sábado, junio 23, 2007

Hablan algunos intercesores modélicos

Santa Teresa de Jesús

Al conocer las heridas causadas en la iglesia por el protestantismo, “diome gran fatiga, y lloraba con el Señor y le suplicaba remediase tanto mal. Parecíame que mil vidas pusiera yo para remedio de un alma... Y determiné hacer ese poquito que era en mí, que es seguir los consejos evangélicos con toda la perfección que yo pudiese, y procurar que estas poquitas que están aquí (San José, Ávila) hiciesen lo mismo... Que todas ocupadas en oración por los que son defensores de la iglesia, ayudásemos en lo que pudiésemos a este Señor mío, que tan apretado le traen aquellos a los que ha hecho tanto bien...”
“Oh hermanas mías en Cristo, ayudadme a suplicar esto al Señor, que para eso os juntó aquí; este es vuestro llamamiento; estos han de ser vuestros negocios; aquí vuestras lágrimas; estas vuestras peticiones.... Y cuando vuestras oraciones y deseos y disciplinas y ayunos no se empleasen en esto que he dicho, pensad que no hacéis ni cumplís el fin para que aquí os juntó el Señor” (Camino de perfección c. 1,2.5; c.3,10).


Sta Teresita del Niño Jesús

“Un sabio dijo: Dadme una palanca, un punto de apoyo, y levantaré el mundo. Lo que Arquímedes no pudo lograr, porque su petición no se dirigía a Dios, y porque, además, iba hecha desde un punto de vista material, lo lograron los santos en toda su plenitud. El Todopoderoso les dio un punto de apoyo: ¡El mismo! ¡El sólo! Y una palanca: la oración, que quema como fuego de amor. Y así levantaron el mundo. Y así lo siguen levantando los santos que aún militan en la tierra, y así lo levantarán, hasta el fin del mundo, los santos que vengan.” (Ms C 36v).
“¡Ah! La oración y el sacrificio constituyen toda mi fuerza, son las armas invencibles que Jesús me ha dado. Ellas pueden, mucho mejor que las palabras, conmover a los corazones. Muchas veces lo he comprobado... ¡Qué grande es el poder de la oración! Se diría que es una reina que en todo momento tiene entrada libre al rey, y puede conseguir todo lo que pide... Hago como los niños que no saben leer: digo a Dios con toda sencillez lo que quiero decirle, sin componer bellas frases, y siempre me entiende”. (Se lo dice en el silencio del corazón)
“Para mí la oración es un impulso del corazón, una simple mirada dirigida al cielo, un grito de agradecimiento y de amor, tanto en medio de la tribulación como en medio de la alegría. En fin, es algo grande, algo sobrenatural que me dilata el alma y me une con Jesús.... Me gustan mucho las oraciones en común, porque Jesús prometió hallarse en medio de los que se reúnen en su nombre. Siento entonces que el fervor de mis hermanas suple al mío.” (Ms C 24v.25r.25v).
“¡Qué misterio! ¿No es Jesús omnipotente? ¿Por qué, pues, dice: Pedid al dueño de la mies...? ¡Ah! Es que Jesús siente por nosotras un amor tan incomprensible, que quiere que tengamos parte con él en la salvación de las almas. No quiere hacer nada sin nosotras. El Creador del universo espera la oración de una pobrecita alma para salvar a las demás almas, redimidas, como ella, al precio de toda su sangre... He aquí las palabras de Jesús: Levantad los ojos y ved... Ved cómo en mi cielo hay sitios vacíos; os toca a vosotras llenarlos. Vosotras sois mi Moisés orante en la montaña; pedidme obreros, y yo los enviaré. ¡No espero más que una oración, un suspiro de vuestro corazón!” (Cta 135, a Celina).
“Las almas sencillas no necesitan usar medios complicados. Como yo soy una de ellas, Jesús me inspiró un modo sencillo de cumplir mi misión (de intercesora). Me hizo comprender el sentido de estas palabras de los cantares: Atráeme, correremos tras el olor de tus perfumes. ¡Oh Jesús! cuando un alma se ha dejado cautivar por el olor embriagador de vuestros perfumes, no podría correr sola; todas las almas que le son queridas se sienten llevadas tras ella... El alma que se abisma en el océano sin riberas de vuestro amor, lleva tras de sí todos los tesoros que posee. Señor, sabéis que mis únicos tesoros son las almas que os habéis dignado unir a la mía... He aquí mi oración. Pido a Jesús que me atraiga a las llamas de su amor, que me una tan estrechamente a sí, que sea él quien viva y obre en mí. Cuanto más me abrase el corazón el fuego de amor, con tanta mayor fuerza diré: Atráeme. Cuanto más se acerquen las almas a mí, con tanta mayor ligereza correrán estas almas tras el olor de los perfumes del Amado.” (C 34r.)



