cuántas gracias reciben los canales, cuando aprenden a ser meros canales: cuando, olvidándose de sí y de sus cosas, aprenden a vivir para otros y orar por otros. “No nos dejes caer en la tentación”. La tentación del canal sería convertirse en lago, en piscina, o al menos en un charquito: buscar su propia ganancia, no fiándose a ciegas de la palabra del Señor.
Condiciones para ser intercesor
1. Adoptar la mirada de Dios
“Tanto amó Dios al mundo...” Jn 3,16s. Para interceder debes mirar al mundo a través de los ojos de Dios (la fe te da esa visión), y con el amor de Dios en tu corazón (el Espíritu regala ese amor, Rm 5,5). El intercesor no busca culpables, sino ayuda divina para que los problemas se solucionen, en conformidad con la voluntad del Padre de las misericordias.
Imagínate una persona que nunca ora, egoísta, perversa, y acaso en un cargo importante. Si los creyentes le rodeamos de un muro de rechazo, ¿cómo podrá llegar a él el amor de Dios? Y sólo el amor de Dios le va a hacer sentirse culpable y cambiar de rumbo. Si adoptas la mirada de Dios, verás en él un hijo de Dios, redimido en la sangre de Jesús. Si te abres al Espíritu de Dios, le amarás y bendecirás en el nombre del Señor. Y la gracia de Dios trinfará.
Para interceder por la Iglesia debes mirar a la Iglesia como la mira Dios: esposa amada de Cristo (Ef 5,25-37); cuerpo (señal visible) y plenitud de Cristo (Ef 1,23). Al contemplar así a la Iglesia, va pasando a tu alma algo del amor infinito con que Dios la ama. Nada más lejos de ti que resentimiento o rechazo de otros cristianos que piensan y actúan de modo diferente. El deseo del divino Maestro es “que sean uno” (Jn 17,21). Esa será tu obsesión sagrada. Y eso supera toda barrera psicológica.
2. Unión con Cristo Jesús
Jesucristo único intercesor-mediador-sacerdote de la nueva alianza: 1Tim 2,5s.
El murió, resucitó y, está sentado a la diestra de Dios, e intercede por nosotros: Rm 8,34
El es nuestro abogado ante el Padre, víctima por nuestros pecados y los del mundo entero: 1Jn 2,1s
Por él tenemos acceso al Padre en un mismo Espíritu, como familia de Dios: Ef 2,18
Puede salvar a todos, pues está siempre vivo para interceder en su favor: Hb 7,24s; 9,15; 12,24
Por el bautismo estamos incorporados a Cristo: 1Co 12,13; Revestidos de Cristo: Ga 3,26s El Espíritu nos ha marcado con el sello de Dios, carácter: 2Co 1,21s; Ef 1,13s
Sto. Tomás: “El carácter sacramental es una configuración con Cristo, sumo Sacerdote y una participación en su ministerio sacerdotal” (ST.3.63,3). En tu interior llevas gravada para siempre la imagen de Cristo Sacerdote. * “Vosotros sois sacerdocio del reino...” : 1P 2,5.9s
Vaticano II: “Los bautizados son consagrados por la unción del Espíritu Santo como casa espiritual y sacerdocio santo, para que, por medio de toda acción del hombre cristiano, ofrezcan sacrificios espirituales.... El sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial, aunque diferentes esencialmente, se ordenan el uno al otro, pues ambos participan a su manera del único sacerdocio de Cristo. El sacerdocio ministerial, por la potestad sagrada que posee, forma y dirige al pueblo sacerdotal, efectúa el sacrificio eucarístico en la persona de Cristo... Los fieles, en virtud de su sacerdocio regio, concurren a la ofrenda de la eucaristía....” (L.G.10).
El mayor empeño del intercesor ha de ser fortalecer cada día más su unión con Cristo. Medios para ello: los Sacramentos; la Palabra; oración personal – contemplación; caridad fraterna. Cuando la voluntad del intercesor está en todo de acuerdo con la de Cristo, uno se convierte en intercesor consagrado. Y cuando el intercesor se pasa al alma de Cristo y se fusiona con él, en intercesor cristificado.
3. Solidaridad con la Iglesia y con la humanidad
Para salvar a los hombres, Jesús se despojó de su gloria y se revistió de nuestra pobreza: Fl 2,5ss
Para destruir el poder del pecado sobre nosotros, “se hizo pecado en lugar nuestro”: 2Co 5,21
Hoy Cristo está presente en la Iglesia; presente en cada ser humano. Desde cada uno clama al Padre. Incluso las protestas y blasfemias de los hombres, Jesús las convierte en plegarias...
Con el carisma de la intercesión, el Espíritu concede el don de la compasión sobrenatural (sufrir con): la identificación con el dolor de los demás. Compasión es el amor movilizado ante la miseria ajena. Para interceder por otros debes vaciarte y olvidarte de ti mismo; entrar en cierto modo en otros; hacer tuyos los problemas, el dolor y hasta los pecados de los otros. De ese modo te presentarás ante Dios en el lugar de otros.
“Estando en casa de Mateo, muchos publicanos y pecadores vinieron y se pusieron a la mesa con Jesús y sus discípulos” (Mt 9,10)). El corazón del intercesor es como la casa de Mateo: allí están con Jesús discípulos y publicanos. Y Jesús mismo sirve a la mesa el menú de gracia y misericordia divina, con el vino de su Espíritu, que alegra el corazón de todos los comensales.
4. Apertura al Espíritu Santo.
Nadie puede tener la mirada de Dios, si no le es comunicada por “el Espíritu, que todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios” (1Co 2,10). Nadie puede acoger a Jesús como Señor, y menos vivir unido a él, si no es bajo la acción del Espíritu (1Co 12,3). Nadie puede entrar en solidaridad con la Iglesia y con la humanidad, de no estar “bautizado (sumergido) en el Espíritu y bebiendo del mismo Espíritu de Cristo Jesús” (1Co 12,13).
En realidad, la intercesión verdadera es siempre obra del Espíritu paráclito, defensor, intercesor. Es él quien intercede en y desde nosotros en favor de las diversas intenciones. “Nosotros no sabemos orar como conviene, más el Espíritu viene en nuestra ayuda, e intercede por nosotros ..” (Rm 8,26s).
El Espíritu distribuye numerosos carismas que complementan y enriquecen el ministerio de intercesión. En primer lugar el don de orar en el Espíritu o en lenguas: 1 Co 14,2. Es una ayuda inestimable para todo intercesor. Otros dones, como palabras de conocimiento, profecía, sabiduría, discernimiento de espíritus... son sumamente valiosos. Conviene pedirlos y usarlos.
LOS PRESENTADORES
Uno toma conciencia de las necesidades y cargas de otros y, muy cristianamente, las presenta a Dios, las pasa a Jesús, el gran Intercesor, o las pone en manos de María. Es una práctica excelente, sobre todo cuando se hace en la santa Misa, en los Laudes, o ante el Santísimo. Mejor aun cuando la plegaria es espontánea, breve, sencilla y concluye con acción de gracias. “No os inquietéis por cosa alguna; antes bien en toda ocasión, presentad a Dios vuestras peticiones, mediante la oración y la súplica, con acciones de gracias” (Ef 4,6).
Los presentadores pueden ser intercesores de primerísima, cuando su alma es sencilla, su amor al prójimo muy grande y su fe en Dios infinita. Un buen ejemplo son las amigas de Jesús Marta y María, presentando la necesidad de su hermano: “Aquel a quien amas está enfermo” (Jn 11,3). Insuperable el ejemplo de María en Caná: “No tiene vino” (Jn 2,3).
Las complicaciones desagradables surgen, sobre todo en grandes asambleas, cuando el alma cristiana de algunos intercesores está condicionada por temperamentos impulsivos. La sesión se convierte en un bombardeo de intenciones, que desconcierta y desplaza a los verdaderos intercesores. En el cielo no sé qué efecto tendrá; en la tierra más bien cansancio y dolor de cabeza.
Otro tanto sucede cuando el alma cristiana de algún intercesor lleva acoplada una mente pagana. Fenómeno demasiado frecuente. Si la mente pagana lleva acoplada una lengua elocuente, en vez de humilde intercesión, tendremos sermones elocuentes, oraciones apabullantes. La mente pagana y la lengua elocuente sólo tienen un remedio: conversión a la sencillez y confianza del evangelio. Dice el Maestro: “Al orar, no os convirtáis en charlatanes, como los paganos, que se imaginan que serán escuchados por su gran elocuencia. No hagáis como ellos, porque vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo” (Mt 6,6s).Algunos intercesores, sobre todo los más elocuentes, y los que no dedican suficiente tiempo a la oración personal y a rumiar la Palabra de Dios, nunca pasan del grado de Presentadores. No llegan a descubrir el misterio de la intercesión, porque sólo se mueven en la periferia. Sea Dios bendito por su presencia en la Iglesia y por su contribución al proyecto divino de salvación. Y si alguna vez acuden a un encuentro de intercesión, quiera Dios no se haga notar su presencia.
