jueves, mayo 17, 2007

SIMPLES INTERCESORES


Los intercesores no nacen; se hacen. En el largo proceso de formación, se encuentran intercesores en diversos grados de crecimiento: desde intercesores incipientes hasta intercesores ya consagrados, e incluso identificados con el único Intercesor, Cristo. Lo que a continuación se dice vale para todos mutatis mitandis.
Mt 9,35-38 nos ofrece una escena típica. Muchedumbres acosan a Jesús buscando favores, sin compromiso. Un círculo de discípulos, más o menos comprometidos y unos pocos íntimos rodean a Jesús, buscando su reino, y hasta cooperan con él. La historia se repite hoy: Hay millones de cristianos indiferentes, que acuden a Dios cuando lo necesitan: el suyo es un dios-útil. Por fortuna, hay también muchos cristianos comprometidos como discípulos, que buscan y sirven al Dios-Amor. ¿A cual de los dos grupos estás afiliado? ¿Ratificas tu afiliación al discipulado?
A sus discípulos de ayer y de hoy Jesús brinda su amistad, y con ella su alegría, su gloria: “Como el Padre me amó, así os he amado yo a vosotros. Permaneced en mi amor... Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando. A vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer... Os he dicho esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría sea colmada. Este es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros como yo os he amado” (Jn 15,9-15; 17,24).
Es en este marco de amistad con Jesús donde se desarrolla toda la vida de oración cristiana.
Cualquiera sea su lenguaje (palabras, cantos, gestos, miradas, silencios contemplativos...), la oración cristiana brota y se vive en el corazón, templo del Espíritu Santo. No todos son hábiles para pensar, mas todos los humanos lo son para amar...
Sta.Teresa: “No es otra cosa oración mental sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama... Para ser verdadero el amor y que dure la amistad, hanse de encontrar las condiciones. La del Señor ya se sabe que no puede tener falta; la nuestra es viciosa, ingrata.... Oh qué buen amigo hacéis, Señor mío, cómo le vais regalando y sufriendo, y esperáis a que se haga de vuestra condición, mientras le sufrís vos la suya... He visto esto claro por mí, y no veo, Criador mío, por qué todo el mundo no se procura llegar a vos por esta particular amistad: los malos para que nos hagáis buenos.” (Vida c. 8,5).
Cuando sus discípulos son fieles en cultivar la vida de oración, como amistad con quien sabemos nos ama, el Señor les invita a ser socios suyos en la gran tarea de santificar a su Iglesia y salvar al mundo. Como en todas las obras de Dios la oración ha de ir por delante de la acción, a sus socios, Jesús les urge a orar: “La mies es mucha, los obreros pocos. Rogad al dueño de la mies que envíe obreros a su mies” (Mt 9,37s).
A los que se toman en serio esta llamada apremiante a orar, Jesús les brinda el carisma de la intercesión universal. Es éste un carisma del Espíritu; no el más vistoso, pero acaso el más valioso. Es una sencilla, callada “manifestación del Espíritu para el bien común” (1Co 12,7). Nada contribuye tanto a la extensión y profundización del Reino, como la oración de un intercesor consagrado.
La intercesión universal es un privilegio costoso: Hay que arrimar el hombro y ayudar a Jesús a llevar las cargas de la Iglesia y el mundo. Pero privilegio maravilloso: Los que así intentan ayudar a Jesús a llevar las cargas, pueden contar siempre con la ayuda de Jesús; cada carga que asumen les acerca más a Jesús y a los hombres. Y con Jesús los débiles son fuertes.
Con tu ayuda material, por generosa que esta sea, puedes llegar a muy pocos. Con tu intercesión, puedes abrazar el mundo y empujarlo hacia Dios. Interceder, es acoger en tu corazón los intereses, necesidades y problemas de nuestra sociedad y “acercarte confiadamente al trono de la gracia a fin de alcanzar misericordia y hallar gracia para ser socorridos en tiempo oportuno” (Hb 4,16). La intercesión no tiene otros límites que los de nuestro amor y los del poder de Dios. Este carisma puede convertirte en puente, por el que muchos alejados de Dios volverán al Padre. ¡Cuántos recibirán la gracia de la conversión y te estarán agradecidos por la eternidad!
Unido cada vez más a Jesús, fuente de toda gracia, el intercesor se hace también canal de su gracia. ¡Cuántas gracias de santificación, apostolado, carismas, dones, virtudes... reciben así los miembros de la Iglesia! ¡Cuántos tentados de arrojar la toalla, recibirán un empujoncito y seguirán adelante por el camino de la santidad, sencillamente porque tú has orado por la santificación de la Iglesia! Con ellos alabarás a Dios y danzarás en la eternidad.
Dice Jesús: "Buscad primero el reino de Dios y todo eso se os dará por añadidura..” (Mt 6,31-34. ¡Y cuántas gracias reciben los canales, cuando aprenden a ser meros canales: cuando, olvidándose de sí y de sus cosas, aprenden a vivir para otros y orar por otros. “No nos dejes caer en la tentación”. La tentación del canal sería convertirse en lago, en piscina, o al menos en un charquito: buscar su propia ganancia, no fiándose a ciegas de la palabra del Señor.