Santa Teresa de los Andes


“Un alma unida e identificada con Jesús lo puede todo. Y me parece que sólo por la oración se puede alcanzar esto... Pues salvar almas no es otra cosa que darles a Jesús, y el que no lo posee, no puede dar nada... ¡Qué hermosa es nuestra vocación! Somos redentoras en unión con nuestro Salvador. Somos las hostias donde Jesús mora. En ellas vive, ora y sufre por el mundo pecador. ¿No fue esta la vida de la más perfecta de las criaturas, la Sma. Virgen? Ella llevó al Verbo en el silencio. Ella siempre oró y sufrió... ¿No es esta la vida de Jesús en el Sagrario? Sin duda, hemos escogido la mejor parte” (Carta 130).

Beato Rafael



“Hoy, Jueves Santo (14,4.1938), día en que el Señor se reunió con sus discípulos, yo también, en mi pequeñez, me acerqué a Jesús, pidiéndole que conmigo se quedara, y me admitiera a su mesa, y me permitiera vivir con él y seguirle a todas partes como su sombra... Le pedí a Jesús me permitiera reclinar mi cabeza sobre su pecho como san Juan. Le pedí que de mí no se apartara nunca aunque me viera débil y miserable... Recorrí el mundo entero enseñando a Jesús todo lo que quería que remediase: España, la guerra, mis hermanos, tantos corazones a quien quiero...Todo se lo enseñé a Jesús y le dije: Señor, tómame a mí y date tú al mundo, acéptame, Señor, tal como soy, enfermo, inútil, disipado y negligente. Y el Señor me escuchó” (Pág. 816).


S. Juan de la Cruz
Cuando tú me mirabas,
su gracia en mí tus ojos imprimían;
por eso me adamabas
y en eso merecían
los míos adorar lo que en ti vían.
(Cántico Esp. c. 32)

“El mirar de Dios es amar y hacer mercedes” (Cant.19,6). “La mirada de Dios cuatro bienes hace en el alma: limpiarla, agraciarla, enriquecerla y alumbrarla; así como el sol con sus rayos enjuga, calienta, hermosea y resplandece. Y después que Dios pone en el alma estos tres bienes postreros, por cuanto por ellos le es el alma muy agradable, nunca más se acuerda de la fealdad y pecado que antes tenía” (Cántico 33,1).
*¿Qué mejor oración que acoger la mirada y el amor de Dios? * ¿Qué mejor intercesión que llevar en el corazón a nuestros seres queridos, a la Iglesia, el mundo..., y dejar que la mirada de Dios se pose sobre ellos con su infinito amor y generosidad?

En el coro de San Damián (Asís), convento donde vivió y murió Sta. Clara:

Non vox, sed votum
No la voz, sino el deseo,
Non clamor, sed amor
No el clamor, sino el amor
Non cordula, sed cor
No las cuerdas (vocales), sino el corazón
Psalat in aure Dei
Cante al oído de Dios.
Lingua consonet menti
Concuerde la lengua con la mente
et mens consonet cum Deo
Y la mente con Dios.

Bendiciones y Privilegios del intercesor

1. El ministerio de intercesión universal es algo tan dinámico como para sellar el destino de un futuro santo. Solo Dios es santo, fuente de toda santidad. La criatura es santa en cuanto, unida a Dios, participa de la santidad de Dios. Quien intercede con Jesús, está ya unido a Jesús. Conforme persevera en la intercesión se va uniendo más y más hasta desaparecer en Jesús, ya que Jesús es el único intercesor. Ante ti tienes abierto un camino muy seguro y recto para llegar a aquel grado de santidad al que Dios, en su bondad, te ha predestinado. La intercesión universal es camino de santidad.