Los presentadores pueden ser intercesores de primerísima, cuando su alma es sencilla, su amor al prójimo muy grande y su fe en Dios infinita. Un buen ejemplo son las amigas de Jesús Marta y María, presentando la necesidad de su hermano: “Aquel a quien amas está enfermo” (Jn 11,3). Insuperable el ejemplo de María en Caná: “No tiene vino” (Jn 2,3).
Las complicaciones desagradables surgen, sobre todo en grandes asambleas, cuando el alma cristiana de algunos intercesores está condicionada por temperamentos impulsivos. La sesión se convierte en un bombardeo de intenciones, que desconcierta y desplaza a los verdaderos intercesores. En el cielo no sé qué efecto tendrá; en la tierra más bien cansancio y dolor de cabeza.
Otro tanto sucede cuando el alma cristiana de algún intercesor lleva acoplada una mente pagana. Fenómeno demasiado frecuente. Si la mente pagana lleva acoplada una lengua elocuente, en vez de humilde intercesión, tendremos sermones elocuentes, oraciones apabullantes. La mente pagana y la lengua elocuente sólo tienen un remedio: conversión a la sencillez y confianza del evangelio. Dice el Maestro: “Al orar, no os convirtáis en charlatanes, como los paganos, que se imaginan que serán escuchados por su gran elocuencia. No hagáis como ellos, porque vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo” (Mt 6,6s).Algunos intercesores, sobre todo los más elocuentes, y los que no dedican suficiente tiempo a la oración personal y a rumiar la Palabra de Dios, nunca pasan del grado de Presentadores. No llegan a descubrir el misterio de la intercesión, porque sólo se mueven en la periferia. Sea Dios bendito por su presencia en la Iglesia y por su contribución al proyecto divino de salvación. Y si alguna vez acuden a un encuentro de intercesión, quiera Dios no se haga notar su presencia.
Intercesión universal camino de santidad
La alabanza y la intercesión son dos alas para volar en el espíritu, no en solitario, sino llevando a muchos hacia el corazón de Dios. Si falta una de las dos alas, muy corto será el vuelo. “Si vivimos por el Espíritu, dejémonos conducir por el Espíritu” (Ga 5,25). Nada más ventajoso para el cristiano y para la Iglesia. Cuando el Espíritu controla la vida de un cristiano, ensancha su corazón y establece unidad y armonía en su interior. La alabanza y la intercesión se fusionan. Su alabanza es intercesión, pues cuando alaba lleva en su corazón a toda la familia humana. Su intercesión es alabanza, pues sólo busca la gloria de Dios. Cuando el Espíritu controla la vida de un cristiano, su plegaria cuanto más silenciosa ante los hombres, tanto más elocuente ante Dios.
Interceder (del Latín inter y cedere) significa posicionarse entre, mediar, intervenir para solucionar un problema. En el mundo de la oración cristiana significa hacer de puente entre Dios y los hombres; convertirse en canal de doble dirección, por el que las aspiraciones de los hombres suban a Dios y la gracia divina fluya a los hombres.
La distancia entre Dios y el hombre es infinita. Pero infinito es también el amor, la bondad y el ingenio de Dios. Y él mismo ha levantado un puente que salva esa distancia, Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre. Con su muerte en la cruz, Jesús destruyó el poder del pecado, que es nuestra verdadera muerte. Con su resurrección nos abrió las puertas de la vida, el corazón de Dios. Y para completar su obra maravillosa, Dios envió su Espíritu, que nos consagra y nos introduce en el seno mismo de la Trinidad, “para vivir en comunión con el Padre y su Hijo Jesucristo” (1Jn 1,3).
Los que vivimos en comunión con Dios, movidos por el Espíritu a orar en el nombre de Jesús, podemos interceder unos por otros y por toda la familia humana. El Todopoderoso ha querido necesitar nuestra cooperación, y ante todo nuestra intercesión, para bendecir y salvar a sus hijos.
Si abres los ojos de la fe, verás que tú eres el fruto de la intercesión de muchos: recibiste la vida, salud, educación y tantas bendiciones... gracias a la plegaria de tu familia, amigos y muchos desconocidos, a quienes se lo agradecerás en el cielo. En más de una ocasión Dios te ha librado de algún peligro inminente, porque alguien intercedía por ti ante Dios. ¡Cuantas casualidades han venido a enriquecer tu vida, cuántas sorpresas te han hecho llorar de alegría... todo gracias a la intercesión de algún grupo desconocido, o comunidad contemplativa.
Todo lo que Dios realiza en este mundo para bien de sus hijos, lo hace en respuesta a la intercesión de su Hijo amado, de su bendita Madre y de unos cuantos socios de Jesús y María. ¿No te gustaría entrar en esa sociedad? La oficina de admisión la tienes muy cerca, a la puerta del Corazón de Jesús; y está siempre abierta.
Intercesión es toda oración de petición, súplica, arrepentimiento, perdón, adoración, alabanza, acción de gracias, sobre todo de silenciosa contemplación... ofrecida a Dios en favor de otra persona, personas, grupo, Iglesia, o mundo. Sin la intercesión, nuestra oración nunca será completa, pues –como dice Sta. Teresa: Orar es llenarse de Dios y darlo a los demás. Quien sólo ora por sí mismo, o por el placer que encuentra en la oración, no ha entrado todavía en el misterio glorioso, ni descubierto el poder de la oración cristiana.
Todo cristiano vive la vida de Dios en Cristo Jesús, la misma vida sobrenatural. ¡Pero qué diferencia entre el cristiano mediocre y el verdadero santo! La mediocridad sólo existe por decisión propia, pues Dios llama a todos a la santidad. Y a todos nos ha equipado para la santidad, al darnos su Espíritu santificador.Lo mismo cabe decir de la intercesión y los intercesores. Existe toda una escala, con infinidad de peldaños. Por razones didácticas, y con perdón de Dios y de los lectores, yo los clasifico en cuatro secciones: a) Presentadores; b) Intercesores; c) Intercesores consagrados; y d) Intercesores cristificados. En cada sección evidentemente hay diversos grados.
Interceder (del Latín inter y cedere) significa posicionarse entre, mediar, intervenir para solucionar un problema. En el mundo de la oración cristiana significa hacer de puente entre Dios y los hombres; convertirse en canal de doble dirección, por el que las aspiraciones de los hombres suban a Dios y la gracia divina fluya a los hombres.
La distancia entre Dios y el hombre es infinita. Pero infinito es también el amor, la bondad y el ingenio de Dios. Y él mismo ha levantado un puente que salva esa distancia, Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre. Con su muerte en la cruz, Jesús destruyó el poder del pecado, que es nuestra verdadera muerte. Con su resurrección nos abrió las puertas de la vida, el corazón de Dios. Y para completar su obra maravillosa, Dios envió su Espíritu, que nos consagra y nos introduce en el seno mismo de la Trinidad, “para vivir en comunión con el Padre y su Hijo Jesucristo” (1Jn 1,3).
Los que vivimos en comunión con Dios, movidos por el Espíritu a orar en el nombre de Jesús, podemos interceder unos por otros y por toda la familia humana. El Todopoderoso ha querido necesitar nuestra cooperación, y ante todo nuestra intercesión, para bendecir y salvar a sus hijos.
Si abres los ojos de la fe, verás que tú eres el fruto de la intercesión de muchos: recibiste la vida, salud, educación y tantas bendiciones... gracias a la plegaria de tu familia, amigos y muchos desconocidos, a quienes se lo agradecerás en el cielo. En más de una ocasión Dios te ha librado de algún peligro inminente, porque alguien intercedía por ti ante Dios. ¡Cuantas casualidades han venido a enriquecer tu vida, cuántas sorpresas te han hecho llorar de alegría... todo gracias a la intercesión de algún grupo desconocido, o comunidad contemplativa.
Todo lo que Dios realiza en este mundo para bien de sus hijos, lo hace en respuesta a la intercesión de su Hijo amado, de su bendita Madre y de unos cuantos socios de Jesús y María. ¿No te gustaría entrar en esa sociedad? La oficina de admisión la tienes muy cerca, a la puerta del Corazón de Jesús; y está siempre abierta.
