1. El ministerio de intercesión universal es algo tan dinámico como para sellar el destino de un futuro santo. Solo Dios es santo, fuente de toda santidad. La criatura es santa en cuanto, unida a Dios, participa de la santidad de Dios. Quien intercede con Jesús, está ya unido a Jesús. Conforme persevera en la intercesión se va uniendo más y más hasta desaparecer en Jesús, ya que Jesús es el único intercesor. Ante ti tienes abierto un camino muy seguro y recto para llegar a aquel grado de santidad al que Dios, en su bondad, te ha predestinado. La intercesión universal es camino de santidad.
2. Jesús intercede por nosotros a la diestra del Padre (Rm 8,34). La diestra de Dios es un lugar de privilegio, de poder, de gozo sin fin. “Me enseñarás el camino de la vida, plenitud de gozo en tu presencia, alegría perpetua a tu derecha” (S 16,11). Cuando intercedes con Jesús, Dios te contempla ya a su derecha con su amado Hijo. Eso explica la alegría desbordante que suele reinar al final de un encuentro fuerte de intercesión.
3. La intercesión es una tarea de misericordia, que garantiza la misericordia divina (Mt5,7). Dios es Padre de todos, también de los no creyentes y de los que le rechazan. Al interceder por ellos, les prestas tu fe, tu esperanza, tu voz y sobre todo, corazón, para que sean ellos quienes clamen al Padre desde tu corazón. De ese modo tu corazón se convierte en un verdadero santuario universal, desde el que claman al Señor innumerables personas de toda raza, lengua y nación. Es como un anticipo de la liturgia del cielo, anunciada en el Apocalipsis (7,9s).
4. La intercesión es a veces muy dolorosa, cuando sientes las cargas del prójimo; pero tanto más beneficiosa, pues Dios “recoge tus lágrimas en su odre” (S 56,9), para regar con ellas las semillas de su gracia. Así se realiza lo del Salmo 126: “Los que siembran entre lágrimas, cosecharán entre cantares”. Muchos serán los que algún día canten contigo.
5. “Buscad primero el reino de Dios, todo lo demás se os dará por añadidura”: Mt 6.33. Cuando te fías de Dios a ciegas, buscas de corazón su reino y sus intereses, dejando de lado los tuyos propios, entonces, como lo ha prometido, Dios se cuida de tus cosas y de tus seres queridos. Es un trueque muy ventajoso; ciertamente sales ganando. La experiencia lo comprueba a menudo.
6. Cuando piensas en interceder por otros, puede abrumarte la conciencia de tus propios pecados. Lee Za 3,1s y verás lo que Dios hace con los que se acercan al trono de la gracia para interceder por otros: en su gran bondad, los defiende del acusador, los purifica de sus pecados, los santifica y adorna con vestidos preciosos de dones y virtudes.
7. La intercesión auténtica es desinteresada: sólo busca el bien del prójimo y la gloria de Dios. Tal actitud te hace salir de tu propio yo (ektasis); olvidarte de ti mismo; morir a tus egoísmos. Así te vas sanando de males tan perniciosos como egocentrismo, autorechazo y otros. Cuando vives a fondo las inquietudes de la Iglesia y los problemas del mundo, tus propios problemas se convierten en problemillas, o en problemas del pasado.
8. El antiguo Israel había sido elegido por Dios como “pueblo sacerdotal” para adorar al Dios verdadero de parte de todos los pueblos. Algo que muchos israelitas nunca captaron. El mismo peligro existe hoy en grupos eclesiales. Algunos para proteger su identidad se encierran en una burbuja; incluso llegan a mirar a otros grupos como rivales. Y cuando eso sucede, loa grupos se atrofian. La intercesión universal nos libera de ese peligro: todo individuo y grupo cristiano está llamado a la intercesión; y ésta se hace a beneficio de todos.
9. María, como Madre universal y Mediadora de la gracia, está presente en toda intercesión. Pero, como en el evangelio, suele andar calladita, de puntillas, para no llamar la atención. No quiere haya otro protagonista que su Hijo Jesús. ¡Cuánto tenemos que aprender de ella!
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