sábado, junio 23, 2007

La lucha espiritual.

Cuando se sacrifica un valor por el reino de Dios, éste no se destruye; se revalúa y diviniza. Quien sacrifica su voluntad y libertad por Cristo, se hace realmente libre y fuerte, pues queda “arraigado y cimentado en Cristo” (Col 1,7). Quien sacrifica su autonomía para someterse a Cristo, de autónomo se convierte en cristónomo. Viviendo bajo la ley de Cristo, encuentra una seguridad y fuerza sobrehumanas. “Todo lo puedo en aquel que me conforta” (Fl 4,13). Revelador el ejemplo del centurión romano: “Porque yo estoy sujeto a la autoridad (del poderoso emperador), tengo autoridad”, me siento fuere (Mt 8,9). En el reino de Dios nada más débil que la autonomía individual o de grupo. La teonomía o cristonomía es invencible. ¡Quién como Dios!

Este principio es de transcendental importancia cuando la intercesión se convierte en lucha espiritual, como sucede con frecuencia. Únicamente bajo el señorío de Jesús podemos luchar con enemigos más fuertes, veteranos y astutos que nosotros, y estar seguros de salir victoriosos. San Pedro nos exhorta: “Humillaos bajo la poderosa mano de Dios (teonomía), para que os ensalce a su tiempo... ¡Estad en guardia! Vuestro enemigo, el diablo, como león rugiente, ronda buscando a quien devorar. Resistidlo firmes en la fe” (1P 5,6-9). Y Santiago: “Someteos a Dios (teonomía); resistid al diablo, y huirá de vosotros” (St 4,7).
Mt 8,16 nos ofrece una escena típica de la evangelización de Jesús: “Al anochecer le presentaron muchos endemoniados; y con su palabra echó a los espíritus y curó a todos los enfermos”. Con Jesús ha venido el Reino de Dios y las fuerzas del antireino retroceden. La intercesión es mucho más que presentar nombres y necesidades ante Dios. Es luchar por el reino de Dios; y ello supone, con frecuencia, enfrentamiento con las fuerzas del mal. * Véase Ef 6,10-20.
En nuestra cultura, el enemigo trata de desacreditar a la Iglesia, utilizando su arma más fuerte, la mentira; trata de atrofiar la fe a través del consumismo, del amor al placer y al dinero; y trata de dominar a las personas a través del ocultismo, magia, adivinación, nueva era, orgullo y autosuficiencia espiritual, adicciones y ataduras pecaminosas.
Es preciso utilizar todas nuestras armas en la lucha directa con el enemigo. Empuñando el escudo de la fe y la espada del Espíritu, y reclamando las promesas de Dios en favor de los redimidos. Usando la oración de liberación en el nombre de Jesús y con la ayuda de la Virgen María. Proclamando la victoria de Jesús sobre el enemigo; el poder de su sangre y de su santa cruz. Poniendo bajo la autonomía de Jesús y cubriendo con su sangre a las personas, lugares y causas por los que oramos.
El intercesor cristificado, despojado de su yo, revestido y lleno de Cristo Jesús, es el mejor soldado en esta lucha. Santa Teresa de Jesús escribe: “Los soldados de Cristo, que tienen contemplación y tratan de oración, saben que, con la fuerza que en ellos pone el Señor, los enemigos no tienen fuerza, y que siempre quedan vencedores y con gran ganancia... Los que temen, y es razón teman y siempre pidan los libre de ellos el Señor, son unos demonios que se transforman en ángeles de luz. De estos pidamos muchas veces que nos libre el Señor" (Camino de Perfec.38,2). "Porque si, como dice David, con los santos seremos santos, no hay que dudar, sino que, estando hecha una cosa con el Fuerte por la unión tan soberana de espíritu con espíritu, se le ha de pegar fortaleza, y así vemos la que han tenido los santos para padecer y morir" (7 Moradas,4, 10).
Y san Juan de la cruz: "Unida con la misma fuerza de amor con que es amada de Dios, ama el alma a Dios con la voluntad y fuerza del mismo Dios; la cual fuerza es el Espíritu Santo, en el cual está el alma transformada. (Cántico 38,3s). Y con la misma fuerza ama a todos los seres humanos, y los libera del poder del enemigo, y los levanta a Dios en su oración.

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