2. Jesús intercede por nosotros a la diestra del Padre (Rm 8,34). La diestra de Dios es un lugar de privilegio, de poder, de gozo sin fin. “Me enseñarás el camino de la vida, plenitud de gozo en tu presencia, alegría perpetua a tu derecha” (S 16,11). Cuando intercedes con Jesús, Dios te contempla ya a su derecha con su amado Hijo. Eso explica la alegría desbordante que suele reinar al final de un encuentro fuerte de intercesión.
3. La intercesión es una tarea de misericordia, que garantiza la misericordia divina (Mt5,7). Dios es Padre de todos, también de los no creyentes y de los que le rechazan. Al interceder por ellos, les prestas tu fe, tu esperanza, tu voz y sobre todo, corazón, para que sean ellos quienes clamen al Padre desde tu corazón. De ese modo tu corazón se convierte en un verdadero santuario universal, desde el que claman al Señor innumerables personas de toda raza, lengua y nación. Es como un anticipo de la liturgia del cielo, anunciada en el Apocalipsis (7,9s).
4. La intercesión es a veces muy dolorosa, cuando sientes las cargas del prójimo; pero tanto más beneficiosa, pues Dios “recoge tus lágrimas en su odre” (S 56,9), para regar con ellas las semillas de su gracia. Así se realiza lo del Salmo 126: “Los que siembran entre lágrimas, cosecharán entre cantares”. Muchos serán los que algún día canten contigo.
5. “Buscad primero el reino de Dios, todo lo demás se os dará por añadidura”: Mt 6.33. Cuando te fías de Dios a ciegas, buscas de corazón su reino y sus intereses, dejando de lado los tuyos propios, entonces, como lo ha prometido, Dios se cuida de tus cosas y de tus seres queridos. Es un trueque muy ventajoso; ciertamente sales ganando. La experiencia lo comprueba a menudo.
6. Cuando piensas en interceder por otros, puede abrumarte la conciencia de tus propios pecados. Lee Za 3,1s y verás lo que Dios hace con los que se acercan al trono de la gracia para interceder por otros: en su gran bondad, los defiende del acusador, los purifica de sus pecados, los santifica y adorna con vestidos preciosos de dones y virtudes.
7. La intercesión auténtica es desinteresada: sólo busca el bien del prójimo y la gloria de Dios. Tal actitud te hace salir de tu propio yo (ektasis); olvidarte de ti mismo; morir a tus egoísmos. Así te vas sanando de males tan perniciosos como egocentrismo, autorechazo y otros. Cuando vives a fondo las inquietudes de la Iglesia y los problemas del mundo, tus propios problemas se convierten en problemillas, o en problemas del pasado.
8. El antiguo Israel había sido elegido por Dios como “pueblo sacerdotal” para adorar al Dios verdadero de parte de todos los pueblos. Algo que muchos israelitas nunca captaron. El mismo peligro existe hoy en grupos eclesiales. Algunos para proteger su identidad se encierran en una burbuja; incluso llegan a mirar a otros grupos como rivales. Y cuando eso sucede, loa grupos se atrofian. La intercesión universal nos libera de ese peligro: todo individuo y grupo cristiano está llamado a la intercesión; y ésta se hace a beneficio de todos.
9. María, como Madre universal y Mediadora de la gracia, está presente en toda intercesión. Pero, como en el evangelio, suele andar calladita, de puntillas, para no llamar la atención. No quiere haya otro protagonista que su Hijo Jesús. ¡Cuánto tenemos que aprender de ella!

La lucha espiritual.

Cuando se sacrifica un valor por el reino de Dios, éste no se destruye; se revalúa y diviniza. Quien sacrifica su voluntad y libertad por Cristo, se hace realmente libre y fuerte, pues queda “arraigado y cimentado en Cristo” (Col 1,7). Quien sacrifica su autonomía para someterse a Cristo, de autónomo se convierte en cristónomo. Viviendo bajo la ley de Cristo, encuentra una seguridad y fuerza sobrehumanas. “Todo lo puedo en aquel que me conforta” (Fl 4,13). Revelador el ejemplo del centurión romano: “Porque yo estoy sujeto a la autoridad (del poderoso emperador), tengo autoridad”, me siento fuere (Mt 8,9). En el reino de Dios nada más débil que la autonomía individual o de grupo. La teonomía o cristonomía es invencible. ¡Quién como Dios!