Intercesión es toda oración de petición, súplica, arrepentimiento, perdón, adoración, alabanza, acción de gracias, sobre todo de silenciosa contemplación... ofrecida a Dios en favor de otra persona, personas, grupo, Iglesia, o mundo. Sin la intercesión, nuestra oración nunca será completa, pues –como dice Sta. Teresa: Orar es llenarse de Dios y darlo a los demás. Quien sólo ora por sí mismo, o por el placer que encuentra en la oración, no ha entrado todavía en el misterio glorioso, ni descubierto el poder de la oración cristiana.
Todo cristiano vive la vida de Dios en Cristo Jesús, la misma vida sobrenatural. ¡Pero qué diferencia entre el cristiano mediocre y el verdadero santo! La mediocridad sólo existe por decisión propia, pues Dios llama a todos a la santidad. Y a todos nos ha equipado para la santidad, al darnos su Espíritu santificador.Lo mismo cabe decir de la intercesión y los intercesores. Existe toda una escala, con infinidad de peldaños. Por razones didácticas, y con perdón de Dios y de los lectores, yo los clasifico en cuatro secciones: a) Presentadores; b) Intercesores; c) Intercesores consagrados; y d) Intercesores cristificados. En cada sección evidentemente hay diversos grados.
jueves, septiembre 14, 2006
EN LOURDES
“Manos Alzadas” EN LOURDES 04-10/08/06
2º ENCUENTRO NACIONAL DE INTERCESIÓN POR LA IGLESIA Y EL MUNDO
P. Marcelino Iragui, O.C.D., y equipo.
Algunos de los fariseos, que estaban entre la gente, le dijeron: “Maestro, reprende a tus discípulos.” Respondió: “Os digo que si éstos callan gritarán las piedras.” Lc 19, 39-40.
Venidos de muchos puntos de España, nos hemos reunido a los pies de María, la Madre de Jesús, para interceder con Él por la Iglesia y el mundo ante el Trono de Gracia.
Hemos sido un grupo de más de 100 personas, con cuatro sacerdotes, llenas de ilusión y de deseo de llenarnos de Dios, de estar con el Santísimo dejando atrás todas las cosas del mundo, de contemplar la Virgen Madre en ese oasis verde lleno de esperanza, de orar con tantos enfermos que son nuestros hermanos en el dolor, de orar en esa Carpa donde el silencio nos llena de Dios. ....
Sí, hemos ido llenos de ilusión para dar gracias a Dios con toda nuestra alma, para alabarlo, para, unidos los hermanos, adorar y reparar, para interceder y hacer silencio en nuestro corazón y abrirlo a las gracias que el Señor desea dar a todos sus hijos.
Podemos decir que, a pesar de las dificultades que hayan podido surgir, de las cargas y problemas con las que cada uno llegaba a este encuentro, o precisamente por ello, el Señor se ha derramado con generosidad, como hace siempre que se lo permitimos, a través de la Eucaristía, laudes, intercesiones, adoraciones, acto mariano y actos realizados en el Santuario, las enseñanzas, ....
¿Qué decir de las Eucaristías? ¿de las horas de intercesión? ¿de las adoraciones? ¿de las bellas y enriquecedoras enseñanzas con las que el Señor nos ha bendecido a través del P. Marcelino?
Sólo se puede utilizar el lenguaje divino que nos dice S. Juan de la Cruz: ‘el callado amor’. ¡Pero no podemos callarnos, hemos de compartir las maravillas del Señor!
Y sí, las enseñanzas han sido maravillosas y profundas. De una riqueza excepcional, como es habitual en estos encuentros, regalos de nuestro Dios a su pueblo ¡tan hambriento, aún sin saberlo, de la verdadera doctrina de la Santa Madre Iglesia!
Desde el primer día nos han ido introduciendo cada vez más en el Corazón misericordioso de Dios, nuestro Padre amoroso, descubriéndonos su amor infinito por el ser humano, su sed de amor, haciéndonos sentir hijos en su Hijo amado, llevados por su Espíritu de Amor y destinados a compartir ese amor infinito en el tiempo y en la eternidad.
¡Ojalá no las dejásemos en el olvido! ¡Ojalá nos aprovecháramos de ellas y las pusiéramos en práctica, al menos en parte, asumiéndolas de corazón! ¡Ojalá deseásemos entrar en la oración contemplativa a la que nos guían!, y que el Señor está pidiendo insistentemente en nuestro mundo de algarabía y ruido constantes.
El primer día (4), fue la acogida con la celebración gozosa de la Eucaristía y la presentación de los participantes, procedentes de todos los rincones de nuestra tierra. El Señor ya nos fue introduciendo con suavidad y firmeza a la tarea a la que nos había llamado: interceder junto con Jesús por la Iglesia y el mundo, olvidándonos de nuestros propios problemas y conflictos para adentrarnos en el corazón misericordioso de Dios y abandonarnos en sus amorosas manos de Padre.
Interceder nos hace uno con Jesús, y eso es una bendición.
El mensaje de María en Lourdes nos invita a ser perseverantes ante la dificultad, para encontrar en ella a Dios, como Sta Bernardita el agua que no veía: Jesús es la fuente y el agua viva que nos espera siempre si confiamos en Él; a hacer penitencia aceptando lo que no me gusta; a rezar por los alejados;
a imitar a la Virgen en nuestra vida.
El segundo día (5), nos unimos a toda la Iglesia en laudes alabando al Señor.
Después tuvimos la celebración de la Eucaristía en la Gruta unidos a la Peregrinación de la diócesis de Palencia. Fue hermoso sentir a tantos hermanos, reunidos a los pies de María en Lourdes, celebrar en español; lo mismo que las palabras que el Sr. Obispo de Palencia nos dirigió a todos exhortándonos a abrazar nuestra cruz de cada día, por amor a Cristo, pues la cruz que se arrastra se vuelve más pesada y la cruz que así se abraza se vuelve fuente de bendición. A continuación, “Manos Alzadas” realizó un acto mariano con una bella oración a la Virgen, en el Camino del agua.
Por la tarde, la enseñanza: ‘Intercediendo con Jesús’, fue abriendo y caldeando nuestro corazón ante la perspectiva de los designios y amor de Dios que nos ofrecía y a la llamada apremiante que nos hacía a colaborar en el plan de salvación de Dios. “Yahvé mi bandera. La intercesión es la bandera de Dios en alto, que asegura la victoria. Cuenta, ante enemigos fuertes y peligros, con Jesús elevado en la Cruz, signo de victoria. Jesús se ofreció en la cruz una vez; pero su sacrificio permanece siempre actual; acompañar a Jesús junto con María Madre, el discípulo amado y tantos otros..., movidos y sostenidos por el mismo Espíritu es nuestro privilegio; Manos Alzadas significa participar en la lucha victoriosa de Jesús, uniendo nuestra plegaria, vida, sacrificio ... al suyo, utilizando las armas de Dios: siempre en oración, orando en el Espíritu, velando juntos e intercediendo por todos, sabiendo que la extensión del Reino depende ante todo de la gracia divina”.
Luego, la hora de adoración-intercesión por la Familia, tan necesitada de oración en nuestra sociedad actual, fue el momento de poner en práctica algo de la enseñanza recibida, acompañando a Jesús en su oración de intercesión ante el trono de gracia.
Terminamos el día con la adoración y unción de los intercesores, pidiendo el carisma de intercesión universal para todos los participantes: para quienes venían por primera vez, que el Señor lo pusiera en su corazón, y para los que ya lo tenían, que lo fortaleciera y continuaran con entusiasmo el camino de esta oración de intercesión.
El tercer día (6), empezamos gozosos alabando a nuestro Buen Dios con los laudes.
Y seguimos con el regalo dela enseñanza, ‘ Intercediendo como sacerdocio real’. En ella se nos dijo, y se nos dice, ‘que lo más grande y útil que podemos hacer en la vida es orar y vivir como Jesús, con Jesús, en Jesús y desde Jesús: desde el seno de Dios al corazón de Dios; que Jesús es el único mediador entre Dios y los hombres, propiciación por nuestros pecados; que el único sacerdocio es el de Cristo; que nosotros estamos consagrados a Dios por el bautismo, y quien nos consagra es Dios Espíritu Santo; que somos sacerdocio real para adorar, alabar e interceder como representantes de la nueva humanidad y de toda la creación: ofreciendo la Eucaristía, recibiendo sacramentos y usando sacramentales, bendiciendo en nombre de Dios, viviendo en el amor, buscando la voluntad de Dios, abrazando nuestra cruz de cada día, acogiendo el amor de Dios a beneficio de los que lo rechazan, y adorando y amando por los que no adoran ni aman; que interceder es apoyarse en lo que el divino Salvador ha hecho por nosotros y por toda la humanidad y orar con Él y ante Él Eucaristía con la humildad y silencio de María, es recoger la Sangre que brota del Corazón de Jesús y llevarla a los demás, es amar por los ausentes, es orar : “ Venga tu reino; hágase tu voluntad”. La bondad de Dios no excluye a nadie. Alabanza e intercesión no se oponen, se unen’.