Condiciones para ser intercesor
1. Adoptar la mirada de Dios
“Tanto amó Dios al mundo...” Jn 3,16s. Para interceder debes mirar al mundo a través de los ojos de Dios (la fe te da esa visión), y con el amor de Dios en tu corazón (el Espíritu regala ese amor, Rm 5,5). El intercesor no busca culpables, sino ayuda divina para que los problemas se solucionen, en conformidad con la voluntad del Padre de las misericordias.
Imagínate una persona que nunca ora, egoísta, perversa, y acaso en un cargo importante. Si los creyentes le rodeamos de un muro de rechazo, ¿cómo podrá llegar a él el amor de Dios? Y sólo el amor de Dios le va a hacer sentirse culpable y cambiar de rumbo. Si adoptas la mirada de Dios, verás en él un hijo de Dios, redimido en la sangre de Jesús. Si te abres al Espíritu de Dios, le amarás y bendecirás en el nombre del Señor. Y la gracia de Dios trinfará.
Para interceder por la Iglesia debes mirar a la Iglesia como la mira Dios: esposa amada de Cristo (Ef 5,25-37); cuerpo (señal visible) y plenitud de Cristo (Ef 1,23). Al contemplar así a la Iglesia, va pasando a tu alma algo del amor infinito con que Dios la ama. Nada más lejos de ti que resentimiento o rechazo de otros cristianos que piensan y actúan de modo diferente. El deseo del divino Maestro es “que sean uno” (Jn 17,21). Esa será tu obsesión sagrada. Y eso supera toda barrera psicológica.
2. Unión con Cristo Jesús
Jesucristo único intercesor-mediador-sacerdote de la nueva alianza: 1Tim 2,5s.
El murió, resucitó y, está sentado a la diestra de Dios, e intercede por nosotros: Rm 8,34
El es nuestro abogado ante el Padre, víctima por nuestros pecados y los del mundo entero: 1Jn 2,1s
Por él tenemos acceso al Padre en un mismo Espíritu, como familia de Dios: Ef 2,18
Puede salvar a todos, pues está siempre vivo para interceder en su favor: Hb 7,24s; 9,15; 12,24
Por el bautismo estamos incorporados a Cristo: 1Co 12,13; Revestidos de Cristo: Ga 3,26s El Espíritu nos ha marcado con el sello de Dios, carácter: 2Co 1,21s; Ef 1,13s
Sto. Tomás: “El carácter sacramental es una configuración con Cristo, sumo Sacerdote y una participación en su ministerio sacerdotal” (ST.3.63,3). En tu interior llevas gravada para siempre la imagen de Cristo Sacerdote. * “Vosotros sois sacerdocio del reino...” : 1P 2,5.9s
Vaticano II: “Los bautizados son consagrados por la unción del Espíritu Santo como casa espiritual y sacerdocio santo, para que, por medio de toda acción del hombre cristiano, ofrezcan sacrificios espirituales.... El sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial, aunque diferentes esencialmente, se ordenan el uno al otro, pues ambos participan a su manera del único sacerdocio de Cristo. El sacerdocio ministerial, por la potestad sagrada que posee, forma y dirige al pueblo sacerdotal, efectúa el sacrificio eucarístico en la persona de Cristo... Los fieles, en virtud de su sacerdocio regio, concurren a la ofrenda de la eucaristía....” (L.G.10).
El mayor empeño del intercesor ha de ser fortalecer cada día más su unión con Cristo. Medios para ello: los Sacramentos; la Palabra; oración personal – contemplación; caridad fraterna. Cuando la voluntad del intercesor está en todo de acuerdo con la de Cristo, uno se convierte en intercesor consagrado. Y cuando el intercesor se pasa al alma de Cristo y se fusiona con él, en intercesor cristificado.
3. Solidaridad con la Iglesia y con la humanidad
Para salvar a los hombres, Jesús se despojó de su gloria y se revistió de nuestra pobreza: Fl 2,5ss
Para destruir el poder del pecado sobre nosotros, “se hizo pecado en lugar nuestro”: 2Co 5,21
Hoy Cristo está presente en la Iglesia; presente en cada ser humano. Desde cada uno clama al Padre. Incluso las protestas y blasfemias de los hombres, Jesús las convierte en plegarias...
Con el carisma de la intercesión, el Espíritu concede el don de la compasión sobrenatural (sufrir con): la identificación con el dolor de los demás. Compasión es el amor movilizado ante la miseria ajena. Para interceder por otros debes vaciarte y olvidarte de ti mismo; entrar en cierto modo en otros; hacer tuyos los problemas, el dolor y hasta los pecados de los otros. De ese modo te presentarás ante Dios en el lugar de otros.
“Estando en casa de Mateo, muchos publicanos y pecadores vinieron y se pusieron a la mesa con Jesús y sus discípulos” (Mt 9,10)). El corazón del intercesor es como la casa de Mateo: allí están con Jesús discípulos y publicanos. Y Jesús mismo sirve a la mesa el menú de gracia y misericordia divina, con el vino de su Espíritu, que alegra el corazón de todos los comensales.