Este principio es de transcendental importancia cuando la intercesión se convierte en lucha espiritual, como sucede con frecuencia. Únicamente bajo el señorío de Jesús podemos luchar con enemigos más fuertes, veteranos y astutos que nosotros, y estar seguros de salir victoriosos. San Pedro nos exhorta: “Humillaos bajo la poderosa mano de Dios (teonomía), para que os ensalce a su tiempo... ¡Estad en guardia! Vuestro enemigo, el diablo, como león rugiente, ronda buscando a quien devorar. Resistidlo firmes en la fe” (1P 5,6-9). Y Santiago: “Someteos a Dios (teonomía); resistid al diablo, y huirá de vosotros” (St 4,7).
Mt 8,16 nos ofrece una escena típica de la evangelización de Jesús: “Al anochecer le presentaron muchos endemoniados; y con su palabra echó a los espíritus y curó a todos los enfermos”. Con Jesús ha venido el Reino de Dios y las fuerzas del antireino retroceden. La intercesión es mucho más que presentar nombres y necesidades ante Dios. Es luchar por el reino de Dios; y ello supone, con frecuencia, enfrentamiento con las fuerzas del mal. * Véase Ef 6,10-20.
En nuestra cultura, el enemigo trata de desacreditar a la Iglesia, utilizando su arma más fuerte, la mentira; trata de atrofiar la fe a través del consumismo, del amor al placer y al dinero; y trata de dominar a las personas a través del ocultismo, magia, adivinación, nueva era, orgullo y autosuficiencia espiritual, adicciones y ataduras pecaminosas.
Es preciso utilizar todas nuestras armas en la lucha directa con el enemigo. Empuñando el escudo de la fe y la espada del Espíritu, y reclamando las promesas de Dios en favor de los redimidos. Usando la oración de liberación en el nombre de Jesús y con la ayuda de la Virgen María. Proclamando la victoria de Jesús sobre el enemigo; el poder de su sangre y de su santa cruz. Poniendo bajo la autonomía de Jesús y cubriendo con su sangre a las personas, lugares y causas por los que oramos.
El intercesor cristificado, despojado de su yo, revestido y lleno de Cristo Jesús, es el mejor soldado en esta lucha. Santa Teresa de Jesús escribe: “Los soldados de Cristo, que tienen contemplación y tratan de oración, saben que, con la fuerza que en ellos pone el Señor, los enemigos no tienen fuerza, y que siempre quedan vencedores y con gran ganancia... Los que temen, y es razón teman y siempre pidan los libre de ellos el Señor, son unos demonios que se transforman en ángeles de luz. De estos pidamos muchas veces que nos libre el Señor" (Camino de Perfec.38,2). "Porque si, como dice David, con los santos seremos santos, no hay que dudar, sino que, estando hecha una cosa con el Fuerte por la unión tan soberana de espíritu con espíritu, se le ha de pegar fortaleza, y así vemos la que han tenido los santos para padecer y morir" (7 Moradas,4, 10).
Y san Juan de la cruz: "Unida con la misma fuerza de amor con que es amada de Dios, ama el alma a Dios con la voluntad y fuerza del mismo Dios; la cual fuerza es el Espíritu Santo, en el cual está el alma transformada. (Cántico 38,3s). Y con la misma fuerza ama a todos los seres humanos, y los libera del poder del enemigo, y los levanta a Dios en su oración.

INTERCESORES CRISTIFICADOS

“A los que de antemano conoció Dios, también los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito de muchos hermanos” (Rm 8,29). Este es el destino, divinamente glorioso, de todo cristiano: ser como Jesús, incluso, ser Jesús.
La intercesión universal es un camino muy eficaz para llegar a esa meta gloriosa, porque nos enseña a dejar de lado nuestros propios intereses, deseos, esquemas y proyectos, de modo que poco a poco vamos muriendo a nuestro yo. Y todo lo que pasa por la muerte, comienza a experimentar ya la resurrección del divino Salvador. Muriendo a mi yo, dejo crecer en mí a Cristo, el resucitado.
Por el bautismo hemos nacido de Dios, participamos de la vida de Dios y estamos “revestidos de Cristo” (Ga 3,26s). Esta gracia, bien cultivada, puede crecer sin límites, llevándonos a la unión mística con Dios y transformación final en Cristo, el Hijo de Dios. El camino más corto y seguro para ello es buscar siempre y en todo la voluntad de Dios. Quien sigue este camino, al fin podrá cantar: “Vivo yo, no yo, Cristo vive en mí” (Ga 2,20).
San Juan de la Cruz: “La unión y transformación del alma con Dios se da cuando las dos voluntades, la del alma y la de Dios, están en uno conformes, no habiendo en la una cosa que repugne a la otra... De donde a aquella alma se comunica Dios más que está más aventajada en amor, lo cual es tener más conforme su voluntad con la de Dios. Y la que totalmente la tiene conforme y semejante, totalmente está unida y transformada en Dios sobrenaturalmente” (2 Subida 5,3s).