La hora de adoración-intercesión fue por los Gobernantes. Nuestra misión es orar por ellos, y por los que tienen la autoridad, sean como sean, es llevarlos al Corazón de Dios y que Él reine en ellos, para
que trabajen por el bien de todos y podamos todos vivir en paz, justicia y libertad bien entendida.
La tarde fue dedicada a la adoración del Santísimo, en la Carpa, en intercesión por Nuestros pastores: que nos conceda pastores según su Corazón; que reflejen su rostro de Padre y tengan sus entrañas de Madre; que vivan en plenitud y transmitan con claridad su Palabra; que sean canales de la gracia, sanación y liberación de Dios; portadores del amor, la bondad, la paz de Dios; profetas de esperanza; llenos de Espíritu Santo y acompañados siempre de María Madre.
Y a continuación, la procesión hasta la Cripta de San Pío X, para la bendición de los enfermos. Realmente se sentía la presencia viva de Jesús bendiciendo a sus preferidos: los pobres y los enfermos con sencillez y solemnidad, con amor y dulzura, con fuerza y esperanza.
Por la noche, tuvimos la celebración gozosa de la Eucaristía. La homilía del P. Luis Mª nos ayudó a comprender mejor este pasaje de los Evangelios: ‘La Transfiguración, presagio de la Pasión, fue un regalo muy privado’. Jesús sólo se muestra en la luz de su gloria a tres de sus discípulos, y les manda no decir nada. Si lo cuentan en el momento, pueden quedarse en el entusiasmo, en lo exterior; después de la Resurrección ya se ha hecho vivencia interior, el oro ha pasado por el crisol y ha quedado purificado de todo. Sin la experiencia de la cruz no se puede enteramente gozar la gloria. ‘Al Tabor todos queremos subir; pero al Calvario, María, Juan y algunas mujeres’.
El cuarto día (7), comenzamos el día alabando al Señor con toda la Iglesia en los laudes, dándole gracias y bendiciendo su nombre por ser nuestro Dios.
Luego vino la enseñanza, ‘Intercediendo desde dentro del reino’. “El reino de Dios, la fuente de paz y gozo y santidad, sólo se encuentra entrando dentro de uno mismo bajo la dirección del Espíritu Santo. La mayor de las maravillas es que Dios habita en nosotros. Por el bautismo estamos consagrados al Dios Trino como morada suya, somos su propiedad. Llevamos dentro de nosotros el trono de gracia. Dios, en cuyas manos está el corazón de todos los hombres y mujeres, el destino de todos los pueblos, ¡mora en mí, me mira, me ama, me invita a interceder, me escucha! El Espíritu purifica y ensancha el corazón humano al modo de Dios. Así, crea un espacio adecuado para acoger a toda la Iglesia y al mundo, haciéndoles partícipes de los bienes de Dios. El campo donde está el tesoro es nuestra pobreza. Todo complejo que llevamos dentro es una mentira que nos hemos tragado. Si nos aceptamos, estamos comprando el campo para poseer el tesoro: Dios. Dios mora en nosotros en la plenitud de su ser, en su eterna actividad. ‘Los tesoros del reino’ son infinitos. Dios me los regaló ya en el bautismo. He de vaciarse hasta hacer un espacio infinito para el Bien infinito. Si me los apropio, si les doy cabida en mi interior, esos tesoros son míos ... los puedo dar a otros. Y lo haré siempre según Dios. Cuando el Espíritu controla mi yo, mi vida pone siempre a Jesús el primero, en el centro.”
Después, intercedimos con Jesús por la Paz y la conversión. En nuestro mundo de conflictos y guerras, terrorismo y todo tipo de violencia, desastres naturales y despropósitos del hombre, pedimos con Jesús y ante Jesús Eucaristía para que los corazones se vuelvan con sinceridad y humildad a Dios, y habite su Paz en todos ellos, que el reino de Dios venga y se haga su voluntad, no la nuestra.
Por la tarde, honramos a nuestra Madre María con un hermoso acto mariano, leyendo textos del evangelio siguiendo los misterios gozosos, reflexionando sobre ellos, y cantándole y piropeándola espontáneamente con cariño filial. Y adoramos a Jesús intercediendo con Él por el mundo de la Educación y los Medios de comunicación, tan complejos e importantes en nuestro mundo, y tan poderosos en nuestra sociedad occidental actual; proclamando el señorío de Jesús sobre todos sus aspectos y posibilidades; orando por su evangelización y su utilización para que el Reino de Dios se establezca en el corazón de cada hombre y mujer, y se eduque y comunique en la verdad, el respeto, el amor, la justicia, la libertad, ... para construir un mundo mejor.
Por la noche, en el Santuario, participamos en la hermosa procesión de las antorchas y el rezo del santo rosario, recitado y cantado en diversos idiomas, donde estábamos unidos tantos y tantos hijos de Dios en honor a María Inmaculada. Después, celebramos la Eucaristía de las 11 en la Gruta, a los pies de nuestra Madre, y permanecimos allí en la adoración final del Santísimo. El Señor se derramó en abundancia en todos nuestros corazones.
El quinto día (8), terminados los laudes, nos dirigimos al Santuario. Allí nos esperaba el Via Crucis siguiendo el itinerario que hay en el monte. Fue un tiempo de gracia especial, que se manifestó en muchos hermanos. Recorrer ese Via Crucis nos lleva a sumergirnos en esos momentos de la vida de Jesús, nuestro Señor, y vivirlos con Él, abriendo nuestros oídos a lo que Él nos dice hoy y ahora, abriendo nuestro corazón a su amor infinito, a acompañarlo, a amarlo y a dejarnos amar en su entrega total al Padre. Después, hubo un rato de intercesión, en el Santuario, orando por el Espíritu de Santidad para toda la Iglesia: pidiendo al Padre, en unión con Jesús y María y por sus méritos infinitos, una gran floración de santidad auténtica para la Iglesia; que derrame sobre toda ella su Espíritu Santo y santificador; que nos dé santos que vivan las bienaventuranzas en medio de un mundo materialista, llenos de la presencia del Reino, que irradien la bondad, la paz y algo de la alegría infinita de Dios, que aman a la Iglesia y atraen a muchos a ella, a la comunión de los santos, que aman la Palabra de Dios y la viven, que saben contentarse con poco y ayudan a muchos.
Por la tarde, la enseñanza, ‘Intercesión contemplativa’, nos abrió nuevos horizontes espirituales y avivó en nuestro corazón el deseo de entregarnos más a la intercesión. En ella se nos dice: “El hombre espiritual (controlado por el Espíritu) vive de cara a Dios, con confianza filial en Él, bajo el señorío de Jesús; descubre en todo acontecimiento, próspero o adverso, la mano providente de Dios, y su respuesta es gratitud y admiración sin límites en acción de gracias y alabanza continua; se adentra en el Corazón de Dios y descubre su deseo infinito de compartir su amor, su vida y felicidad con todos los seres humanos creados a su imagen; sabe que la salvación es obra de Dios, que depende de nuestra oración, gradualmente simplificada hasta quedar reducida a una simple mirada del corazón, que no tiene límites cuando uno se deja guiar por el Espíritu de Dios, y pasa tiempo en silencio ante Jesús Eucaristía. Cuando acogemos la mirada silenciosa y suave de Jesús Eucaristía, nuestro corazón se sana, se libera, se ensancha ... sin límites; en ella vemos a su Iglesia entera y a toda la humanidad; y, sin saber cómo, podemos acoger y abrazar con amor a cuantos están presentes en el Corazón de Jesús. Nuestro Dios es tan generoso que desea elevarnos a su nivel y comunicarse con nosotros en lenguaje divino: la contemplación. Contemplación significa: ¡Entra en el gozo de tu Señor! Esencial para la intercesión es la intención. La intención amorosa abraza a todos aquellos por los que Dios quiere que oremos ... y los presenta a Dios aún sin pensar ellos. Cuando el intercesor con esa simple intención se expone a la mirada de Dios, todos los que lleva en su corazón se van bañando en el amor de Dios y recibiendo la gracia divina. Cuando el intercesor contemplativo se pierde en Dios, quedan dentro de Dios todas las personas e intenciones que lleva en su interior.