4. Apertura al Espíritu Santo.
Nadie puede tener la mirada de Dios, si no le es comunicada por “el Espíritu, que todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios” (1Co 2,10). Nadie puede acoger a Jesús como Señor, y menos vivir unido a él, si no es bajo la acción del Espíritu (1Co 12,3). Nadie puede entrar en solidaridad con la Iglesia y con la humanidad, de no estar “bautizado (sumergido) en el Espíritu y bebiendo del mismo Espíritu de Cristo Jesús” (1Co 12,13).
En realidad, la intercesión verdadera es siempre obra del Espíritu paráclito, defensor, intercesor. Es él quien intercede en y desde nosotros en favor de las diversas intenciones. “Nosotros no sabemos orar como conviene, más el Espíritu viene en nuestra ayuda, e intercede por nosotros ..” (Rm 8,26s).
El Espíritu distribuye numerosos carismas que complementan y enriquecen el ministerio de intercesión. En primer lugar el don de orar en el Espíritu o en lenguas: 1 Co 14,2. Es una ayuda inestimable para todo intercesor. Otros dones, como palabras de conocimiento, profecía, sabiduría, discernimiento de espíritus... son sumamente valiosos. Conviene pedirlos y usarlos.

LOS PRESENTADORES


Uno toma conciencia de las necesidades y cargas de otros y, muy cristianamente, las presenta a Dios, las pasa a Jesús, el gran Intercesor, o las pone en manos de María. Es una práctica excelente, sobre todo cuando se hace en la santa Misa, en los Laudes, o ante el Santísimo. Mejor aun cuando la plegaria es espontánea, breve, sencilla y concluye con acción de gracias. “No os inquietéis por cosa alguna; antes bien en toda ocasión, presentad a Dios vuestras peticiones, mediante la oración y la súplica, con acciones de gracias” (Ef 4,6).
Los presentadores pueden ser intercesores de primerísima, cuando su alma es sencilla, su amor al prójimo muy grande y su fe en Dios infinita. Un buen ejemplo son las amigas de Jesús Marta y María, presentando la necesidad de su hermano: “Aquel a quien amas está enfermo” (Jn 11,3). Insuperable el ejemplo de María en Caná: “No tiene vino” (Jn 2,3).
Las complicaciones desagradables surgen, sobre todo en grandes asambleas, cuando el alma cristiana de algunos intercesores está condicionada por temperamentos impulsivos. La sesión se convierte en un bombardeo de intenciones, que desconcierta y desplaza a los verdaderos intercesores. En el cielo no sé qué efecto tendrá; en la tierra más bien cansancio y dolor de cabeza.
Otro tanto sucede cuando el alma cristiana de algún intercesor lleva acoplada una mente pagana. Fenómeno demasiado frecuente. Si la mente pagana lleva acoplada una lengua elocuente, en vez de humilde intercesión, tendremos sermones elocuentes, oraciones apabullantes. La mente pagana y la lengua elocuente sólo tienen un remedio: conversión a la sencillez y confianza del evangelio. Dice el Maestro: “Al orar, no os convirtáis en charlatanes, como los paganos, que se imaginan que serán escuchados por su gran elocuencia. No hagáis como ellos, porque vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo” (Mt 6,6s).Algunos intercesores, sobre todo los más elocuentes, y los que no dedican suficiente tiempo a la oración personal y a rumiar la Palabra de Dios, nunca pasan del grado de Presentadores. No llegan a descubrir el misterio de la intercesión, porque sólo se mueven en la periferia. Sea Dios bendito por su presencia en la Iglesia y por su contribución al proyecto divino de salvación. Y si alguna vez acuden a un encuentro de intercesión, quiera Dios no se haga notar su presencia.