A veces, el intercesor, llevado por el Espíritu en un momento de gracia, se pasa al alma de Cristo; y siente de algún modo la sed abrasadora que consume al divino Redentor, sed de almas. Y esa misma sed mueve al intercesor a trabajar, orar y gemir sin descanso por la salvación de todos.
Santa Teresita, muy joven, tuvo esa experiencia: “Un domingo, contemplando una estampa de nuestro Señor crucificado, quedé profundamente impresionada al ver la sangre que caía de una de sus manos divinas. Experimenté una pena inmensa al pensar que aquella sangre caía al suelo sin que nadie se apresurase a recogerla; y resolví mantenerme en espíritu al pie de la cruz para recibir el divino rocío que goteaba de ella, comprendiendo que luego tendría que derramarlo sobre las almas. El grito de Jesús en la cruz resonaba continuamente en mi corazón: ¡Tengo sed! ”(A 45v).
A veces el intercesor, sumergido en el seno de Dios, percibe la sed infinita que abrasa el corazón de Dios, sed de amar y de darse. Dios es amor, todo el ser divino es amor. Y por eso no hay nada que Dios desee tanto y hasta necesite, como amar. Bien dice san Agustín: Deus sitit sitiri. Dios está sediento de amar, y de amar gratuitamente, sin límites, sin fin.
No solamente los mortales tenemos problemas. Dios también los tiene. Su mayor problema: “¿Dónde encuentro corazones totalmente abiertos y libres en los que pueda derramar mi amor infinito? En el cielo ya los tengo, pero en la tierra...?”
Un problema adicional que encuentra Dios en nuestros tiempos es cómo regalar su amor. En nuestra cultura consumista se mide el bienestar de una sociedad por su poder adquisitivo. Lo gratuito no merece la pena. Entre consumidores no se comprende la gracia, los dones, el amor totalmente gratuito de Dios. Y Dios tiene que preguntarse de nuevo: “¿Dónde encontraré corazones totalmente pobres y humildes que acojan mis dones, mi amor excesivo... como puro don?”
No te imaginas cuánto agradece Dios le ayudemos a solucionar estos problemas. ¿Puedes ayudarle? Es lo que trata de hacer el intercesor cristificado.
Ciertamente no está libre de miserias humanas. Pero el Espíritu le enseña a utilizar sus miserias como puente para comunicarse con Dios y con los hombres. Canta el salmista: Un abismo llama a otro abismo (S.41,8). En lo más hondo del abismo de su miseria, el intercesor se encuentra cara a cara con el abismo sin fondo de la misericordia divina. Cuando el intercesor asume sus miserias, se abre completamente ante Dios. Y el amor misericordioso de Dios, con su fuerza infinita, se lanza sobre él, consume su miseria, y la transforma en amor y compasión hacia sus semejantes.
De ahí saca fuerzas el intercesor para acoger en su corazón a tantos millones de hermanos hambrientos de felicidad y vacíos de Dios, y clamar más con gemidos del alma, que con palabras: “Míranos, Señor, con tu infinita misericordia; glorifica tu misericordia infinita en nuestra miseria sin límites; ámanos, Señor, a tu placer, con tu amor gratuito; abrázanos, Señor; introdúcenos en tu corazón; sacia en nosotros tu sed infinita de amar”.
La vida del intercesor cristificado puede ser totalmente normal y sencilla. Y lo normal en esta vida suele ser caminar hacia Dios en oscuridad y sequedad. Es así como la fe y el amor se purifican y fortalecen. Lo que caracteriza al intercesor cristificado es su amor total a la voluntad de Dios y su entrega a la causa de Dios: la santificación de la Iglesia y la salvación del mundo.
“El reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en el campo. El que lo encuentra, lleno de alegría, vende todo lo que tiene y compra el campo” (Mt 13,44). En el campo de la intercesión se esconde un tesoro fabuloso. A quien lo encuentra, no le cuesta vender todo: sacrificar su tiempo, sus proyectos, su voluntad, su libertad... y quedarse con el campo y el tesoro escondido.
Aquí se realiza ¡el gran milagro de la intercesión! El intercesor, una pobre criaturita, se va llenando del amor de Dios. San Juan de la Cruz: “Y así, unida con la misma fuerza de amor con que es amada de Dios, ama el alma a Dios con la voluntad y fuerza del mismo Dios; la cual fuerza es el Espíritu Santo, en el cual está el alma transformada (Cántico 38,3s). Y amando a Dios con la fuerza de Dios de parte de otros, contribuye inmensamente a la santificación de la Iglesia y a la salvación de innumerables almas.
Muy sabiamente aconseja el mismo Doctor Místico: “Cuando un alma llega este estado de amor no la conviene ocuparse en obras exteriores, que la pudiesen impedir un punto de aquella asistencia de amor en Dios, aunque sean de gran servicio de Dios, porque es más precioso delante de Dios un poquito de este puro amor y más provecho hace a la Iglesia, aunque parece que no hace nada, que todas esas otras obras juntas. Adviertan, pues, aquí los que son muy activos, que piensan ceñir el mundo con sus predicaciones y obras exteriores, que mucho más provecho harían a la iglesia y mucho más agradarían a Dios, si gastasen siquiera la mitad de ese tiempo en estarse con Dios en oración, aunque no hubiesen llegado a tan alta (oración) como esta. Entonces harían más y con menos trabajo con una obra que con mil, mereciéndolo su oración, y habiendo cobrado fuerzas espirituales en ella; porque de otra manera, todo es martillar y hacer poco más que nada, y a veces nada, y aun a veces daño.... Está cierto que las buenas obras no se pueden hacer sino en virtud de Dios” (Cántico c.29,2s).