Y luego, la gozosa celebración de la Eucaristía, subrayando su aspecto sanador. Jesús camina sobre el agua. Pedro camina hasta casi llegar a Jesús; se hundió porque, por un momento, no miró a Jesús, sino al viento y a las olas. A nosotros también nos pasa lo mismo que a Pedro, y el remedio es mantener la mirada en Jesús aunque no lo veamos.
Para finalizar el día, la adoración al Santísimo con nuestra expresión y ofrenda personal.
El sexto día(9), después de alabar al Señor en laudes, tuvimos la enseñanza, que nos señalaba nuestro destino,‘Ser alabanza, ser intercesión’: “Betania es el segundo hogar de Jesús de Nazaret. La casa de Marta y María es nuestro corazón. Todo cristiano tiene una doble vocación: activa, a hacer, y contemplativa, a ser. La vocación activa, la realizamos nosotros con la ayuda de Dios, y la contemplativa la realiza sólo el Espíritu con nuestra cooperación. El sentido final de nuestra existencia, es ser alabanza de Dios. Los llamados a interceder estamos también destinados a ser intercesión. Jesús es la alabanza e intercesión perfecta. En cuanto somos su imagen, somos alabanza, somos intercesión con Él y como Él. Nuestra identidad verdadera está escondida en Dios. En esta vida hemos de practicar lo que estamos llamados a ser por toda la eternidad: alabanza de Dios, para gloria de Dios y alegría nuestra y de todos los bienaventurados, de los redimidos.
Condiciones para ser alabanza e intercesión: 1) Docilidad al Espíritu. Cuando nuestra vida cae bajo el control del Espíritu, Él nos transforma profundamente: nos vacía de nuestro yo, nos llena de Jesús hasta llegar a ser Jesús para Dios y los hombres. Sólo usa un arma: derrama el amor de Dios. Nada más importante en la vida que contribuir a que Dios pueda satisfacer en nosotros y en todos su sed infinita de amar. 2) Buscar siempre y en todo el reino de Dios. El reino de Dios, la gloria de Dios y lo que Dios tanto desea: la santificación de los escogidos, y la salvación de todos los hombres, es lo único importante para quien se convierte en intercesión y encuentra en su pobreza y en la ajena la riqueza y la fuerza de Dios. Mis debilidades y defectos, mis sufrimientos, cansancios y pobrezas, unidos a Jesús son mi intercesión permanente. 3) Unidad y armonía interior, que sea fruto y reflejo de la unidad existente en el seno de la Trinidad. Cuando uno se acepta como es: con sus limitaciones, sus pobrezas y otras circunstancias de la vida, su voluntad está en pleno acuerdo con la de Dios. En su interior reina la paz, armonía, unidad. Para descubrirlas hay que entrar muy dentro de uno mismo, por el recogimiento y silencio interior; y proceder en fe más allá de uno mismo. 4) Gratitud sin límites. La gratitud es algo que nace del sentido de lo gratuito. Para tenerla hay que buscar a Dios por sí mismo, no por sus beneficios. Quien acoge el amor de Dios como puro don y sin cortapisas aprende a amar a Dios con pureza de corazón, desinteresadamente. Amar a Dios como Dios, lo mismo en sequedad que en fervor, no por sus dones, no por gustos”, no por sus regalos.
Toda alabanza de gloria se convierte gradualmente en una hostia de alabanza, en intercesión, como lo fue, como lo es, Jesús.
Luego vino la adoración-intercesión ante Jesús Eucaristía por la Evangelización, la Renovación Carismática, Manos Alzadas, la Catequesis. Dejarnos utilizar por el Espíritu de Dios según sus planes, según su voluntad, hacer pasar la gracia de la salvación a tantos hambrientos y necesitados de Dios Misericordia y Amor.
Por la tarde, seguimos orando por Emigración, marginación y pobreza; unidos a Cristo ante el Padre, y elevando nuestra plegaria silenciosa a favor de sus preferidos.
Continuamos con la celebración de la Eucaristía. Ser canales para que pase el agua de la fuente: Cristo, mantener las lámparas encendidas con cariño y ternura a la espera del Esposo.
Y después de la cena, la fiesta con el Señor: adoración al aire libre con cantos de danza, velas y poesías, una explosión de alegría y gozo y adoración hacia nuestro Dios Trinidad en la Persona de Jesús Eucaristía, y en presencia especial de María nuestra Madre, su Mamá.
El día séptimo, se terminó el encuentro con el broche final de la celebración de la Eucaristía en la casa de l’Assomption, exhortándonos a todos los participantes a ser intercesores allá donde fuéramos y con quienes estuviésemos.
Y la despedida a nuestra bendita Madre María Inmaculada, frente a la Gruta de Massabielle, en alegría y paz, y nostalgia del próximo encuentro bajo su amparo y protección, en Lourdes.
No podemos olvidar los “paseos” diarios con el Santísimo (traslado de la capilla al salón). Eran una bendición de alegría y de gozo en el Señor.
¡Ojalá, supiéramos dar gracias a Dios por todo el amor y las gracias que Él ha derramado en este encuentro! Y derrama siempre que nos dejamos llenar de su amor.
El Señor ha estado grande con nosotros. Nos ha fortalecido en la fe, en la esperanza y en el amor. ¡Sí, el Señor se ha derramado en todo y en todos!
“Cuando llegó y vio la gracia de Dios se alegró y exhortaba a todos a permanecer, con corazón firme, unidos al Señor. Hch 11, 23.
¡Gloria al Señor! ¡Aleluya! ¡Amén! ¡Amén!
“Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo; yo no soy digno de desatarle, inclinándome, la correa de sus sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo.” Mc 1, 7-8.
2º ENCUENTRO NACIONAL DE INTERCESIÓN POR LA IGLESIA Y EL MUNDO
P. Marcelino Iragui, O.C.D., y equipo.
Algunos de los fariseos, que estaban entre la gente, le dijeron: “Maestro, reprende a tus discípulos.” Respondió: “Os digo que si éstos callan gritarán las piedras.” Lc 19, 39-40.
Venidos de muchos puntos de España, nos hemos reunido a los pies de María, la Madre de Jesús, para interceder con Él por la Iglesia y el mundo ante el Trono de Gracia.
Hemos sido un grupo de más de 100 personas, con cuatro sacerdotes, llenas de ilusión y de deseo de llenarnos de Dios, de estar con el Santísimo dejando atrás todas las cosas del mundo, de contemplar la Virgen Madre en ese oasis verde lleno de esperanza, de orar con tantos enfermos que son nuestros hermanos en el dolor, de orar en esa Carpa donde el silencio nos llena de Dios. ....
Sí, hemos ido llenos de ilusión para dar gracias a Dios con toda nuestra alma, para alabarlo, para, unidos los hermanos, adorar y reparar, para interceder y hacer silencio en nuestro corazón y abrirlo a las gracias que el Señor desea dar a todos sus hijos.
Podemos decir que, a pesar de las dificultades que hayan podido surgir, de las cargas y problemas con las que cada uno llegaba a este encuentro, o precisamente por ello, el Señor se ha derramado con generosidad, como hace siempre que se lo permitimos, a través de la Eucaristía, laudes, intercesiones, adoraciones, acto mariano y actos realizados en el Santuario, las enseñanzas, ....
¿Qué decir de las Eucaristías? ¿de las horas de intercesión? ¿de las adoraciones? ¿de las bellas y enriquecedoras enseñanzas con las que el Señor nos ha bendecido a través del P. Marcelino?
Sólo se puede utilizar el lenguaje divino que nos dice S. Juan de la Cruz: ‘el callado amor’. ¡Pero no podemos callarnos, hemos de compartir las maravillas del Señor!
Y sí, las enseñanzas han sido maravillosas y profundas. De una riqueza excepcional, como es habitual en estos encuentros, regalos de nuestro Dios a su pueblo ¡tan hambriento, aún sin saberlo, de la verdadera doctrina de la Santa Madre Iglesia!
Desde el primer día nos han ido introduciendo cada vez más en el Corazón misericordioso de Dios, nuestro Padre amoroso, descubriéndonos su amor infinito por el ser humano, su sed de amor, haciéndonos sentir hijos en su Hijo amado, llevados por su Espíritu de Amor y destinados a compartir ese amor infinito en el tiempo y en la eternidad.