Intercesión universal camino de santidad

La alabanza y la intercesión son dos alas para volar en el espíritu, no en solitario, sino llevando a muchos hacia el corazón de Dios. Si falta una de las dos alas, muy corto será el vuelo. “Si vivimos por el Espíritu, dejémonos conducir por el Espíritu” (Ga 5,25). Nada más ventajoso para el cristiano y para la Iglesia. Cuando el Espíritu controla la vida de un cristiano, ensancha su corazón y establece unidad y armonía en su interior. La alabanza y la intercesión se fusionan. Su alabanza es intercesión, pues cuando alaba lleva en su corazón a toda la familia humana. Su intercesión es alabanza, pues sólo busca la gloria de Dios. Cuando el Espíritu controla la vida de un cristiano, su plegaria cuanto más silenciosa ante los hombres, tanto más elocuente ante Dios.
Interceder (del Latín inter y cedere) significa posicionarse entre, mediar, intervenir para solucionar un problema. En el mundo de la oración cristiana significa hacer de puente entre Dios y los hombres; convertirse en canal de doble dirección, por el que las aspiraciones de los hombres suban a Dios y la gracia divina fluya a los hombres.
La distancia entre Dios y el hombre es infinita. Pero infinito es también el amor, la bondad y el ingenio de Dios. Y él mismo ha levantado un puente que salva esa distancia, Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre. Con su muerte en la cruz, Jesús destruyó el poder del pecado, que es nuestra verdadera muerte. Con su resurrección nos abrió las puertas de la vida, el corazón de Dios. Y para completar su obra maravillosa, Dios envió su Espíritu, que nos consagra y nos introduce en el seno mismo de la Trinidad, “para vivir en comunión con el Padre y su Hijo Jesucristo” (1Jn 1,3).
Los que vivimos en comunión con Dios, movidos por el Espíritu a orar en el nombre de Jesús, podemos interceder unos por otros y por toda la familia humana. El Todopoderoso ha querido necesitar nuestra cooperación, y ante todo nuestra intercesión, para bendecir y salvar a sus hijos.
Si abres los ojos de la fe, verás que tú eres el fruto de la intercesión de muchos: recibiste la vida, salud, educación y tantas bendiciones... gracias a la plegaria de tu familia, amigos y muchos desconocidos, a quienes se lo agradecerás en el cielo. En más de una ocasión Dios te ha librado de algún peligro inminente, porque alguien intercedía por ti ante Dios. ¡Cuantas casualidades han venido a enriquecer tu vida, cuántas sorpresas te han hecho llorar de alegría... todo gracias a la intercesión de algún grupo desconocido, o comunidad contemplativa.
Todo lo que Dios realiza en este mundo para bien de sus hijos, lo hace en respuesta a la intercesión de su Hijo amado, de su bendita Madre y de unos cuantos socios de Jesús y María. ¿No te gustaría entrar en esa sociedad? La oficina de admisión la tienes muy cerca, a la puerta del Corazón de Jesús; y está siempre abierta.
Intercesión es toda oración de petición, súplica, arrepentimiento, perdón, adoración, alabanza, acción de gracias, sobre todo de silenciosa contemplación... ofrecida a Dios en favor de otra persona, personas, grupo, Iglesia, o mundo. Sin la intercesión, nuestra oración nunca será completa, pues –como dice Sta. Teresa: Orar es llenarse de Dios y darlo a los demás. Quien sólo ora por sí mismo, o por el placer que encuentra en la oración, no ha entrado todavía en el misterio glorioso, ni descubierto el poder de la oración cristiana.
Todo cristiano vive la vida de Dios en Cristo Jesús, la misma vida sobrenatural. ¡Pero qué diferencia entre el cristiano mediocre y el verdadero santo! La mediocridad sólo existe por decisión propia, pues Dios llama a todos a la santidad. Y a todos nos ha equipado para la santidad, al darnos su Espíritu santificador.Lo mismo cabe decir de la intercesión y los intercesores. Existe toda una escala, con infinidad de peldaños. Por razones didácticas, y con perdón de Dios y de los lectores, yo los clasifico en cuatro secciones: a) Presentadores; b) Intercesores; c) Intercesores consagrados; y d) Intercesores cristificados. En cada sección evidentemente hay diversos grados.