Intercesores consagrados


Imagínate que dos ejércitos se enfrentan: uno muy numeroso, mal armado, peor disciplinado; otro pequeño bien armado y disciplinado. ¿Cuál lleva ventaja? Es lo que sucede, y con mayor diferencia, en el orden espiritual. El poder de la intercesión, más que en el número, está en la calidad y disciplina de los intercesores. Un santo lleva al cielo más almas que cien mil cristianos mediocres, que ocasionalmente interceden. Piensa en santa Teresita y almas como ella.
En nuestra sociedad de consumo y de comodismo el cristiano o es un místico y vuela sobre el ambiente del mundo; o no va a ningún sitio, se hunde. En otras palabras, o se deja controlar por el Espíritu de Dios, o cae bajo el sofocante control del espíritu del mundo. Por eso, en nuestra cultura actual de poco sirven al Señor los simples intercesores: los que oran periódicamente, pero, absortos en las cosas del mundo, se despreocupan de su reino habitualmente.
El Señor necesita hoy, para renovar su Iglesia y cambiar mundo, un ejército de intercesores consagrados. Necesita personas desinteresadas y humildes que, controladas por el Espíritu, están cada vez más llenas de Dios, y abrasadas por el deseo de extender su reino en este mundo.
Los intercesores consagrados, no sólo oran con Cristo Jesús, sino también como Cristo Jesús. El primer paso decisivo para ser intercesor consagrado es redescubrir nuestra consagración bautismal. Después de haber abierto las puertas del cielo, Jesús resucitado dio este mandato: “Haced discípulos míos de todas las gentes, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28,17-20).
El día más glorioso de tu vida, que te dejó marcado para toda la eternidad es el día de tu bautismo. Bautismo significa sumergirse en Dios, de modo que todo pecado se borra y uno queda empapado en la santidad de Dios: consagrado a Dios por la acción del mismo Dios. “Habéis sido lavados, consagrados y justificados en el nombre de nuestro Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios” (1Co 6,11).
Consagrar es la acción del Espíritu Santo, por la que éste toma posesión de una criatura y la introduce dentro de Dios, en el seno de la Trinidad; la unge y penetra con su propia santidad; la transforma por dentro y la configura con Cristo.
Por la gracia del bautismo participamos de la misma vida de Dios (2P 1,3s) y vivimos en comunión con la Trinidad. Un gran místico escribe: “Lo que hemos visto y oído os lo anunciamos para que también vosotros estéis en comunión con el Padre y su Hijo Jesucristo”( 1Jn 1,3).
Bta Isabel de la Trinidad: “Trinidad, he ahí nuestra morada, nuestro propio hogar, la casa paterna de donde nunca debemos salir. Así lo manifestó un día el divino Maestro: el esclavo no se queda en la casa para siempre; el hijo se queda para siempre (Jn 8,35) (CF 2). “Amo tanto ese misterio de la SS. Trinidad. Es un abismo donde desaparezco” (Cta 62).
Las grandes obras de Dios llevan el sello de Dios. El bautismo imprime carácter: una marca indeleble producida por el Espíritu Santo, señal de consagración y pertenencia a Dios; reproduce en nosotros la figura de Cristo y nos hace partícipes de su sacerdocio; permanece para siempre como garantía de la protección divina, y de resurrección final: 2Co 1,21s; Ef 1,13s; 4,30.
Quien nos unge y consagra, quien nos introduce en Dios y nos santifica es el Espíritu de Dios. Y el Espíritu no puede descansar hasta que la obra de Dios esté plenamente realizada en nosotros. Por eso, podemos decir que ¡todo bautizado está llamado a la unión mística con Dios y equipado para la misma! Posee ya el Espíritu y sus dones. Y podemos añadir que todo bautizado está llamado a ser intercesor consagrado. Lo será si se abre sin reservas y se deja conducir por el Espíritu.
Constantemente el Espíritu nos está enviando un mensaje: ¡Déjame controlar tu vida! ¡Y verás lo que hago de ti! Una conciencia viva de esta llamada es algo tan dinámico como para sellar el destino de un futuro santo y gran intercesor. ¿Cómo responder a esa llamada? - Nuestra respuesta consiste en consagrase; y eso es tarea de todos los días.
Consagrarse: es abrir todas las puertas al Espíritu; es entregarse a Dios sin reservas; dejarse invadir por los Tres; dejar que Espíritu santificador nos sumerja en ese Océano de Amor, que es nuestro Dios; dejar que él nos utilice libremente para la obra de Dios, la extensión de su reino.
Tal consagración conlleva renuncia, no como un fin, sino como un medio para la entrega. “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mc 8,34ss). Jesús nos pide renunciar ante todo a la propia voluntad y a los propios gustos, poniendo siempre por delante lo que entendemos ser más del agrado de Dios. En realidad, nada puede ser tan ventajoso para nosotros y para nuestro mundo como la voluntad de Dios, su reino y su gloria.
El ideal de consagración se realiza plenamente en la vía mística, cuando la vida del cristiano cae bajo el control del Espíritu. Cuando el Espíritu llega a controlar la vida interior de un cristiano, le purifica a fondo (noche oscura); le permite comunicarse directamente con Dios (contemplación infusa); y al fin, le conduce a la unión mística con Dios. De ese modo la consagración bautismal alcanza su plenitud: la criatura, vaciándose de sí, se va llenando de Dios; al final, entregándose por entero, llega a la plena posesión de Dios.
Nadie entra en la vía mística por decisión propia, ni por esfuerzo propio. Es un don del Espíritu. Pero un don que el Espíritu muy gustosamente concede a quien lo desea de veras y con humildad; cultiva la vida de oración con fidelidad; se dispone vaciándose de sí con generosidad; y con sabiduría deja que Dios sea Dios, diciendo siempre, como María, Hágase en mí según tu placer.
Del mismo modo, nadie se convierte en intercesor consagrado por decisión propia. Pero todo bautizado puede ser intercesor consagrado, si se abre al Espíritu y coopera con su gracia. Intercesores consagrados son aquellos en cuya vida el Espíritu va tomando las riendas; su vida de oración y amistad con Dios se desarrolla cada vez más bajo el control del Espíritu. El Espíritu les capacita no sólo para interceder con Cristo Jesús, también como Cristo Jesús. Quiero resaltar tres características de la intercesión de Jesús, que deben darse en uno para que pueda llamarse intercesor consagrado.