¡Ojalá no las dejásemos en el olvido! ¡Ojalá nos aprovecháramos de ellas y las pusiéramos en práctica, al menos en parte, asumiéndolas de corazón! ¡Ojalá deseásemos entrar en la oración contemplativa a la que nos guían!, y que el Señor está pidiendo insistentemente en nuestro mundo de algarabía y ruido constantes.
El primer día (4), fue la acogida con la celebración gozosa de la Eucaristía y la presentación de los participantes, procedentes de todos los rincones de nuestra tierra. El Señor ya nos fue introduciendo con suavidad y firmeza a la tarea a la que nos había llamado: interceder junto con Jesús por la Iglesia y el mundo, olvidándonos de nuestros propios problemas y conflictos para adentrarnos en el corazón misericordioso de Dios y abandonarnos en sus amorosas manos de Padre.
Interceder nos hace uno con Jesús, y eso es una bendición.
El mensaje de María en Lourdes nos invita a ser perseverantes ante la dificultad, para encontrar en ella a Dios, como Sta Bernardita el agua que no veía: Jesús es la fuente y el agua viva que nos espera siempre si confiamos en Él; a hacer penitencia aceptando lo que no me gusta; a rezar por los alejados;
a imitar a la Virgen en nuestra vida.
El segundo día (5), nos unimos a toda la Iglesia en laudes alabando al Señor.
Después tuvimos la celebración de la Eucaristía en la Gruta unidos a la Peregrinación de la diócesis de Palencia. Fue hermoso sentir a tantos hermanos, reunidos a los pies de María en Lourdes, celebrar en español; lo mismo que las palabras que el Sr. Obispo de Palencia nos dirigió a todos exhortándonos a abrazar nuestra cruz de cada día, por amor a Cristo, pues la cruz que se arrastra se vuelve más pesada y la cruz que así se abraza se vuelve fuente de bendición. A continuación, “Manos Alzadas” realizó un acto mariano con una bella oración a la Virgen, en el Camino del agua.
Por la tarde, la enseñanza: ‘Intercediendo con Jesús’, fue abriendo y caldeando nuestro corazón ante la perspectiva de los designios y amor de Dios que nos ofrecía y a la llamada apremiante que nos hacía a colaborar en el plan de salvación de Dios. “Yahvé mi bandera. La intercesión es la bandera de Dios en alto, que asegura la victoria. Cuenta, ante enemigos fuertes y peligros, con Jesús elevado en la Cruz, signo de victoria. Jesús se ofreció en la cruz una vez; pero su sacrificio permanece siempre actual; acompañar a Jesús junto con María Madre, el discípulo amado y tantos otros..., movidos y sostenidos por el mismo Espíritu es nuestro privilegio; Manos Alzadas significa participar en la lucha victoriosa de Jesús, uniendo nuestra plegaria, vida, sacrificio ... al suyo, utilizando las armas de Dios: siempre en oración, orando en el Espíritu, velando juntos e intercediendo por todos, sabiendo que la extensión del Reino depende ante todo de la gracia divina”.
Luego, la hora de adoración-intercesión por la Familia, tan necesitada de oración en nuestra sociedad actual, fue el momento de poner en práctica algo de la enseñanza recibida, acompañando a Jesús en su oración de intercesión ante el trono de gracia.
Terminamos el día con la adoración y unción de los intercesores, pidiendo el carisma de intercesión universal para todos los participantes: para quienes venían por primera vez, que el Señor lo pusiera en su corazón, y para los que ya lo tenían, que lo fortaleciera y continuaran con entusiasmo el camino de esta oración de intercesión.
El tercer día (6), empezamos gozosos alabando a nuestro Buen Dios con los laudes.
Y seguimos con el regalo dela enseñanza, ‘ Intercediendo como sacerdocio real’. En ella se nos dijo, y se nos dice, ‘que lo más grande y útil que podemos hacer en la vida es orar y vivir como Jesús, con Jesús, en Jesús y desde Jesús: desde el seno de Dios al corazón de Dios; que Jesús es el único mediador entre Dios y los hombres, propiciación por nuestros pecados; que el único sacerdocio es el de Cristo; que nosotros estamos consagrados a Dios por el bautismo, y quien nos consagra es Dios Espíritu Santo; que somos sacerdocio real para adorar, alabar e interceder como representantes de la nueva humanidad y de toda la creación: ofreciendo la Eucaristía, recibiendo sacramentos y usando sacramentales, bendiciendo en nombre de Dios, viviendo en el amor, buscando la voluntad de Dios, abrazando nuestra cruz de cada día, acogiendo el amor de Dios a beneficio de los que lo rechazan, y adorando y amando por los que no adoran ni aman; que interceder es apoyarse en lo que el divino Salvador ha hecho por nosotros y por toda la humanidad y orar con Él y ante Él Eucaristía con la humildad y silencio de María, es recoger la Sangre que brota del Corazón de Jesús y llevarla a los demás, es amar por los ausentes, es orar : “ Venga tu reino; hágase tu voluntad”. La bondad de Dios no excluye a nadie. Alabanza e intercesión no se oponen, se unen’.
La hora de adoración-intercesión fue por los Gobernantes. Nuestra misión es orar por ellos, y por los que tienen la autoridad, sean como sean, es llevarlos al Corazón de Dios y que Él reine en ellos, para
que trabajen por el bien de todos y podamos todos vivir en paz, justicia y libertad bien entendida.
La tarde fue dedicada a la adoración del Santísimo, en la Carpa, en intercesión por Nuestros pastores: que nos conceda pastores según su Corazón; que reflejen su rostro de Padre y tengan sus entrañas de Madre; que vivan en plenitud y transmitan con claridad su Palabra; que sean canales de la gracia, sanación y liberación de Dios; portadores del amor, la bondad, la paz de Dios; profetas de esperanza; llenos de Espíritu Santo y acompañados siempre de María Madre.
Y a continuación, la procesión hasta la Cripta de San Pío X, para la bendición de los enfermos. Realmente se sentía la presencia viva de Jesús bendiciendo a sus preferidos: los pobres y los enfermos con sencillez y solemnidad, con amor y dulzura, con fuerza y esperanza.
Por la noche, tuvimos la celebración gozosa de la Eucaristía. La homilía del P. Luis Mª nos ayudó a comprender mejor este pasaje de los Evangelios: ‘La Transfiguración, presagio de la Pasión, fue un regalo muy privado’. Jesús sólo se muestra en la luz de su gloria a tres de sus discípulos, y les manda no decir nada. Si lo cuentan en el momento, pueden quedarse en el entusiasmo, en lo exterior; después de la Resurrección ya se ha hecho vivencia interior, el oro ha pasado por el crisol y ha quedado purificado de todo. Sin la experiencia de la cruz no se puede enteramente gozar la gloria. ‘Al Tabor todos queremos subir; pero al Calvario, María, Juan y algunas mujeres’.
El cuarto día (7), comenzamos el día alabando al Señor con toda la Iglesia en los laudes, dándole gracias y bendiciendo su nombre por ser nuestro Dios.
Luego vino la enseñanza, ‘Intercediendo desde dentro del reino’. “El reino de Dios, la fuente de paz y gozo y santidad, sólo se encuentra entrando dentro de uno mismo bajo la dirección del Espíritu Santo. La mayor de las maravillas es que Dios habita en nosotros. Por el bautismo estamos consagrados al Dios Trino como morada suya, somos su propiedad. Llevamos dentro de nosotros el trono de gracia. Dios, en cuyas manos está el corazón de todos los hombres y mujeres, el destino de todos los pueblos, ¡mora en mí, me mira, me ama, me invita a interceder, me escucha! El Espíritu purifica y ensancha el corazón humano al modo de Dios. Así, crea un espacio adecuado para acoger a toda la Iglesia y al mundo, haciéndoles partícipes de los bienes de Dios. El campo donde está el tesoro es nuestra pobreza. Todo complejo que llevamos dentro es una mentira que nos hemos tragado. Si nos aceptamos, estamos comprando el campo para poseer el tesoro: Dios. Dios mora en nosotros en la plenitud de su ser, en su eterna actividad. ‘Los tesoros del reino’ son infinitos. Dios me los regaló ya en el bautismo. He de vaciarse hasta hacer un espacio infinito para el Bien infinito. Si me los apropio, si les doy cabida en mi interior, esos tesoros son míos ... los puedo dar a otros. Y lo haré siempre según Dios. Cuando el Espíritu controla mi yo, mi vida pone siempre a Jesús el primero, en el centro.”
