Uno toma conciencia de las necesidades y cargas de otros y, muy cristianamente, las presenta a Dios, las pasa a Jesús, el gran Intercesor, o las pone en manos de María. Es una práctica excelente, sobre todo cuando se hace en la santa Misa, en los Laudes, o ante el Santísimo. Mejor aun cuando la plegaria es espontánea, breve, sencilla y concluye con acción de gracias. “No os inquietéis por cosa alguna; antes bien en toda ocasión, presentad a Dios vuestras peticiones, mediante la oración y la súplica, con acciones de gracias” (Ef 4,6).
Los presentadores pueden ser intercesores de primerísima, cuando su alma es sencilla, su amor al prójimo muy grande y su fe en Dios infinita. Un buen ejemplo son las amigas de Jesús Marta y María, presentando la necesidad de su hermano: “Aquel a quien amas está enfermo” (Jn 11,3). Insuperable el ejemplo de María en Caná: “No tiene vino” (Jn 2,3).
Las complicaciones desagradables surgen, sobre todo en grandes asambleas, cuando el alma cristiana de algunos intercesores está condicionada por temperamentos impulsivos. La sesión se convierte en un bombardeo de intenciones, que desconcierta y desplaza a los verdaderos intercesores. En el cielo no sé qué efecto tendrá; en la tierra más bien cansancio y dolor de cabeza.
Otro tanto sucede cuando el alma cristiana de algún intercesor lleva acoplada una mente pagana. Fenómeno demasiado frecuente. Si la mente pagana lleva acoplada una lengua elocuente, en vez de humilde intercesión, tendremos sermones elocuentes, oraciones apabullantes. La mente pagana y la lengua elocuente sólo tienen un remedio: conversión a la sencillez y confianza del evangelio. Dice el Maestro: “Al orar, no os convirtáis en charlatanes, como los paganos, que se imaginan que serán escuchados por su gran elocuencia. No hagáis como ellos, porque vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo” (Mt 6,6s).Algunos intercesores, sobre todo los más elocuentes, y los que no dedican suficiente tiempo a la oración personal y a rumiar la Palabra de Dios, nunca pasan del grado de Presentadores. No llegan a descubrir el misterio de la intercesión, porque sólo se mueven en la periferia. Sea Dios bendito por su presencia en la Iglesia y por su contribución al proyecto divino de salvación. Y si alguna vez acuden a un encuentro de intercesión, quiera Dios no se haga notar su presencia.
Los presentadores pueden ser intercesores de primerísima, cuando su alma es sencilla, su amor al prójimo muy grande y su fe en Dios infinita. Un buen ejemplo son las amigas de Jesús Marta y María, presentando la necesidad de su hermano: “Aquel a quien amas está enfermo” (Jn 11,3). Insuperable el ejemplo de María en Caná: “No tiene vino” (Jn 2,3).
Las complicaciones desagradables surgen, sobre todo en grandes asambleas, cuando el alma cristiana de algunos intercesores está condicionada por temperamentos impulsivos. La sesión se convierte en un bombardeo de intenciones, que desconcierta y desplaza a los verdaderos intercesores. En el cielo no sé qué efecto tendrá; en la tierra más bien cansancio y dolor de cabeza.
Otro tanto sucede cuando el alma cristiana de algún intercesor lleva acoplada una mente pagana. Fenómeno demasiado frecuente. Si la mente pagana lleva acoplada una lengua elocuente, en vez de humilde intercesión, tendremos sermones elocuentes, oraciones apabullantes. La mente pagana y la lengua elocuente sólo tienen un remedio: conversión a la sencillez y confianza del evangelio. Dice el Maestro: “Al orar, no os convirtáis en charlatanes, como los paganos, que se imaginan que serán escuchados por su gran elocuencia. No hagáis como ellos, porque vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo” (Mt 6,6s).Algunos intercesores, sobre todo los más elocuentes, y los que no dedican suficiente tiempo a la oración personal y a rumiar la Palabra de Dios, nunca pasan del grado de Presentadores. No llegan a descubrir el misterio de la intercesión, porque sólo se mueven en la periferia. Sea Dios bendito por su presencia en la Iglesia y por su contribución al proyecto divino de salvación. Y si alguna vez acuden a un encuentro de intercesión, quiera Dios no se haga notar su presencia.
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