Tres características de Jesús en el intercesor consagrado
1. Incluso en su vida mortal, Jesús “está en el seno del Padre” (Jn 1,18). Por eso, Jesús cuando intercede, se dirige desde el seno del Padre al corazón del Padre. No hay distancias.
Intercesor consagrado es el que vive 24 horas al día en el seno de Dios. Al caer su vida bajo el control del Espíritu, éste le introduce en la vía mística, que siempre conduce a una más íntima unión con Dios: la unión mística. Unido a Jesús es introducido en el seno del Padre. En él se realiza lo de Col 3,3: “Vosotros habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios”. Gracias a ello, al orar el intercesor consagrado se dirige desde el seno de Dios al corazón de Dios. Como no hay distancias, no necesita muchas palabras para comunicarse. Con una mirada, un gemido intercede por sus hermanos en el silencio sagrado, repleto de Dios.
La Bta Isabel de la Trinidad ora: “¡Oh mis Tres, mi Bienaventuranza, Soledad infinita, Inmensidad donde me pierdo! Sumergíos en mí, para que yo me sumerja en vos”. Dios es soledad llena de plenitud, silencio lleno de sabiduría... Para sumergirse en Dios es preciso huir de tantos ruidos externos, como noticias, novedades, sensaciones...; y más aun de ruidos internos, como fantasías, gustos, miedos, deseos mundanos...
Cuanto más se adentra uno en Dios, mejor puede ayudar a otros a entrar en Dios. Y mejor puede comunicarse con los que están ya en Dios. Si miramos bien, la distancia entre un ser humano y otro parece ser infinita. Una comunicación superficial no es difícil; pero llegar al fondo de otra persona parece imposible... De ahí la soledad en que vive el ser humano.
Entre intercesores consagrados se establece, a veces, una corriente mutua, que ninguna mente humana puede definir. Como todos ellos interceden desde el seno de Dios, éste se convierte en punto de encuentro. ¿Qué mejor lugar para encontrarse?
2. En la encarnación Jesús se identifica con todos los hombres de todos los tiempos, para salvar a todos. Jesús hace suyos los problemas, las aspiraciones legítimas, el dolor, las flaquezas y enfermedades de toda la humanidad: Mt 8,17. En la cruz Jesús se carga con los pecados del mundo: Jn 1,29; 2Co 5,21.
Bajo la acción del Espíritu Santo, el intercesor consagrado vive de algún modo misterioso los problemas de la Iglesia y del mundo, no a nivel de cerebro (estando bien informado), sino a un nivel más profundo y vital. Como san Pablo, vive “la preocupación de todas las iglesias. ¿Quién desfallece sin que desfallezca yo? ¿Quién sufre escándalo sin que yo me abrase?” (2Co 11,28s).
Como todo ser humano, el intercesor puede tener sentimientos de agresividad, rechazo, repulsión... hacia personas concretas o hacia sectores de la sociedad. Cuando el Espíritu lo consagra, tales sentimientos se van convirtiendo en comprensión, amor, compasión y ternura; y van acompañados del deseo de reparar el mal. Gracias a ese misterioso espíritu de solidaridad, recibe Dios desde el intercesor la adoración de los que le rechazan; la alabanza de los que le blasfeman; la gratitud de los que nunca piensan en él, o sólo piensan para pedir favores; la sumisión de los que resisten su voluntad; la entrega de los que huyen de él; y sobre todo, recibe el amor de los que le aman aun sin conocerle.
La misión del intercesor consagrado, más que presentar a Dios los problemas concretos y necesidades de la humanidad, es elevar al cielo los gemidos de la humanidad. Para ello se pone a disposición del Espíritu Santo, que en su interior “intercede con gemidos inefables” (Rm 8,26s).
En Jesús, gimiendo en el huerto y sangrando en la cruz por amor, Dios nos vio a todos los hombres pecadores; nos perdonó y nos justificó: Rm 5,15.20. Cuando en el corazón amigo y sumiso a su voluntad de un intercesor, Dios ve el pecado, la indiferencia, las rebeldías y las miserias sin fin de la humanidad... Dios muestra una vez más su gran compasión hacia la humanidad.