Después, intercedimos con Jesús por la Paz y la conversión. En nuestro mundo de conflictos y guerras, terrorismo y todo tipo de violencia, desastres naturales y despropósitos del hombre, pedimos con Jesús y ante Jesús Eucaristía para que los corazones se vuelvan con sinceridad y humildad a Dios, y habite su Paz en todos ellos, que el reino de Dios venga y se haga su voluntad, no la nuestra.
Por la tarde, honramos a nuestra Madre María con un hermoso acto mariano, leyendo textos del evangelio siguiendo los misterios gozosos, reflexionando sobre ellos, y cantándole y piropeándola espontáneamente con cariño filial. Y adoramos a Jesús intercediendo con Él por el mundo de la Educación y los Medios de comunicación, tan complejos e importantes en nuestro mundo, y tan poderosos en nuestra sociedad occidental actual; proclamando el señorío de Jesús sobre todos sus aspectos y posibilidades; orando por su evangelización y su utilización para que el Reino de Dios se establezca en el corazón de cada hombre y mujer, y se eduque y comunique en la verdad, el respeto, el amor, la justicia, la libertad, ... para construir un mundo mejor.
Por la noche, en el Santuario, participamos en la hermosa procesión de las antorchas y el rezo del santo rosario, recitado y cantado en diversos idiomas, donde estábamos unidos tantos y tantos hijos de Dios en honor a María Inmaculada. Después, celebramos la Eucaristía de las 11 en la Gruta, a los pies de nuestra Madre, y permanecimos allí en la adoración final del Santísimo. El Señor se derramó en abundancia en todos nuestros corazones.
El quinto día (8), terminados los laudes, nos dirigimos al Santuario. Allí nos esperaba el Via Crucis siguiendo el itinerario que hay en el monte. Fue un tiempo de gracia especial, que se manifestó en muchos hermanos. Recorrer ese Via Crucis nos lleva a sumergirnos en esos momentos de la vida de Jesús, nuestro Señor, y vivirlos con Él, abriendo nuestros oídos a lo que Él nos dice hoy y ahora, abriendo nuestro corazón a su amor infinito, a acompañarlo, a amarlo y a dejarnos amar en su entrega total al Padre. Después, hubo un rato de intercesión, en el Santuario, orando por el Espíritu de Santidad para toda la Iglesia: pidiendo al Padre, en unión con Jesús y María y por sus méritos infinitos, una gran floración de santidad auténtica para la Iglesia; que derrame sobre toda ella su Espíritu Santo y santificador; que nos dé santos que vivan las bienaventuranzas en medio de un mundo materialista, llenos de la presencia del Reino, que irradien la bondad, la paz y algo de la alegría infinita de Dios, que aman a la Iglesia y atraen a muchos a ella, a la comunión de los santos, que aman la Palabra de Dios y la viven, que saben contentarse con poco y ayudan a muchos.
Por la tarde, la enseñanza, ‘Intercesión contemplativa’, nos abrió nuevos horizontes espirituales y avivó en nuestro corazón el deseo de entregarnos más a la intercesión. En ella se nos dice: “El hombre espiritual (controlado por el Espíritu) vive de cara a Dios, con confianza filial en Él, bajo el señorío de Jesús; descubre en todo acontecimiento, próspero o adverso, la mano providente de Dios, y su respuesta es gratitud y admiración sin límites en acción de gracias y alabanza continua; se adentra en el Corazón de Dios y descubre su deseo infinito de compartir su amor, su vida y felicidad con todos los seres humanos creados a su imagen; sabe que la salvación es obra de Dios, que depende de nuestra oración, gradualmente simplificada hasta quedar reducida a una simple mirada del corazón, que no tiene límites cuando uno se deja guiar por el Espíritu de Dios, y pasa tiempo en silencio ante Jesús Eucaristía. Cuando acogemos la mirada silenciosa y suave de Jesús Eucaristía, nuestro corazón se sana, se libera, se ensancha ... sin límites; en ella vemos a su Iglesia entera y a toda la humanidad; y, sin saber cómo, podemos acoger y abrazar con amor a cuantos están presentes en el Corazón de Jesús. Nuestro Dios es tan generoso que desea elevarnos a su nivel y comunicarse con nosotros en lenguaje divino: la contemplación. Contemplación significa: ¡Entra en el gozo de tu Señor! Esencial para la intercesión es la intención. La intención amorosa abraza a todos aquellos por los que Dios quiere que oremos ... y los presenta a Dios aún sin pensar ellos. Cuando el intercesor con esa simple intención se expone a la mirada de Dios, todos los que lleva en su corazón se van bañando en el amor de Dios y recibiendo la gracia divina. Cuando el intercesor contemplativo se pierde en Dios, quedan dentro de Dios todas las personas e intenciones que lleva en su interior.
Y luego, la gozosa celebración de la Eucaristía, subrayando su aspecto sanador. Jesús camina sobre el agua. Pedro camina hasta casi llegar a Jesús; se hundió porque, por un momento, no miró a Jesús, sino al viento y a las olas. A nosotros también nos pasa lo mismo que a Pedro, y el remedio es mantener la mirada en Jesús aunque no lo veamos.
Para finalizar el día, la adoración al Santísimo con nuestra expresión y ofrenda personal.
El sexto día(9), después de alabar al Señor en laudes, tuvimos la enseñanza, que nos señalaba nuestro destino,‘Ser alabanza, ser intercesión’: “Betania es el segundo hogar de Jesús de Nazaret. La casa de Marta y María es nuestro corazón. Todo cristiano tiene una doble vocación: activa, a hacer, y contemplativa, a ser. La vocación activa, la realizamos nosotros con la ayuda de Dios, y la contemplativa la realiza sólo el Espíritu con nuestra cooperación. El sentido final de nuestra existencia, es ser alabanza de Dios. Los llamados a interceder estamos también destinados a ser intercesión. Jesús es la alabanza e intercesión perfecta. En cuanto somos su imagen, somos alabanza, somos intercesión con Él y como Él. Nuestra identidad verdadera está escondida en Dios. En esta vida hemos de practicar lo que estamos llamados a ser por toda la eternidad: alabanza de Dios, para gloria de Dios y alegría nuestra y de todos los bienaventurados, de los redimidos.
Condiciones para ser alabanza e intercesión: 1) Docilidad al Espíritu. Cuando nuestra vida cae bajo el control del Espíritu, Él nos transforma profundamente: nos vacía de nuestro yo, nos llena de Jesús hasta llegar a ser Jesús para Dios y los hombres. Sólo usa un arma: derrama el amor de Dios. Nada más importante en la vida que contribuir a que Dios pueda satisfacer en nosotros y en todos su sed infinita de amar. 2) Buscar siempre y en todo el reino de Dios. El reino de Dios, la gloria de Dios y lo que Dios tanto desea: la santificación de los escogidos, y la salvación de todos los hombres, es lo único importante para quien se convierte en intercesión y encuentra en su pobreza y en la ajena la riqueza y la fuerza de Dios. Mis debilidades y defectos, mis sufrimientos, cansancios y pobrezas, unidos a Jesús son mi intercesión permanente. 3) Unidad y armonía interior, que sea fruto y reflejo de la unidad existente en el seno de la Trinidad. Cuando uno se acepta como es: con sus limitaciones, sus pobrezas y otras circunstancias de la vida, su voluntad está en pleno acuerdo con la de Dios. En su interior reina la paz, armonía, unidad. Para descubrirlas hay que entrar muy dentro de uno mismo, por el recogimiento y silencio interior; y proceder en fe más allá de uno mismo. 4) Gratitud sin límites. La gratitud es algo que nace del sentido de lo gratuito. Para tenerla hay que buscar a Dios por sí mismo, no por sus beneficios. Quien acoge el amor de Dios como puro don y sin cortapisas aprende a amar a Dios con pureza de corazón, desinteresadamente. Amar a Dios como Dios, lo mismo en sequedad que en fervor, no por sus dones, no por gustos”, no por sus regalos.
Toda alabanza de gloria se convierte gradualmente en una hostia de alabanza, en intercesión, como lo fue, como lo es, Jesús.
Luego vino la adoración-intercesión ante Jesús Eucaristía por la Evangelización, la Renovación Carismática, Manos Alzadas, la Catequesis. Dejarnos utilizar por el Espíritu de Dios según sus planes, según su voluntad, hacer pasar la gracia de la salvación a tantos hambrientos y necesitados de Dios Misericordia y Amor.
Por la tarde, seguimos orando por Emigración, marginación y pobreza; unidos a Cristo ante el Padre, y elevando nuestra plegaria silenciosa a favor de sus preferidos.
Continuamos con la celebración de la Eucaristía. Ser canales para que pase el agua de la fuente: Cristo, mantener las lámparas encendidas con cariño y ternura a la espera del Esposo.
Y después de la cena, la fiesta con el Señor: adoración al aire libre con cantos de danza, velas y poesías, una explosión de alegría y gozo y adoración hacia nuestro Dios Trinidad en la Persona de Jesús Eucaristía, y en presencia especial de María nuestra Madre, su Mamá.
El día séptimo, se terminó el encuentro con el broche final de la celebración de la Eucaristía en la casa de l’Assomption, exhortándonos a todos los participantes a ser intercesores allá donde fuéramos y con quienes estuviésemos.
Y la despedida a nuestra bendita Madre María Inmaculada, frente a la Gruta de Massabielle, en alegría y paz, y nostalgia del próximo encuentro bajo su amparo y protección, en Lourdes.
No podemos olvidar los “paseos” diarios con el Santísimo (traslado de la capilla al salón). Eran una bendición de alegría y de gozo en el Señor.
¡Ojalá, supiéramos dar gracias a Dios por todo el amor y las gracias que Él ha derramado en este encuentro! Y derrama siempre que nos dejamos llenar de su amor.
El Señor ha estado grande con nosotros. Nos ha fortalecido en la fe, en la esperanza y en el amor. ¡Sí, el Señor se ha derramado en todo y en todos!
“Cuando llegó y vio la gracia de Dios se alegró y exhortaba a todos a permanecer, con corazón firme, unidos al Señor. Hch 11, 23.
¡Gloria al Señor! ¡Aleluya! ¡Amén! ¡Amén!
“Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo; yo no soy digno de desatarle, inclinándome, la correa de sus sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo.” Mc 1, 7-8.
Manos Alzadas en intercesión
Leyendo los signos de los tiempos queda patente la gran preocupación que nuestra bendita Madre del cielo siente en estos días por sus hijos peregrinos en la tierra. Repetidamente está pidiendo a sus hijos predilectos oración y penitencia. Orar por la conversión del mundo a su Hijo amado, el único que lo puede salvar (Hch 4,12). Penitencia en el contexto actual, no significa disciplinas cadenillas. Vivimos en un mundo donde “lo que me gusta” es norma de vida. Penitencia significa aceptar y ofrecer a Dios tantas cosas en la vida diaria que no me gustan.
En 1985 tuvo lugar en Loyola la primera semana de intercesión por la Iglesia y el mundo, dirigida por el Carmelita Marcelino Iragui y un equipo de personas generosas de renovación carismática. A partir de entonces y bajo la mirada amorosa de María, se han ido formando más de un centenar de pequeños grupos de intercesión por la Iglesia y el mundo, aglutinados bajo el lema “Manos Alzadas”.
Por iniciativa de esta bendita Madre fue posible la primera semana de intercesión a nivel nacional, convocada por Manos Alzadas, que tuvo lugar en su santuario de Lourdes a finales de julio de 2005. Los numerosos participantes en esa semana manifestaron el deseo de mantener contactos periódicamente, para fortalecer lazos mutuos y desarrollar el precioso carisma de intercesión universal.
Después de orar y discernir comunitariamente se decidió, en concreto:
1. Tener en verano una semana de intercesión de Manos Alzadas, a ser posible, en un santuario mariano, siempre bajo la protección de la Virgen Santísima. El presente año 2006, en Lourdes, como también el 2007 (150 aniversario de la proclamación de la Inmaculada).
2. Tener cada año dos retiros de fin de semana de Manos Alzadas: uno en noviembre en algún centro importante de España, otro en febrero-marzo en Madrid. Hasta el presente hemos tenido el primero en Zaragoza y el segundo en El Escorial. El próximo será, DM, en Valladolid del 3 (tarde) al 5 (medio día) de noviembre de 2006. Para inscripciones dirigirse a Maruja Pascual y Antonio Corcuera: Tno 976.27.14.08. El de Madrid del 16 al 18 de marzo de 2007
3. Miembros de Manos Alzadas se apoyarán unos a otros, sobre todo con la oración; y suplicarán al Señor suscite numerosos intercesores por su Iglesia y por el mundo en que vivimos. Procurarán formar células o pequeños grupos de intercesión, que se reúnan periódicamente. A fin de orar por las mismas intenciones se puede utilizar hojita enviada desde Casa de Espiritualidad de Larrea (Tno. 946730544). Cada mes ofrecerán una Eucaristía por esta intención y, a ser posible, la celebrarán juntos.
Lo importante es interceder en la vida cotidiana por todas las personas y en todos los lugares y momentos, y bendecir a todos los que nos rodean, a cuantos encontramos y a cuantos cruzan nuestra mente. Que la luz de Cristo llegue a todos y su Madre bendita acompañe a todos.
Cuando el Espíritu Santo controla la vida de un cristiano establece unidad y armonía en su interior, al mismo tiempo que ensancha su corazón de modo que en él encuentren cabida todos los hijos y los deseos de Dios. Entonces la oración de adoración, alabanza e intercesión se fusionan en su vida y toda su persona se convierte en intercesión permanente ante Dios.
Intercesión es orar por la venida del Reino de Dios. Y los asuntos del Reino, mejor que en palabras humanas, se tratan en el lenguaje de Dios, la contemplación infusa. Que María, nuestra Madre y patrona la obtenga para todos los que de veras se comprometen a este santo ministerio tan sacerdotal y tan eucarístico.
Contactos para más información:
En 1985 tuvo lugar en Loyola la primera semana de intercesión por la Iglesia y el mundo, dirigida por el Carmelita Marcelino Iragui y un equipo de personas generosas de renovación carismática. A partir de entonces y bajo la mirada amorosa de María, se han ido formando más de un centenar de pequeños grupos de intercesión por la Iglesia y el mundo, aglutinados bajo el lema “Manos Alzadas”.
Por iniciativa de esta bendita Madre fue posible la primera semana de intercesión a nivel nacional, convocada por Manos Alzadas, que tuvo lugar en su santuario de Lourdes a finales de julio de 2005. Los numerosos participantes en esa semana manifestaron el deseo de mantener contactos periódicamente, para fortalecer lazos mutuos y desarrollar el precioso carisma de intercesión universal.
Después de orar y discernir comunitariamente se decidió, en concreto:
1. Tener en verano una semana de intercesión de Manos Alzadas, a ser posible, en un santuario mariano, siempre bajo la protección de la Virgen Santísima. El presente año 2006, en Lourdes, como también el 2007 (150 aniversario de la proclamación de la Inmaculada).
2. Tener cada año dos retiros de fin de semana de Manos Alzadas: uno en noviembre en algún centro importante de España, otro en febrero-marzo en Madrid. Hasta el presente hemos tenido el primero en Zaragoza y el segundo en El Escorial. El próximo será, DM, en Valladolid del 3 (tarde) al 5 (medio día) de noviembre de 2006. Para inscripciones dirigirse a Maruja Pascual y Antonio Corcuera: Tno 976.27.14.08. El de Madrid del 16 al 18 de marzo de 2007
3. Miembros de Manos Alzadas se apoyarán unos a otros, sobre todo con la oración; y suplicarán al Señor suscite numerosos intercesores por su Iglesia y por el mundo en que vivimos. Procurarán formar células o pequeños grupos de intercesión, que se reúnan periódicamente. A fin de orar por las mismas intenciones se puede utilizar hojita enviada desde Casa de Espiritualidad de Larrea (Tno. 946730544). Cada mes ofrecerán una Eucaristía por esta intención y, a ser posible, la celebrarán juntos.
Lo importante es interceder en la vida cotidiana por todas las personas y en todos los lugares y momentos, y bendecir a todos los que nos rodean, a cuantos encontramos y a cuantos cruzan nuestra mente. Que la luz de Cristo llegue a todos y su Madre bendita acompañe a todos.
Cuando el Espíritu Santo controla la vida de un cristiano establece unidad y armonía en su interior, al mismo tiempo que ensancha su corazón de modo que en él encuentren cabida todos los hijos y los deseos de Dios. Entonces la oración de adoración, alabanza e intercesión se fusionan en su vida y toda su persona se convierte en intercesión permanente ante Dios.
Intercesión es orar por la venida del Reino de Dios. Y los asuntos del Reino, mejor que en palabras humanas, se tratan en el lenguaje de Dios, la contemplación infusa. Que María, nuestra Madre y patrona la obtenga para todos los que de veras se comprometen a este santo ministerio tan sacerdotal y tan eucarístico.
Contactos para más información:
Isabel Larraza Tf. 943653908;
Maruja Pascual Tf. 976271408
José Eugenio Isusi Tf. 958212412;
Victoria Perez Tf. 952232669
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