3. Jesús es intercesor cada minuto de su vida, porque sólo existe a beneficio de los demás. En realidad, toda la vida de Jesús, y su misma persona es intercesión. Lo mismo cabe decir de su bendita Madre y nuestra, la Virgen María.
Intercesión, más que un modo de orar, es un modo de vivir. Cuando al creyente, que ama a Dios y al prójimo, le preocupan de veras los problemas de la iglesia y le duele el dolor del mundo, toda su vida se convierte en una intercesión incesante. El intercesor consagrado pone ante Dios todo lo que es y todo lo que tiene a disposición de los demás. Se cumple el dicho de Jesús: “Gratis lo habéis recibido, dadlo gratis” (Mt 10,8).
Para poder entrar en su gloria y abrir a todos las puertas de la gloria, Jesús tuvo que pasar por una muerte horrible. “Jesús comenzó a declararles que tenía que padecer mucho, ser rechazado, morir y resucitar al tercer día. Esto lo decía con toda claridad” (Mc 8,31). En el plan misterioso de Dios, la salvación del mundo entero está vinculada al misterio pascual de Cristo: a su muerte y resurrección.
No es posible cooperar de modo significativo con Cristo en la salvación del mundo y santificación de la Iglesia, sin vivir en plenitud el misterio pascual de Cristo: sin padecer mucho, morir y resucitar. Todo y sólo lo que pasa por la muerte experimenta la resurrección. La mejor parte de la intercesión es toda una vida de trabajo, sacrificio, fatigas, de penas y alegrías, de entrega a la familia y a otros, ofrecida en unión con Cristo Jesús, en favor de otros, de la Iglesia y el mundo. Sin esa intercesión nuestra vida queda muy incompleta y vacía.
“Me amó y se entregó por mí” (Ga 2,20). El Espíritu suele grabar a fuego esta verdad en muchos corazones. Tales personas, no sólo aman a Jesús, aman también su cruz, como el mejor modo de responder y de entregarse a él. Su vida entera se convierte en una ofrenda de amor, un himno de alabanza, una plegaria de intercesión. La vida de estas personas, por ordinaria y oscura que sea, adquiere un valor inmenso para la Iglesia.
“Ofreceos a vosotros mismos como un sacrificio vivo, santo, agradable a Dios... Transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cual es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto” (Rm 12,1s). Lo bueno, lo que agrada a Dios, lo perfecto es que yo haga de mi vida una ofrenda permanente, unida a la de Jesús, en favor de mis hermanos. Mis sufrimientos y los de las personas allegadas a mí, y los de la Iglesia, mi Madre, y los de las personas que acojo en mi corazón, aun sin conocerlas... ofrecidos a Dios junto con los de Cristo tienen un valor infinito. Acarrean una lluvia de gracias.
El cristiano piadoso que tiene su hora de intercesión, que participa en encuentros de intercesión, pero se queja de los inconvenientes, pesadez del programa, rigidez de disciplina... dista un rato de ser intercesor consagrado. Está desaprovechando lo mejor de su vida para la extensión del reino de Dios y para su propia santificación: el sacrificio.
El buen samaritano recogió al peregrino herido, lo llevó a la posada y cargó con los gastos (Lc 10,33ss). Jesús es el Buen Samaritano de la humanidad, que cargó con los gastos de toda la familia; él pagó ya, y con creces el precio de todo lo que de Dios podemos pedir. Con todo, a algunos amigos generosos, destinados a compartir mejor la gloria de Cristo, se les concede el privilegio de contribuir a pagar el precio. “En mi carne completo lo que falta a los sufrimientos de Cristo por su cuerpo, que es la Iglesia” (Col 1,24).
La intercesión es lucha por el reino de Dios, contra las fuerzas del antireino. El ayuno es un arma poderosa en esa lucha. Pero el mejor ayuno es el que uno no escoge: aceptar como un regalo de Dios a cada persona con quien convivimos; y aceptar a cada uno con sus cadaunadas; ante una provocación, morderse la lengua y bendecir en el corazón; al verse ignorado, reconocer que sólo de Dios es la gloria; llevar las dificultades y privaciones de la vida ordinaria, como deficiencias en la comida, inclemencias del tiempo... con buen ánimo y alabando a Dios. Bueno es también el ayuno de caprichos y de comprar cosas superfluas, dando el dinero a Caritas. Estos son los ayunos que van desplazando al yo, para llenarse más de Cristo. Practicándolos asiduamente el intercesor consagrado se va convirtiendo en cristificado.